Paula Jaraquemada Una patriota generosa, consagrada a ayudar

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Valiente y decidida, doña Paula fue una solidaria patriota en los tiempos de la Independencia y se distinguió por la energía de su carácter y por su gran valor. Por la importancia de su apoyo, quizás fue la mujer más importante en facilitar la independencia de Chile.

Paula Jaraquemada, nació el 18 de junio de 1768, tenía 46 años el año 1814, era descendiente de un Gobernador y de altos militares del reino de Chile, era la dueña de la Hacienda Paine, que en el año 1814 contaba con 4.000 hectáreas y estaba dedicada a la ganadería, esta hacienda estaba a 40 kilómetros de la plaza de Rancagua y se llegaba a ella siguiendo el Camino del Inca. Sus padres fueron Domingo Jaraquemada y Cecilia de Alquizar, quien era pariente de los hermanos Carrera.

Hoy en día, la Casona Colonial de la Hacienda Paine, es un monumento nacional y el fundo ahora se llama Santa Rita. En este fundo se produce el vino 120 de Santa Rita, ya que, en el atardecer del 2 de octubre de 1814, hasta allí llego Bernardo O'Higgins con 120 soldados huyendo de la muerte. En la plaza de Rancagua habían quedado 700 cadáveres, 400 que cayeron en el combate mismo y 300 heridos que fueron ajusticiados por el ejército realista.

Un caballo, al galope constante resiste 40 kilómetros, la distancia justa hasta la hacienda de esta patriota que les dio protección, alimentos, y caballos frescos para continuar viaje rumbo a Santiago, adonde llegaron al amanecer del día 3 de octubre de 1814.

El año 1817, el Ejército Libertador entra triunfante a Chile, pero al año siguiente llegan refuerzos españoles y el 18 de marzo de 1818, en la ciudad de Talca se produce el llamado Desastre de Cancha Rallada, que parecía ser un nuevo Desastre de Rancagua. San Martin y su ejército toman rumbo a Santiago, De improviso el general es detenido en su marcha. Un grupo de jinetes le intercepta el paso, y Paula Jaraquemada, montada sobre un brioso caballo, una verdadera amazona, le dirige la palabra ofreciéndole ese grupo de bravos, para reemplazar las bajas que la derrota acababa de hacer en sus filas.

Ella había formado un batallón con sus inquilinos, y además ofrece al general San Martin su hacienda de Paine para alimentarse, descansar, cambiar cabalgaduras, auxiliar a los heridos y como cuartel para planificar la estrategia final contra el ejército realista.San Martín terminó instalándose en su hacienda, utilizándola como cuartel general. Ella, con una entrega y generosidad admirables, no solo escondió a patriotas perseguidos, sino que además dispuso una de sus casas como hospital, para atender a los soldados heridos en combate.


De esta manera cooperó a la batalla de Maipú, donde se sella el triunfo de la causa patriota.Ya se había retirado San Martin y su ejército hacia Santiago, doña Paula estaba tomándose el último mate en uno de los corredores de la hacienda, cuando se presentó un grupo de soldados españoles, que estaba al tanto de su acendrado patriotismo, y andaba en busca de víveres, forrajes y animales para su causa. El oficial que los mandaba, demostrando una falta de respeto y educación, en vez de solicitar lo que necesitaba, se limitó a pedir las llaves de la bodega. Doña Paula le respondió que, si querían víveres, se los proporcionaría, pero que las llaves de la bodega no las entregaba, porque ella era la dueña de la casa. Tal respuesta enardeció al capitán, acostumbrado a que los dueños de fundos los atendieran en forma más sumisa, y ordenó a sus soldados que dispararan sobre la noble matrona. Ella avanzó y pegó su pecho a las bocas de los fusiles, desafiándolos abiertamente. El oficial, indignado con esta mujer majestuosa y enérgica, ordenó que le prendieran fuego a la casa. Doña Paula se volvió y con la punta del pie volcó el brasero, haciendo rodar los carbones encendidos. Luego les espetó que, si querían fuego, ahí lo tenían. El capitán se sintió avergonzado, dio vueltas a su caballo y se retiró con sus soldados, echando juramentos contra la altiva mujer.


Terminada la guerra de la Independencia, Paula Jaraquemada se entregó por completo a aliviar a los pobres, auxiliándolos, brindándoles favores y socorriendo su miseria; llevó aún más su caridad, hasta las cárceles, donde fue un verdadero apóstol, llevando el con suelo con sus palabras y con su piedad. Incluso llegó a conseguir un permiso especial para acompañar a las internas de Santiago, entrando a la prisión libremente, sin que nadie le pusiera problemas. Y lucho incansablemente por mejorar la situación de las detenidas, especialmente en la Casa Correccional de Santiago.


Murió en Santiago el 7 de septiembre del año 1851, a los 83 años, pero hoy a diario escuchamos su nombre que es usado en Fundaciones, colegios y en el hospital Paula Jaraquemada. El ayudar en causas justas, era su misión

 El ayudar en causas justas, era su misión

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