~Mi suegra me envenenó.

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>Lo más aterrador de la historia que les contaré, no fue que mi suegra decidiera envenenarme, sino descubrir los motivos que la llevaron a esto, mi nombre es Laura y esta, es mi historia.<

Luis llegó a mi vida durante una de mis escasas vacaciones y, desde el comienzo, nuestra relación fue como un rayo, nos enamoramos perdidamente uno del otro y en apenas ocho semanas estábamos contrayendo matrimonio en el registro civil, todo sin haber conocido previamente a las familias, estábamos tan enamorados que todo paso como una estrella fugaz. 

Mi familia tuvo la cortesía de visitarnos algunas semanas después del matrimonio y, tras esa impresión inicial, realmente terminaron aprobando a Luis. Cuando empezamos a vivir en pareja y experimentar la vida de un matrimonio, obviamente me contaba sobre sus padres, que vivían muy cerca a su enorme familia a tan solo unas horas de camino, pero durante meses no tuve el honor de conocerlos, tengo una agenda bastante apretada. Mis jornadas laborales oscilan entre 6 y 7 días por semana, además que los días de descanso básicamente consisten en atender citas y recados.

Antes de conocer a Luis había trabajado durante varios años, y creo que en ese lapso salí de la ciudad una sola vez. Seis meses después de casarnos, finalmente me dieron unos días libres y tuve la posibilidad de visitar a la tan famosa familia de Luis. Todos se dieron cita y parecían auténticamente emocionados de conocerme, excepto por mi suegra, Gabriela, Ella, era esa clase de mujer fría y distante capaz de sentarse frente a ti sin decir una sola palabra, nunca pensé que conocer a mi suegra sería una situación tan incómoda.

Como quería ganar su aprobación, seguí buscando la manera de hacerle conversación. Para el último día, Luis me dijo que haríamos una caminata por la tarde en un parque próximo a la casa de sus padres. Gabriela había preparado el almuerzo y, cuando me cambiaba para empezar el recorrido, fui invadida por una intensa oleada de nauseas, me sentía fatal, toda la tarde estuve metida en el baño, vomitando. Creí que algún alimento me había caído mal.

Meses más tarde, regresamos y la experiencia fue encantadora, excepto por el comportamiento de Gabriela, mi suegra. La mujer no me dirigía la palabra, aunque Luis le restaba importancia a esta situación y se excusaba diciendo que su madre me estaba conociendo y que no tenía confianza. Para hacerme sentir mejor, propuso que alquiláramos motos acuáticas y diéramos un paseo en un lago próximo, me emocioné tanto que no dudé en contarles a todos sobre el paseo. Pero las cosas volvieron a salir mal y, después de comer la comida que preparó mi suegra, terminé tan enferma que apenas y pude levantarme de la cama en dos días. En ese punto ya empezaba a sospechar: todos ingerían la misma comida y nadie más enfermaba ¿por qué solo a mi me ocurría? Aparentemente, Gabriela estaba tramando algo muy malo pero no llegaría a descubrirlo sino hasta nuestra próxima visita.

Nuestro siguiente viaje sería un recorrido por los senderos y una noche romántica con Luis en una cabaña y nuestros planes fueron cancelados nuevamente, pues volví a enfermar y esta vez estaba segura: Gabriela me estaba envenenando. Luis me dijo que estaba loca, argumentó que probablemente era una reacción alérgica a algún ingrediente o utensilio que su madre empleaba en la cocina, una situación que me parecía probable, aunque jamás tuve oportunidad de revisarla. A pesar de esto, para el próximo viaje decidí llevar una cacerola. Si yo misma cocinaba la comida y la servía, era imposible que le añadieran algo.

Cuando íbamos a cenar, ni siquiera había dado el segundo bocado cuando me di cuenta que había perdido de vista el vino mientras calentaba la comida, lo que explicaba ese malestar en mi estómago. Ya sabemos lo que pasó después, y no fue nada agradable. Estaba tan convencida de que mi suegra me había estado envenenando que enfrenté a Luis. Le dije que mientras ella estuviera ahí, jamás volvería a visitar a su familia. Aquella fue nuestra primera gran discusión, aunque finalmente terminó accediendo a que no fuera a las visitas, y me dijo que con el tiempo encontraríamos una forma cordial de lidiar con esta situación. Esa mujer jamás había mostrado amabilidad hacía mi persona, por lo que no tuvo mucha importancia para mí.

La próxima vez que tuve vacaciones, tomamos la decisión de ir a esa cabaña que alquilamos antes y a la que no pudimos asistir por mi enfermedad. La residencia de su familia nos quedaba de paso, y me pareció grosero no detenernos a saludar, así que llegamos a un acuerdo y compramos algunas pizzas. Le dije que no bebería nada más que agua directo del grifo. Llegamos y repartimos las rebanadas de pizza en los platos cuando uno de los primos llegó y todos fuimos a saludarlo, dejando brevemente la comida sin supervisión. Casi de inmediato me di cuenta del error, por lo que decidí cambiarle la jugada a mi suegra. Luis, al igual que yo, tenía dos rebanadas de pizza, así que cambié el plato mientras todos estaban en la sala.

Luis se enfermó tanto que realmente llegué a preocuparme por él. El viaje de regreso fue aterrador, tuvimos que parar muchas veces y venía hecho un completo desastre. Apenas habían transcurrido tres días cuando me derrumbé y terminé confesándole que había cambiado la comida. Nunca lo había visto tan molesto, la rabia en sus ojos es algo que me acompañará el resto de mi existencia. Me empujo y se abalanzó sobre mí. Me tiró en el sofá y, de alguna manera, me las arreglé para liberarme, tome las llaves, el teléfono y salí corriendo completamente descalza. Tuve suerte de que el ascensor estuviera cerca y logré ponerme a salvo en casa de un amigo. Decidí apagar el teléfono cuando el total de llamadas perdidas casi llegaba a 50, no sabía qué hacer ni mucho menos si era seguro regresar a casa. Fue una de las experiencias más deprimentes de mi vida, pensé que Luis era el amor de mi vida.

A los dos días finalmente decidí volver a encender mi teléfono, y me percaté que tenía un mensaje de la policía, al leerlo, rápidamente me dirigí hacia el norte, Luis había muerto, Gabriela, su madre, le había disparado después que irrumpiera en la casa para atacarla con un cuchillo. También supe que Luis estuvo casado con otra mujer, misma que perdió la vida durante un trágico accidente en una caminata. Luis obtuvo una fuerte cantidad de dinero por el seguro de vida y Gabriela siempre sospechó que su hijo la había asesinado a propósito.

Por ese motivo, Gabriela evitaba a toda costa que saliéramos a lugares remotos, especialmente a esos senderos con los que él estaba tan familiarizado desde pequeño. Entonces, Gabriela se aseguró de que cada vez que él planeaba una excursión, yo me enfermara. No fue nada fácil, pero mi suegra creyó que jamás le creería, ya que nadie más en la familia compartía sus sospechas respecto a Luis. Al poco tiempo, encontré las pólizas de seguro de vida que mi esposo había contratado a mis espaldas, esperaba hacerme lo mismo que a su ex-esposa, decidí no presentar cargos contra Gabriela pues solo intentaba salvar mi vida, ella fue liberada tras comprobarse que sólo se defendió, en ocasiones suelo visitarla ocasionalmente cuando salgo de la ciudad, me encanta su comida y ella prefirió siempre la verdad y cuidarme antes que la vida de su propio hijo, Luis, un asesino.

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