Profanación parte II

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                                                                               ⊰ Perséfone ⊱


El rey se detuvo, estando profundamente en su interior, le concedió ese instante de misericordia y por más que ella le odiara, en su mente le agradeció. Perséfone tranquilizó su respiración y se obligó a sí misma a controlarse, a centrar su mente en las nuevas sensaciones y no en el pánico, a notar como el dolor poco a poco iba disminuyendo mientras se relajaba. No movió sus manos de los hombros ajenos y se contuvo de empujarle o apartarle, temía que pudiera tratarle más bruscamente o en un arrebato de violencia volviera a acometer. Él había avanzado hasta reclamar su cuerpo por completo, llenándola, estirándola y obligándola a adaptarse a él.
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Las piernas de la diosa temblaron cuando le sintió moverse y en un acto instintivo las presionó contra los costados de él como si pudiera detenerle, fue capaz de sentir la dureza de los músculos masculinos, la tensión de Hades mientras entraba en ella lentamente y como la piel, pálida y suave, rozaba cada vez más contra la suya.
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El dolor que tanto temió se repitiera no volvió a manifestarse, mas la incomodidad reinaba cada que él se retiraba e introducía eliminando la distancia entre ambos. Suaves quejidos empezaron a abandonar sus labios así no lo quisiera y aunque se encontraba avergonzada, no podía ocultar nada del escrutinio del rey. Ver a los ojos del dios del inframundo era como mirar la propia muerte, el alma ultrajada y débil se rendía ante su destino, un final inevitable que, aunque podías anticiparlo claramente, no había nada ni nadie que te hiciera voltear a otro lugar, que te ayudara a escapar. Hades era la perdición de cualquier ser vivo y la esperanza de aquellos condenados a muerte, él era su verdugo y sus irises verdosos fijos en los contrarios solo podían pedir clemencia.
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Hades estaba allí, donde nadie nunca se había hallado, grabándose en su mente y cuerpo con un acto tan pecaminoso e íntimo que no podría olvidarlo jamás. Los movimientos del dios no le daban tregua ninguna y aunque reconocía como el malestar iba menguando, no lograba decidir si las nuevas sensaciones la atemorizaban más. Pequeños escalofríos comenzaron a recorrer su figura y cuando le vio descender a su encuentro no consiguió rehuirle más, el ritmo antes pausado tomó mayor ímpetu, llevándola a hundir sus dedos nuevamente en la carne nívea de aquellos hombros y el constante roce del vientre masculino contra el centro de su cuerpo arrancó un gemido de placer que la joven diosa no pudo controlar.
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El rubor la cubrió colmada de vergüenza, cerrando sus ojos a la realidad y sometiéndose al dominio. Sus labios, abiertos para él, le impidieron acallar los sonidos que le provocaba y Perséfone, sin tener otro refugio que su propio carcelero, afianzó su agarré hasta rodear el cuello del rey con sus temblorosos brazos. Una excitación creciente y desconocida se estaba apoderando de ella, atemorizándola incluso más que el dolor que ya había enfrentado. ― Estoy asustada.— Confesó la primavera, temiendo más que nunca la llegada de palabras hirientes y crueles.

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora