Capítulo XXII

104 9 2
                                    

Domingo, 16 de septiembre de 2018

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Domingo, 16 de septiembre de 2018

Gunter Snow

Mis ojos se abren lentamente, mi respiración se siente débil e inestable, mi cabeza sufre punzadas que me hacen soltar leves quejidos, miro a mi alrededor intentando conseguirme con algo pero no tengo éxito al notar que todo está en completa penumbra.

Intento moverme pero cuando lo hago suelto un gemido de dolor, un mordaz ardor se extiende por mis dos muñecas y mis dos tobillos causándome mareos, el sonido de las cadenas me hace saber que estoy encadenado y son esposas de plata y no solo eso... Le han agregado acónito.

Reúno la poca fuerza que puedo tener para sentarme, mi vista se ha vuelto más aguda en la oscuridad permitiendo ver mejor, espero ver a mi hermana o a alguno de los chicos pero noto que estoy completamente solo en un cuartito pequeño, tanto que parece un cuarto de limpieza.

De pronto un sonido recorre la habitación dejándome completamente aturdido, me doy cuenta de las bocinas que hay cerca del techo, lo que escucho es incomprensible, otro ruido fuerte me hace llevar mis manos a mis oídos, mi corazón se detiene en cuanto la escucho...

Un grito agudo y estridente llena todo el pequeño lugar, mi corazón late con fuerza contra mis costillas.

— ¡Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaa! —Su voz de nuevo me hace abrir los ojos

— ¿Gracie? —Susurro

— ¡Por favor! —Solloza—, ¡Alguien ayúdeme!

Mi desesperación me hace empezar a moverme y el dolor tras eso me hace soltar un gemido.

— ¡Gracieeeee!

Un grito cargado de dolor se vuelve a escuchar y mi respiración ya está demasiado acelerada al igual que mis latidos, trato de ponerme de pie pero me es muy difícil.

Miro a todos lados, viendo alguna ventana pero no hay ninguna, entonces miro la puerta, es de hierro... No... Me acerco a ella colocando una mano en ella, eso envía una ráfaga de dolor por toda la palma de mi mano.

No... Es de plata.

Mi miedo crece cuando empiezo a escuchar quejidos por las bocinas, no solo de Gracie, de todos, absolutamente todos...

No sé cuánto tiempo pasan en los que mi ansiedad me hace halarme el cabello, y pensar cómo salir de aquí, que lo veo muy imposible, porque ni siquiera sé dónde están los demás.

Los gritos no se detuvieron, no sé si fueron minutos, horas o días, pero los gritos de todos siguieron transmitiéndose por la bocina, me dejaron hecho un ovillo en el piso temblando.

No sabía qué hacer, no había dormido ni un poco desde que desperté y no sabía si quiera cuanto había pasado desde eso, pero sé... ha sido bastante tiempo.

Everest: La caída [EDITANTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora