Capítulo 10

3.5K 318 4
                                    

Ahí me encontraba, al filo de mi cama, mirando la pantalla del celular, había pasado seis meses desde la muerte de Evan, sí, eso decía la fecha, ¿y qué había hecho? Lloré, intenté quitarme la vida al lanzarme del balcón, regresé a trabajar, fui a un grupo de apoyo, lo dejé, frecuenté de nuevo a Cata y Adrian, conseguí un nuevo amigo, un nuevo apartamento... Estaba «avanzando con mi vida». Pero ahí realmente me di cuenta que seguía sintiendo el mismo vacío en mi pecho cada noche, cada amanecer, seguía estando sola...

Es pasajero, Mía, estarás bien, te duele porque... Oh, ya sabes por qué... Me decía para consolarme.

La verdad es que mi corazón se había quedado mudo, lleno de nostalgia, una interminable...

¿Acaso no hay cura? ¡Es que no entiendo! ¡No encuentro lógica! ¿Cómo es que la gente lo supera? ¿Será que ellos no amaron como yo?

Y empecé a llorar de nuevo... Era viernes por la tarde... Ignoré todo. Me encerré otra vez. Volví a vestir la almohada, traje de nuevo a Evan conmigo. Cerré los ojos la mayor parte del tiempo para revivir cada momento en mi mente.

Evan, Evan, ¿cómo estás? No te vayas... Te quiero de vuelta, te quiero conmigo... Responde, vuelve...

Y al momento de abrir los ojos y recibir más silencio me golpeaba la realidad, tan fuerte...

Evan, Evan, tú eras ese hombre al que había elegido como compañero para el resto de mis días... No, es que no es justo... Eras tú... Eras mi amor... ¿Por qué tengo que soportar esto? ¿Qué hice para pagar esta condena de una vida sin ti?

Y entre mis lágrimas pasaron las horas de la noche del viernes, del sábado con la teletón nacional que hacen todos los años, del domingo...

― Mía... —le abrí la puerta a Ángel en la tarde. Recién me había bañado y de mala gana.

Cruzamos miradas y lo entendimos enseguida. No le había contestado los mensajes en todo el fin de semana, se preocupó, vio mis ojos hinchados. No necesitamos explicaciones con palabras.

― Pasa...

― Te traje unos dulces de Rocafuerte, y unas rosquitas de Montecristi.

― Gracias —esbocé una leve sonrisa—. Puedes poner las fundas en la mesa del comedor.

― Viajé a visitar unos amigos esta mañana y aproveché en comprarte todo esto.

― Eres muy amable, Ángel —lo seguí e indagué en las fundas. Empecé a comer. Él abrió una silla y tomó asiento.

― Venía a invitarte a comer helado, pero presiento que no tienes ganas.

― No creo que tenga ganas de salir hasta enero, Ángel. No sé cómo sobrevivir a esta época...

― El corazón suele doler más que en otras épocas del año, puedo entender eso.

― Puedo intentar estar con mi familia en Nochebuena y Año Nuevo y no deprimirme. No puedo prometer más.

― Ya es bastante, Mía.

― ¿Qué harás por esas fechas?

― Quedarme en casa —sonrió.

― ¿Solo?

― Pues sí. No es tan malo.

― ¿En serio?

― Sí, Mía —rió.

― Mejor ven conmigo. A mamá le gusta hacer una cena por Navidad y Año Nuevo, y reunir a todos los que se pueda. Me imagino que mi hermana llevará a su novio, que Cata y Adrian nos visitarán. Vendrán los abuelos, algunos primos y tíos. Tampoco somos demasiados, así que no te asustes.

― Suena hermoso.

― ¿Hermoso?

― Es bueno estar rodeado de gente en esas fechas.

― ¿Vendrás?

― No podría rechazarte.

― Okay... —también tomé asiento.

Seguí comiendo, él se quedó quieto, luego fue a buscar un vaso de agua. Para mí era tan normal tenerlo cerca, en silencio, no era incómodo, a ese nivel de confianza habíamos llegado. Lo mismo pasaba en su apartamento.

― Ven, Mía —pidió mi mano, la tomé, intrigada.

Me llevó a la sala y se acostó en el piso.

― Ven.

― ¿Qué haces?

― Ven —insistió.

― Ángel, ¿qué pretendes ahora?

― Averígualo.

Suspiré, pero le hice caso.

― ¿Ángel? —lo miré a mi derecha.

― Cierra los ojos como yo. Solo un momento.

― ¿Para qué?

― ¿No te parece agradable el piso tan frío y duro? A veces es bueno salir de la zona de confort, como la cama...

Pues sí. Era agradable y después de tantas horas de tristeza, me pareció un interesante contraste para calmarme.

― ¿Piensas que fue tu culpa, Mía? —rompió el silencio después de mucho rato.

― ¿Qué dices?

― ¿Piensas que si lo hubieras detenido aquel día, que si él hubiese salido unos segundos más tarde y hubiera tomado otro taxi... si se hubiera ido en bus... él estaría aquí aún?

Había pensado en eso por tanto tiempo que no tenía por qué reaccionar con violencia, no tenía que ofenderme con su pregunta.

― A veces sí pienso que fue mi culpa, y otras veces creo que sin importar lo que hubiera hecho diferente ese día él o yo... probablemente el resultado no hubiera cambiado mucho... La vida se supone que tiene un curso... No sé... Realmente no lo sé...

De repente sentí su mano apretando la mía, brindándome la calidez de siempre, la que me daba consuelo, la que me decía que no estaba sola.

― Hubiera sido yo, ¿sabes? —continué— Evan sería mucho más fuerte y a estas alturas ya tendría su vida más... ordenada tras el desastre...

― Pero eres tú la fuerte, Mía, has sido muy valiente.

― ¿Y para qué? Yo no le encuentro sentido a mi vida, no tengo un objetivo, un rumbo... Voy al trabajo, cumplo, visito a mi mamá, salgo contigo, como, bebo, compro lo que hace falta, pago los servicios, veo televisión... Vivo por vivir, no espero el mañana con emoción, no espero nada así... Me siento vacía...

― Llegará el día en que dejes de sentirte así, ya verás.

Ya me estaba cansando de esperar ese día, queríaresultados inmediatos, quería recuperar esa parte de mi misma que sentía algo,que tenía ilusiones, planes... ¿Cómo podría recuperarla?    

Cuando no estásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora