Capítulo 12

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― Él era muy importante, ¿sabes? Evan era mi compañero, Jeff, y Ángel me ha ayudado tanto para tratar de superarlo o más bien de lidiar con el hecho de que no está todos los días...

― Mía... —Jeff me interrumpió. Estábamos comiendo helado en el parque central de la ciudad, sentados en una banca. La gente seguía llegando, siendo fin de semana y de noche, era cuando más solía llenarse.

― ¿Qué ocurre? —lo noté incómodo.

― Llevamos saliendo un mes, pronto será San Valentín y siendo honesto esperaba poder invitarte a cenar y besarte al final de la noche para ese día, porque me gustas, ¿okay? Sé que dije que es bueno ser tu amigo otra vez desde el colegio, pero... no dejas de hablar de Evan. Sé que murió de repente y de forma trágica, pero han pasado como siete meses. Al principio traté de ser comprensivo contigo, pero... me sofocas a veces.

― Jeff...

― Tú estás aquí, estás viva, eres bella, y por alguna razón siempre tienes la mirada como apagada. ¿Acaso no lo entiendes todavía? Deberías... seguir adelante.

― Estás siendo muy duro conmigo...

― Lo siento. Tal vez nadie más ha tenido las agallas de decírtelo. Yo lo hago, porque me importas. Puedo esperarte, en serio me gustas, pero no lo haré si no pones de tu parte.

― No busco una relación.

― Tal vez es exactamente lo que necesitas.

― ¿Nunca te has enamorado, Jeff? —hablé después de un silencio, guardando la calma.

― Sí, Mía, pero...

― ¿Tanto, al punto de sentir que tu vida no tendría sentido si ella no está?

― Quizá... —suspiró antes de responder, como tratando de contenerse por seguir contradiciéndome.

― No es un sí, por lo tanto no lo entiendes. Y no lo harías por mucho que tratara de explicarte...

― Mía...

― ¿Sabes? Supongo que es un halago que quieras estar conmigo, pero si acepto sería una mentira, estaría incómoda besándote, abrazándote, tomándote la mano... Nadie merece eso. Dos personas deben estar juntas porque así lo desean, no por obligación, no por querer quedar bien ante el otro.

― No me rendiré...

― Jeff...

― Solo piénsalo, ¿de acuerdo? No tengo otra intención más que hacerte feliz...

― ¿Podrías llevarme a casa? —me levanté, dando por terminada la velada.

Pero no me quedé mucho tiempo en mi apartamento, enseguida corrí al de Ángel. Volví a escuchar sus consejos y a sorprenderme con su infinita paciencia. Después de siete meses, ya hubiera echado de mi vida a alguien como yo.

Es que Ángel me escuchaba, comprendía, me calmaba con su mirada, sus palabras, me atrevía a decir que con su sola presencia sabía que todo estaría mejor, tal vez me sentía protegida por su estructura tan musculosa y grande. Hombres así suelen dar esa sensación.

En ese instante pensé que siendo él tan guapo, tenía muchísimo tiempo sin tener pareja, y Jeff dijo que yo le parecía bella y apenas habían pasado siete meses, y lo rechacé. ¿Sería posible que terminara como Ángel, sola?

Luego un pensamiento chistoso vino a mi mente: los dos podemos aplacar nuestra soledad...

― Mía...

― ¿Ah? —me hizo reaccionar.

― ¿Por qué te quedaste mirándome? —sonrió.

― Estaba pensando en... cosas —devolví el gesto—. ¿Ángel, no extrañas besar?

― ¿Besar? —alzó ambas cejas.

― Pues sí.

― Humm... Eh...

― Lo siento. No debí...

― Me agarraste desprevenido, es todo.

― No contestes, no es necesario. Mejor me voy. Ya te quité bastante tiempo. Después hablamos, ¿sí?

― Está bien.

Me acompañó a la puerta y regresé a casa.

Durante los próximos días recibí una rosa blanca diaria en mi apartamento. En las tarjetas solo firmaba Jeff. El día de San Valentín, cuando ya me hacía la idea de recibir un ramo completo, solo llegó una, pero roja. Esta vez, la tarjeta decía otra cosa aparte de la firma: «Espero que lo nuestro sea así, blanco, es decir, que avance poco a poco, día a día, hasta que sea rojo, es decir, el nacimiento de un amor. Jeff»

Me imaginaba que sería un día de los enamorados terrible. Tenía planes de irme a la playa para llorar todo el día, pero probablemente vería muchas parejas, por lo que deseché la idea. En cambio, la rosa de Jeff me mantuvo pensando en él. Pasé horneando galletas para enviárselas, en forma de agradecimiento. Mas no me quedaron muy bien, a pesar de que seguí al pie de la letra la receta que saqué de internet.

― A mí me gustan —se las llevé a Ángel—. ¿Por qué no las compraste hechas?

― Solo quería intentarlo —alcé los hombros.

― ¿Cómo le agradecerás?

― No sé, creo que no debería enviarle algo. Con un mensaje bastará —saqué mi celular. Estábamos en el sofá.

― Te agrada su atención, ¿cierto?

― ¿De qué hablas? Está tratando de conquistarme, se está tomando la molestia y al menos debería agradecer sus gestos, a pesar de que ya lo rechacé.

― Pero te agrada... —y seguía comiendo.

― No exageremos.

― Si mañana no te manda una rosa lo extrañarás.

― No lo creo.

― A las mujeres les gustan los detalles.

― Eso no significa que lo extrañaré.

― Bueno, al menos si de verdad no lo quieres, dile que deje de enviarte rosas. Le das esperanzas.

― No es cierto.

― Sí, Mía.

― Pero no es mi intención.

― ¿Sabes? Tal vez me equivoco...

― Es bueno que lo reconozcas.

― Es al revés, él te da esperanzas a ti.

― ¿Qué?

― Mírate, haciéndole galletas.

― Oh por Dios, ¿qué me sucede?

― Es normal.

― No, no, no, no... No estoy lista para salir con alguien. Tampoco sé si Jeff sea el correcto para eso.

― ¿Tienes a alguien más en mente?

― Humm... —no pude evitar mirarlo fijamente.

No lo entendí con claridad hasta ese momento. Ángel megustaba.   

Cuando no estásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora