Aren't we just terrified?

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“¿Nos encontramos a las 20 en la playa?”

Leyó en su casilla de notificaciones. Era un mensaje de Faith. Desde hace días venían planeando reencontrarse después de un tiempo, el cual nunca terminó dándose.
Su extenso cuerpo descansaba, casi hundido entre los almohadones de su sofá. Había pasado más de un año fundiéndose entre poliéster y algodón, sin afán de tener contacto con el exterior.
La gente le aborrecía. Sentía que ya no merecía la pena hablar ni ver a nadie, porque para él todos eran mentirosos y traidores. Simplemente, ese hombre disfrutaba de la compañía de sus botellas de alcohol y cigarrillos. A veces tarareaba canciones de Sleeping At Last entre los pasillos oscuros de su desordenado departamento, y se condenaba diciendo que su único amante era la soledad.
Estaba bien. De vez en cuando alguno que otro corte, accidental o no. Y en muchas ocasiones, alguna droga lo arrullaba hasta dormirse.
Él le decía a todos que estaba bien, que daba igual. Cada día distraerse de sus ideaciones era más difícil, probaba lo que podía y en algunos momentos intentaba meter más de una sola pastilla en su boca mientras se las bajaba con alcohol. Nada servía y simplemente se había resignado tanto como se rindió aquel último día. La pandemia era el alivio de saber que no tenía que ver a nadie si no quería, que podía desaparecer y nadie se enteraría.
Fahrenheit se incorporó y entre un resoplo restregó sus ojos, dejándole entre paso y paso estrellas violetas en la atmósfera.
“Voy para allá...” Texteó Fahrenheit.
Se puso su abrigo, que cada vez estaba más roto por dentro, curiosamente, pero que se mantenía en perfecto estado por fuera. “Mientras nadie lo viera, daba igual” pensaba él.
Le dió un largo trago a una lata de cerveza que ya tenía abierta por ahí en la heladera. Esa iba a ser su merienda. Se guardó los cigarrillos y salió.
Ya era prácticamente de noche, el sol caía casi escondiéndose, siendo Febrero y en pleno verano, era maravilloso lo fresco que se sentía.
La gente a su alrededor paseaba riéndose, abrazados y entrelazados unos con otros. Fahrenheit odiaba salir y sentir esa sensación nauseabunda. Prefería caminar mirando hacia abajo, sin percatarse de la posible envidia o cólera que pudiera provocarle mirar más de la cuenta.
Cuando ya estaba cerca, sintió la esencia salada y su característico y paliativo sonido. Era divino como algo que transmitía tanta paz podía convertirse en una de las cosas más poderosas y aterradoras. Es como todo. Todo lo que te parezca sensacional y maravilloso, tiene un lado sumamente mortal.
El muchacho de pelo negro se sentó cerca de la orilla, sin que el agua le alcanzara los pies y empezó a escuchar una canción.
—Después de todo, no está tan mal estar vivo.— Pensó Fahrenheit y continuó divagando.—La gente es como las olas del mar que estoy viendo ahora mismo. Van y vienen.— Terminó recostándose completamente en la arena, aún con el abrigo puesto y sin que le importara absolutamente nada, se prendió enrevesadamente un cigarrillo.

No había nadie y le gustaba. El sol terminó por esconderse y ante él cayeron las estrellas, que resplandecientes le dictaron una gran verdad que nadie entiende, y es que para ellas, nosotros somos los fugaces.

—Perdón, llegué algo tarde,
Fahrenheit.—Apareció Faith, sentándose junto a él casi instantáneamente. Le tomó el brazo y preguntó: —¿Estás bien?—

—Siempre estoy bien, F... ¿No me
ves?—Contestó en un tono sumamente aplacado.

—Te ves ciertamente del asco. Se te ve necesitado de salir a algún bar, comer una buena comida y charlar con amigos.—El hombre mayor tomó una posición cómoda, apoyándose en su mano, con el codo en la arena y las piernas sueltas, y le arrebató el cigarrillo al menor.

—¡Eh! Te voy a cagar a piñas,
dámelo.—Alzó el tono Fahrenheit, intentando recuperarlo torpemente, empujándolo.

—Claro, vos. Me vas a “cagar a piñas”... Ni siquiera podés mantenerte derecho en la calle. Debes estar anémico, Blue.—Carcajeó Faith, burlándose.—Yo soy flaco, pero creo que vos...—

—¡Bueno, ya entendí! ¡Basta, Faith! Es suficiente.—Gritó el menor, sácandole rápidamente el cigarrillo que seguía prendido.—Estoy en la absoluta mierda, ya lo sé. No vine a hablar de eso.—Tomó una calada.

—Ya no puedo soportar verte más así... Creo que deberías hablar con
él.—Fahrenheit soltó todo el humo de golpe y se incorporó rápido.

—¿Estás loco?—Dijo estupefacto.

—No... Tal vez las cosas no salgan como esperas. Tal vez salgan bien. Las cosas sanan con el tiempo, y...—

—¿Y? Ya no tengo nada que perder porque no me queda nada, no quiero perder más gente, me da todo prácticamente igual y no tengo ganas de tener algo que sé que también se irá. Yo no quiero nada. ¡No me interesa! Nada, nadie.—Interrumpió, exhaltándose.

—¿Y no pensaste en mí...? Nunca pensás en lo que nosotros queremos...—Soltó en un tono muy bajo, Faith. Las lágrimas que apenas se asomaban en los ojos del esbelto muchacho se perdieron en el color de las olas perpetuas, reflejando cada vez más la luz de la luna.

—No tengo ganas de que alguien a quien no le importo me haga daño otra vez. Son todos una mierda.—Fahrenheit se dió vuelta en dirección contraria a su acompañante, dándole la espalda. Hubo un par de segundos de silencio.

—¿¡Qué acaso no te das cuenta, que la única mierda, sos vos!?—Escupió sus palabras en un grito ahogado de lágrimas que lo sosegaron hasta el mutismo. El menor se sobresaltó por un segundo por su grito, pero intentó ignorarlo, sin moverse ni voltearse.

—¡Nunca encontré a nadie mejor que él! ¡Él es el único que sabe que estoy vivo!—Faith se colocó rápidamente sobre el demacrado muchacho, tomando con violencia sus muñecas y obligándolo a mirar hacia arriba, en donde estaba él. Comenzó a sacudirlo con fuerza y a subir el tono cada vez más alto, mientras Fahrenheit soltaba algún que otro gemido por lo bajo a causa del dolor.

—¡Basta! ¡F-Fai...!—

—No importa cuánto tiempo pase, no puedo parar de pensar que nunca pude hacer nada... Nunca pude hacer lo que quería.—Lo interrumpió, sollozando estrepitosamente sin parar. Las respiraciones agitadas y ahogadas se deslizaban por su garganta intentando encontrar más oxígeno. Disminuyó lentamente la fuerza que imponía en las muñecas de su contrario, hasta finalmente dejarlas caer.

—Perdón, Faith... Fui muy egoísta. Tengo mucho miedo de que vuelvan a hacerme daño, pero no por esa razón tengo que afectar a los demás...—El mayor retiró su peso, levantándose de encima de Fahrenheit, y se acostó a un lado, aún llorando, en silencio.

—Yo sé que puedo arreglarlo... No, no... No llores.—Blue cálidamente rodeó con los brazos a su amigo, reposando su barbilla en su hombro. Posteriormente le acarició la espalda y exhaló de forma pausada.
—Lo voy a arreglar.— Determinó.

Fahrenheit and the universe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora