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Aquellos dos hombres lo observaban atentamente, aunque aún no habían abierto la boca para decir algo. Uno tenía el cabello rizado que le llegaba por los hombros y el otro era de piel más morena, con el pelo negro recogido en una cola alta.
Matsukaze dejó escapar un leve suspiro de sus labios, comenzando a perder la paciencia.

-Perdonen, pero no creo que hayan venido hasta aquí para observarme- los miró atentamente- ¿podrían decirme que desean?
-Disculpe, nos hemos dejado llevar- carraspeó- Mi nombre es Takuto Shindou y quien me acompaña es Ryoma Nishiki. Queríamos llegar a un acuerdo con estas tierras. ¿Usted es el príncipe, no es así?
-Sí, Matsukaze Tenma- frunció levemente el ceño- lo siento mucho, pero no me interesa llegar a ningún acuerdo, así que les pido amablemente que regresen a su hogar.
-¡Pero si ni siquiera nos a escuchado!- Ryoma alzó la voz, mirándole.
-Nishiki, no es necesario que grites- volvió a centrar su atención en Tenma- ¿Está seguro de que no desea saber más?
-No, pero gracias. Siento que hayan venido hasta aquí para nada.
-No se preocupe.

Ambos jóvenes se pusieron en pie, despidiéndose del castaño. El de ojos gris eléctrico suspiró por millonésima vez, mientras volvió a sus aposentos. No quería tratos con ningún otro reino, él sentía que así estaban bien y no quería meterse en asuntos complicados. Aunque su reino no fuese especialmente grande, siempre se encontraba en paz, sin guerras, sin pobreza. Tenma siempre daba donaciones al pueblo cuando veía que era necesario y los visitaba muy de vez en cuando, era un príncipe adorado por todos. El noble corazón y belleza de Matsukaze habían enamorado a princesas y príncipes de otros reinos, logrando así que tuviera varias proposiciones de matrimonio, a las cuales él rechazó todas. Nunca quiso admitirlo, jamás lo dijo en voz alta, pero su amor siempre le perteneció a su general, Tsurugi Kyousuke; ese hombre que le había jurado lealtad hasta la muerte, lo protegía, aconsejaba, cuidaba e incluso consolaba. El castaño había amado con cada fibra de su ser al mayor, aún lo amaba aunque él no estuviese ahí.
El joven se llevó las manos al pecho, aferrándose a sus ropas al notar como punzadas golpeaban su corazón. Cada día pasaba por eso, intentaba olvidarle, pero no podía; sentía que si le olvidaba, insultaría a Tsurugi. No podía simplemente sacarlo de sus recuerdos, era incapaz de aquello, así que solo le quedaba sufrir hasta que sus lágrimas dejasen de salir.
Los días pasaban, el príncipe visitaba a los aldeanos y fingía felicidad al verlos; hacía mucho que no sentía alegría recorrer su cuerpo. Había agarrado la costumbre de salir a pasearon en su caballo, era el único momento donde no sentía la pesadez de la culpa. Aoi se acercó cada vez más a Tenma, haciéndose una gran amiga.
El de ojos grises recibió a más personas en su castillos que deseaban hacer pactos con el reino, cosa que rechazó por millonésima vez. Comenzaba a cansarle que siempre le pidiesen lo mismo, agotaban su paciencia, pero aún así seguía dejando que todos entrasen a su hogar. Pero, un día, los visitantes que llegaron a su reino, lo descolocaron. Apenas pudo mantenerse en pie al observar aquellos que había frente a él; su estómago dio un vuelco y su vista se nublo, apenas llegaba aire a sus pulmones. La chica de cabellos azules lo ayudó a no caer, mientras que los hombres frente a él lo observaban sin mostrar expresión. Una mirada felina, de color ámbar, se posó lentamente sobre Matsukaze. Ambos tenían los ojos clavados en el otro; los orbes grises mostraban asombro, mientras que los anaranjados sólo reflejaban indiferencia.

-¿Tenma Matsukaze?- uno de los hombres habló, rompiendo el silencio.
-Y-yo...- su corazón dolía, impidiendole hablar.
-Sí, ante ustedes está nuestro joven amo. ¿Qué desean?- Aoi soltó aquellas palabras con tono decidido, observando de reojo al antiguo general.
-Queríamos hablar con su alteza, pero...- soltó una leve risa burlona- no parece estar en condiciones.
-Tsu...rugi- una voz temblorosa escapó de los labios del castaño, captando la atención del nombrado.

El de cabellos azules frunció su ceño, dando unos pasos al frente, y formó una mueca asqueada con su boca; eso sólo logró que una punzada, más parecido a un puñal, atravesara el pecho de Tenma.

-Perdiste el derecho de llamarme así, Matsukaze- ni siquiera se podía apreciar algo de respeto en aquella frase.

Era Tsurugi, Tsurugi Kyousuke se encontraba frente a él, vivo, respiraba. Pero era imposible, ¿verdad? No...su cabeza dolía y aquel delgado cuerpo le falló, haciendo que cayese al suelo de espalda, asustando a la joven que había junto a él.

-¡Joven Matsukaze!.

Pero el castaño solo pudo oír aquella frase, antes de desmayarse, una y otra vez recorriendo su mente: "Perdiste el derecho de llamarme así, Matsukaze"

Blood swordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora