|10|

402 61 12
                                    

TaeHyung.
    
     
    

Mis ojos pesaban, mi cuerpo dolía; había pasado la noche en vela desde la cena hasta las seis de la mañana.

La razón era obvia; había estado pensando en Wang JungKook.

Al recostarme sobre aquella cama, quise restarle importancia al hecho de que cada día miraría el rostro de Jeon JungKook en alguien más. Cerré los ojos, y cada que lo hacía, un recuerdo doloroso del que alguna vez fue el amor de mi vida me hacía sudar en frío.

Recordé aquella primera cita en el restaurante; su sonrisa era la que iluminaba hermosamente aquel lugar, y yo... yo debí de haberle dicho la verdad. Cuando pregunto el porqué me gustaba tanto aquel lugar, mentí, y es que la verdadera razón del porqué llevé a Jeon JungKook a aquel restaurante italiano, fue porque ahí fue mi primera cita con Jung Hoseok.

Mi corazón se encogió, mordí mi labio y recordé cuando Park Jimin confesó estar enamorado de Jeon JungKook; lloró, aquella vez que me descubrió estando en una relación con ambos chicos.

Me removía, una y otra vez con incomodidad sobre la cama. Respiraba, calmado, y volvía a cerrar los ojos con temor.

Después, el recuerdo de nuestro primer beso. Aquella vez en que mis labios probaron lo exquisito que era el besar a Jeon JungKook. Recordé aquel sabor a cereza, aquella suavidad de su piel.

Mis ojos se apretaron con excesiva fuerza, me retorcí, jadeando de desesperación cuando no sólo recordé besar a JungKook.

Su piel, ah, su delicada piel. Tocarlo había sido lo mejor que mis manos pudieron hacer; su piel era tibia, siempre tibia y suave. Amaba dejar marcas en su blanquecina piel que inmediatamente se volvían rojas, recordaba el brillo en él por una fina capa de sudor.

Sus ojos cerrados, sus labios dejando salir ligeras respiraciones con mi nombre acompañandolas.

Solté un quejido al abrir de nuevo mis ojos. Miré la hora en el reloj, eran apenas las doce de la medianoche.

Me senté, frustrado, prendí la lámpara con la esperanza de ahuyentar aquellos tormentosos y dolorosos recuerdos.

JungKook. JungKook. JungKook.

Una, y otra, y otra vez; aparecía en mi mente cada que parpadeaba, cada que respiraba, cada que intentaba dejar de pensar en la sombra de él.

Me pesaba tanto, la culpa me aplastó sin piedad alguna en toda la noche.

Y luego, Wang JungKook.

Mierda. Esto estaba comiéndome vivo. Miré el techo de la habitación, cansado y arrepentido, dejando salir aquellas lágrimas que intentaban darme algo de alivio.

¿Acaso esto era mi castigo?.

Dios, qué pecado tan grande había cometido yo con Jeon JungKook. Si era cierto que era un ángel mandado a esta tierra tan llena de maldad, entonces yo había sido un esclavo del mal que lo hizo trizas cuando decidió confiar en mí.

Mi mente me decía que el que había cometido un error aquí, había sido Jeon JungKook.

Nunca debió confiar en mí, nunca debió apoyarme sin fin, y, por sobre todo... nunca debió de haberme amado así.

—¡Buenos días doctor Kim!

Hago una venia cansado hacia la recepcionista del hospital. Ella sonríe llena de energía, yo me arrastro hasta el elevador que da a mi piso.

Al entrar, cuando las puertas del ascensor se cierran, tallo mis ojos con fuerza. Me duele la cabeza, no quiero ver a Wang JungKook.

Sin embargo, cuando intento armar un plan para evitar el día de hoy a JungKook, todo se va por la borda al abrirse las puertas del elevador.

El amor es para los cuentos  [к.т.н + ʝ.ʝ.к]  •(Segundo Libro)•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora