Capitulo 9

120 17 2
                                    


Las celebraciones quinteranas llegaban a su término.
Ese fin de semana tenían lugar las dos últimas festividades que eran, también,
las más esperadas por los veraneantes. El viernes, la Noche Veneciana en la Playa del Durazno; y el sábado, la gran velada en el Yachting Hotel, que incluía la coronación de la reina. Camila quería asistir a ambas y su madre no iba a oponerse.

La Noche Veneciana fue amorosamente plácida para nosotras. Llevamos una
gruesa manta y nos sentamos en la explanada que hace de contrafuerte de la playa.

Por los parlantes se emitía música de moda, de la romántica, puesto que las piezas
agitadas habrían roto el hechizo del festejo. Las embarcaciones adornadas con
guirnaldas encendieron, de pronto y muy ordenas, sus farolitos; algunas los
llevaban en hilera desde el mástil hasta proa y popa, dibujando así un velamen
luminoso que se recortaba en la oscuridad, proyectando sobre las aguas inquietas,
reverberaciones.

Cuando la cadena de múltiples fuegos artificiales destello allá en el muelle y
salieron disparados al cielo los cometas y estrellas fulgurantes y fugaces, miré a Camila. Al ver el asombro de sus ojos maravillados y el invariable candor de su
sonrisa, sentí que me inundaba de ternura; apreté mi cuerpo al suyo y nos dimos un
beso largo, largo: fue el más duradero que nos dimos nunca.

Nos interrumpió una voz que desde los parlantes invitaba a presenciar el arribo
de los españoles a la costa americana.

-¡Mira, mira! -exclamó Camila. El simulacro que se estaba representando la
llenó de júbilo y desasosiego; parecía creer en él como algo verdadero.

De la más elegante de todas las embarcaciones transbordaron a un bote a tres conquistadores con sus armaduras de papel plateado, grandes espadas que
resplandecían y una cruz, mientras desde la playa los acechaba, tiritando de frío, una
docena de jóvenes con las caras pintadas y el torso desnudo.

Terminada la función, algunos muchachos encendieron fogatas en la playa y los
espectadores se acercaban a una u otra para sentarse en círculo, convocados por el
calor y la luz del fuego, y por el deseo de continuar juntos, de quedarse ahí las parejas cantando y acaramelándose.

Divisé a Verónica y Lucia en el gentío.

-Tenemos que irnos -me dijo Camila.

Asentí; nos convenía no demoramos y así asegurar el permiso para la noche
siguiente.

-¿Sabes, Lolo...?

-Dime, Camila.

-Yo conozco el cuento de Cenicienta; me gusta mucho, ¿y a ti?

-A mí también.

-Yo, yo tengo que llegar siempre a casa antes de medianoche, como Cenicienta,
¿te acuerdas?

-Sí, Camz.

La abracé por la cintura y nos encaminamos hacia la salida de la Playa del Durazno. Mañana iríamos a la gran velada; con ella se cerraba la semana quinterana.

Después de esa celebración se abría para mí, para nosotras, un tiempo distinto,
impreciso; aunque no tan insospechado en realidad. Yo no quería ver lo que se
pronunciaba para el inmediato porvenir, pero lo principal lo sabía: Camila iba a
partir de un momento a otro, su padre la vendría a buscar cualquiera de los próximos días. Pero yo trataba de echarme tierra a los ojos, de aferrarme a la cotidianeidad, de manera de no pensar, de no afrontar reflexivamente lo que se venía encima, porque ¿qué sentido tendría desesperarse ante lo inevitable? Pero la inquietud minaba igual.

No dependía de mi voluntad, eso era lo peor. Pronto nada obedecería a mis deseos,
salvo que... Sí, salvo que yo la siguiera, salvo que me fuera tras de ella. Pero, ¿sería
eso posible? Estaba a la vista que los padres de Camila habían permitido la existencia de nuestra relación; que en el fondo la toleraron controladamente también, porque ellos sabían el exacto advenimiento del plazo. El plazo. ¿Cuántos días nos quedaban? Tres, cuatro... A lo más una semana. ¿Y después? Ése era el vacío, ése era el vidrio empañado que me dejaba frente a mi propia soledad; sentía ese porvenir como un encierro y me sofocaba íntimamente la sola idea de despertar una mañana y saber que ella ya no estaría esperándome en la playa de la caleta.

¿Y si la seguía? ¿En qué iba a convertirme...? ¿Estaba dispuesta a ir de pueblo en pueblo, de villorrio en villorrio, tras la caravana de un circo pobre, como un obseso?

-Es de disfraces.

Volví a la realidad al oír su voz.

-¿Qué dices, Camila?

-Que el baile de mañana, el de la gran velada, es de disfraces.

-Ah, sí, claro. Pero no es obligatorio asistir con disfraz, uno puede ir como quiera.

-Yo tengo vestidos muy bonitos.

-¿Sí?

-Sí, Lolo, del circo, cuando yo hago mi entrada en la función soy igual a una
reina, por eso tengo trajes muy lindos. ¡Ay, Lauren, te gustarían tanto mis trajes!
Mañana me pondré uno.

-Yo iré únicamente con antifaz.

-Yo también llevaré antifaz. -respondió Camila

What Is Love? (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora