Capítulo XXXII

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CELOS


Irlanda

Gunter Snow

Jueves, 05 de diciembre.

Las horas de vuelo fueron realmente agotadoras, cuando llegamos no pudimos siquiera hablar, todos fuimos a nuestras habitaciones y dormimos casi el día entero. Cuando desperté me di cuenta que Everest no se sentía cerca, así que salí a buscarla. La encontré sentada en el borde del balcón del piso de arriba, justo al final del pasillo donde estaban las habitaciones, ya había vuelto a ser de noche, la casa en la que estábamos era muy grande, cómo las otras, y con seguridad extrema.
La observo mirar al exterior con el ceño levemente fruncido absorta en sus pensamientos, la luz de la luna le da un aire melancólico y casi me recuerda a las pesadillas que tuve de ella. Su cabello brilla y su perfil se ve delicado y perfecto.
Ella parece sentirme cuando me acerco porque se gira hacia mí y me da una pequeña sonrisa que no llega sus ojos.
—¿Que sucede?—Le digo en voz baja, ella parece reaccionar y un leve rubor le cubre las mejillas, casi agradezco la luz natural de la luna, está muy clara.
¿Podría alguien realmente evitar caer bajo sus encantos?
No, no lo creo.
—Yo...-Susurra—. Tengo miedo—Admite y la veo encogerse, desde que llegó, a pesar de que la vi en situaciones horribles es primera vez que la veo tan vulnerable, por primera vez la veo de su edad.
Su mirada se ha dirigido a otro lugar y yo me enternezco cuando sus mejillas se vuelven aún más rojas.
—¿De qué exactamente?
—Eh...—Juega con sus manos sin mirarme—. Mejor olvídalo—Suspira.
—No quiero olvidarlo, pecosa—Ella se estremece cuando le coloco una mano la parte posterior de su cuello, sintiendo el leve hormigueo. Su mirada se queda en la mía.
—Es mucha responsabilidad, tengo que tomar las decisiones bien o sino todos pueden morir por mí culpa, tú... los demás—Aprieto la mandíbula cuando veo sus ojos llenarse de lágrimas, ella niega con la cabeza—. Mucha presión, no quiero que nadie muera, imagina que mueran familias por mi culpa, yo... antes yo... cuando vivía con ellos no me importaba, pero ahora... ahora no pudo evitar pensar que si yo tomo una decisión mal todo se irá a la mierda, todos me culparan porque soy la elegida y es mi deber y... es agobiante.
»No sé que hacer—Admite en voz baja—. Y me da miedo tomar la decisión equivocada...
Un sollozo la ataca y baja su mirada, me tenso cuando apoya su frente en mi pecho llorando, la envuelvo con mis brazos sintiendola temblar, mi corazón acelerado me indica que el de ella es el que late de esa manera tan desbocado, incluso logro sentir el dolor en mi pecho.
—Pecosa... calma—Le susurro—. Todo va a estar bien... pronto todo se arreglará, lo prometo...
—No puedes prometerme eso—Solloza, yo vuelvo a apretar la mandíbula.
Desearía que no tuviera que pasar por esto, por un momento desearía no ser un hombre lobo y que ella no fuera la elegida, todos sería más sencillo.
Le sigo susurrando palabras tranquilizadoras cuando siento que se tensa y me mira con los ojos llorosos y la nariz roja.
—¿Sería extraño decir que te ves tierna con la naricita roja?—Cuestiono divertido, casi me dan ganas de soltar un suspiro aliviado cuando ella sonríe ampliamente.
—Estoy llorando, Gunter, concéntrate
-Si, mi capitana—La dulce melodía de su risa llega a mis oídos, sonrío orgulloso por tal logro.
—No me dejas ahogarme en mi miseria
—Nunca te dejaría ahogarte en tu miseria, pecosa—Sus ojos me observan fijamente aún la siento tensa pero decido no decir nada al respecto. Tomo un mechón de su cabello colocándolo tras su oreja mirando sus ojos grises que se encuentran brillando, me imagino que los míos deben estar igual, limpio las lágrimas restantes de su rostro, ella no deja de mirarme en ningún momento, algo en sus ojos me hace tener curiosidad de que está pensando, ellos se van volviendo cálidos mientras me mira, le doy una pequeña sonrisa.
—Everest...—Empiezo con un susurro que la hace suspirar, casi amplio mi sonrisa pero me detengo—. Si podría confiarle mi vida a alguien sería a ti, creo en ti y sé que tomarás la decisión correcta. Eres la elegida, tú instinto e intuición están allí, yo confío en ti, todos en está casa confiamos en ti y sabemos que elijas lo que elijas será lo que creas que es lo mejor y nosotros siempre te apoyaremos, yo... siempre te apoyaré—Sus ojos se llenan de lágrimas y se pone de puntillas agarrándome la cara con ambas manos, me quedo paralizado cuando se acerca y me besa.
Es un beso corto y suave pero... se siente tanto a través de él, sus ojos me observan fijamente y mi rostro empieza a hormiguear. Pongo mi mano en su nuca atrayendola hasta mí, dándole otro beso mucho más largo que el anterior, uno que me hincha el pecho de sentimientos y me deja atontado. Mi mirada azul se pierde en la suya gris. Entonces una puerta se abre haciendo que ella de un respingo y se eche hacia atrás con las mejillas más rojas que un tómate, sonrío divertido pero tomo su mano cuando veo que planea huir.
Veo a Sivor bostezar y nos observa con curiosidad y sorpresa.
—Pero si son los tortolitos—Murmura—. ¿Estaban haciendo cosas sucias?—Inquiere subiendo y bajando las cejas
—¡No!—Chilla Everest poniéndose más roja aún, suelto un gruñido.
—No, y si fuéramos a hacer cosas sucias no las haríamos en medio del pasillo cuando cualquiera puede salir—Murmuro secamente
—¡Gunter!—Vuelve a chillar Everest, casi quiero reír, casi.
—Calma, salvaje—Me dice Sivor riendo—. Solo bromeo, ya quisiera yo tener algo así.
—Lo tienes—Le digo girando los ojos—. Solo que pelean como perro y gato—Él me mira como si quisiera matarme
—Gunter tiene razón, ustedes... tienen mucha tensión—Murmura Everest.
—¿Del tipo que tienen ustedes dos o...
—¡Sivor!—Exclama molesta y roja de nuevo, eso me hace reír en serio, ella me mira indignada, se suelta de mi mano dirigiéndose muy digna y caminando con esa pijama ceñida de una manera muy... provocativa a su cuarto.
Oh, señor domador del hielo, por favor enfría a este pobre hombre.
Oye, nada de erecciones conmigo cerca—Advierte Sivor señalándome con su dedo índice. Le gruño antes de dirigirme a mí habitación para despejar mi mente. Escucho su risa afuera pero hago como si no la escuché.
Me doy una ducha fría, porque en serio mi mente es traicionera, cuando salgo me pongo unos pantalones y una franela, me quedo descalzo porque bueno, hay calefacción y alfombra en el piso.
Cuando por fin todos despiertan y hacen la cena, comemos en silencio tenso, sé que todos piensan en lo que se avecina, aunque el silencio dura poco antes de que Sivor y Steve hagan de las suyas. Pero... por primera vez se los agradezco porque Everest a mí lado luce menos tensa.
Me siento ausente cuando terminamos de cenar y todos se disponen a recoger sus platos sucios, ayudo a Gracie y Mekir a lavarlos y me regreso a mí habitación tirándome en la cama.
Me quedo mirando el techo pensando en todo lo que tendremos que afrontar, mañana vendrán los reyes y se planeará de una vez por todas el ataque, creo que se ha pospuesto mucho, pero bueno, principalmente no sabíamos donde estaban los malditos desterrados.
Mi mente como siempre y sin evitarlo se dirige hacia la pecosa que está en una de las habitaciones, no se lo he dicho...No he podido. No he podido decirle que la amo.
Soy un idiota.
O más bien un cobarde.
No quiero que salga corriendo, después de todo, ella... no recuerda todo exactamente, ella no me ama, ella no está enamorada de mí como la antigua Everest.
No sé qué hacer, porque mañana podría ser el día que dictemos nuestro destino, después de mañana, después de planear solo vendrá la guerra y... estamos claros que... no se sabe si vas a salir ileso o no.
No sé si quiero morir sin decírselo...
Me pongo de pie por impulso y abro la puerta, doy un respingo cuando veo a Everest frente a mí con el puño alzado como si fuera a tocar la puerta. El corazón se me acelera y sus ojos suben a los míos, sus labios están entreabiertos por la sorpresa.
Sus mejillas se encienden antes de bajar la mano, le dedico una sonrisa cálida.
—Yo... eh... yo...—Su ceño se frunce—. ¿A donde ibas?
—A buscarte—Sus mejillas se tiñen aún más de rojo
—¿Buscarme?—Inquiere extrañada, yo asiento más cohibido. Ya no creo que sea capaz de decirle.
—Eh...
—¿Me vas a dejar pasar o que?—Dice de pronto, sonrío de costado porque al parecer a adoptado la seguridad que siempre desborda.
—Sería un placer—Murmuro bajo, dejándola pasar, ella pasa y cierro la puerta mientras ella se deja caer en mi cama.
Viendola ahí... me gustaría...
Okey, basta.
—¿Por que ibas a buscarme, lobito?—Mi corazón da un ridículo vuelco cuando ella me llama de ese modo.
—Yo...—Empiezo nervioso
—¿Estás nervioso?—Dice sorprendida levantándose de la cama llegando rápidamente hasta mí, estamos tan cerca que tiene que subir la barbilla para poder mirarme a los ojos.
—Mhm... claro que no—Digo más firme que antes.
—Si, claro—Sonríe. No puedo, no podré decírselo
—¿Tú qué haces aquí?
Su sonrisa se borra y me arrepiento al instante de haber preguntado, ella se queda en silencio un rato.
—No podía dormir...—Dice al final.
—Yo tampoco...
—Se avecinan muchas cosas
—Si...
—Gunter...
—¿Pecosa?—La miro dudoso, cuando me inclino hacia ella y ella no se aleja
No puedo decírselo, pero... puedo demostrarselo ¿No?
Cierro el espacio entre nosotros uniendo nuestros labios en un suave y lento beso, mi mano se hunde en su cabello y la otra va a su cintura. Saboreando cada segundo de mi beso lo hago sin apuros, sintiendo mi corazón latir fuertemente y mis sentimientos salir a flor de piel.
Ella suspira contra mis labios cuando me alejo, cuando abro mis ojos ella aún los tiene cerrados.
¿Puede ser más perfecta?
—Gunter—Dice aún con los ojos cerrados y algo atontada, cuando los abre veo esos ojos brillantes y pupilas dilatadas
—¿Si?—Mi voz suena más ronca de lo que es.
Más, bésame más—Siento mi boca secarse y mi temperatura subir, oh dios mío. Es entonces cuando la beso, de verdad... la beso.
Siento mi corazón acelerarse aún más y hago un puño en su cabello besándola con más intensidad, mi mano baja a sus caderas apretandolas, mi respiración es un desastre, siento mi piel hormiguear y la molestia en mi bóxer. Joder...
Sus manos hacen puños en mi franela atrayendome más -Si es acaso posible- a ella, su pecho queda pegado a mío y mis manos por instinto bajan a su culo apretándola contra, suelto un gruñido que se mezcla con un gemido de ella.
Quiero más, cielos, quiero más.
—Gunter...—Jadea cuando la vuelvo apretar contra mi, eso hace que pierda mi poca cordura y la haga retroceder hasta la cama, ella se deja caer y yo apoyo mi rodilla entre sus piernas volviendo a besarla con la misma intensidad, termina acostada conmigo encima y mis antebrazos apoyados a cada lado de su cabeza. Sus manos van a mi cabello tirando de él, cuando mis besos se desvían de su boca y bajan por su mandíbula y su cuello hasta la pequeña piel expuesta de sus senos por la pijama.
—Pecosa...—Susurro contra su piel ella se estremece—. Si no me detengo ahora... me costará hacerlo más adelante, no se si estás lista para esto...—Mis ojos observan su expresión y ella se enrojece.
—Yo... eh... es que... no sé si estoy lista...
—Shhh, está bien, esto puede esperar—Le doy un casto beso en los labios acomodandonos en la cama dejando que ella apoye su cabeza en mi pecho.
Veo que ella se queda tan relajada que está apunto de dormirse.
—Descansa, pecosa—Susurro dándole un beso en el cabello, cerrando yo tambien mis ojos, durmiendome casi al momento.

Everest: La caída [EDITANTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora