Mr. Blue Fahrenheit.

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Aún con los nudillos enrojecidos y entumecidos, nuestro protagonista decidió abrir la puerta posterior a un titubeo de unos cuantos segundos en donde dudaba en si tocar el pestillo o no. Y ahí estaba, un hombre elegantemente deprimido, con un aura de relajación en su punto máximo. Se mantenía tranquilo y su respiración era lenta y pasiva. Dando suspiros de vez en cuando, en las pausas que se tomaba para pensar, jugaba con la cuchara que le servía para ponerle azúcar a su café. Más a él, todos los cafés le sabían amargos.

—Lamento llegar tarde, Mr. Fahrenheit. Me intentaron detener en el trayecto hasta acá.—Llegó finalmente, la persona por la que tanto esperaba, en ese hogareño café al que siempre frecuentaba. Parecía desalineado y algo sudoroso, agitado, como si hubiese estado corriendo de camino.

—Las demoras no son siempre bien recibidas, pero estoy agradecido de que estés acá finalmente.— Recitó nuestro querido Fahrenheit, con una lentitud y tranquilidad de la que no cualquiera osaría. 

—Sé que hay un montón de cosas de las que querés hablar. ¿Qué es tan importante para llamarme hasta acá?— Él intentaba acomodar su cabello y el cuello de su abrigo, aunque pareciera extraño, no quiso desabrigarse estando dentro.

—Sólo quería pasar el tiempo.—Dijo Fahrenheit, con la mirada hacia abajo y su rostro descansando en una de sus manos, mientras aún seguía jugando con la cucharilla.

—Aún seguís deprimido, ¿Cierto?— Preguntó con curiosidad el hombre de cabello largo y moreno.

—Pero él está bien, ¿Verdad, F?—Contestó Fahrenheit con otra pregunta, dando por hecho la respuesta. 

—Aún no entiendo. Si tanto lo amabas, ¿Por qué lo dejaste?—Cuestionó con énfasis. Fahrenheit podía sentir como sus ojos negros podían leer hasta su mismísima alma.

—No se trata de amor, F.

—Yo creo que sí. De todas formas seguías amando. Pero, también.— Se apaciguó Faith, después de una pausa, reconsiderando la respuesta de su compañero.

—También...— Fahrenheit repitió, tomándose un largo suspiro seguido de un sorbo a su café, ultra azucarado pero amargo.

—No puedo creer que Quin haya tenido razón, mientras se me quebraba el alma, sólo pude intentar callarla una vez más. Porque nunca me dejé disuadir por ella. No después de la herida que me dejó para toda la vida. Me duele tanto pensarlo, F...— Al angustiado y miserable Fahrenheit, se le empezaron a hacer agua los ojos. Cubrió su labio, que temblaba por el esfuerzo de aguantar las lágrimas y la angustia, con la manga de su suéter azul, y finalizó con la voz quebrada.—Entre risas gritó que todos se veían patéticos al dejarse guiar por la desesperación... Me ha hecho pensar que es una psicópata.

—No podés prestarle atención, recordá que ella se alimenta de tu dolor. No podés dejarla que gane, tampoco podés dejar que siga haciendo daño. Ella es parte tuya, Fahrenheit, así como yo lo soy de vos... Duele que dudes.—

Aún con un tono de total esperanza y fe, animó al pobre hombre destrozado, solo y deprimido con una última solución. 'F' tomó su mano y lo miró de forma cálida a los ojos, arrugando la nariz.

—Ellos van a irse. Pero el único hombre que vas a precisar por siempre en tu vida, es el que no puede serlo y a la vez lo es. Siempre voy a estar a tu lado, corazón. Ya no llores.—Finalizó, levantándose de la silla y acercándose, a su querido amigo de la infancia y cómplice. El hombre, que vestía exclusivamente de negro, como si se tratase de un luto eterno, secó sus lágrimas y abrazó sorpresivamente a Fahrenheit.

El resto es como una historia de fantasía. Ambos para subsistir se fusionaron en una explosión de amor, angustia, dolor y luz, para el resto de sus vidas y lo que reste y dicte de sus memorias, divididas. Forjados en un mismo cuerpo, esas dos almas aún danzan un baile que sólo grita con sonidos de silencio, la ascensión absoluta entre múltiples caminos.

En busca de amor verdadero, Fahrenheit se encontró a si mismo.

Fahrenheit and the universe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora