Capitulo 2

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Esa noche cenamos más temprano que de costumbre en casa. Mi madre había
preparado un mariscal.

-Han estado ustedes muy perezosas este año para la pesca y el marisqueo -hizo
notar la tía Clark-. Hemos tenido que comprar todos los ingredientes del mariscal; no nos han traído siquiera un par de locos o machas.

-Es que estamos dedicados a pescas mayores -saltó Verónica.

-No me cabe duda -opinó mi madre-, y parece que es en familia la cosa.

-Ah, claro, ya me lo había imaginado yo -intercaló la tía-; pero digan quién es
de quién.

-Las intercambiamos para no aburrimos -saltó Vero con una carcajada
contagiosa.

Después del postre, Verónica me llamó a un lado y me dijo en voz baja:

-Tenemos que conversar, y como estas señoras están un poco intrusas, más vale que nos vayamos a otra parte.

Estuve de acuerdo.

-Vamos a un lugar diferente, donde no nos topemos con gente conocida; pienso
en el casino del Papagayo.

Una buena ocurrencia. Ese casino era un establecimiento que tenía su especie
de doble vida. Durante el día funcionaba como restaurante, vendiendo al mesón
bebidas, helados y empanadas de mariscos para los jóvenes mientras los mayores
se sentaban a jugar a los dados o a las cartas, tomando pisco sour o vainas
ajerezadas.

Alrededor de las diez de la noche el lugar experimentaba una transfiguración:
adquiría aires de ordinaria quinta de recreo. Se reunían allí a beber, comer y bailar grupos diversos integrados por pescadores, empleadas domésticas, reclutas de la Base Aérea y de la Gobernación del puerto, mozas de comercio, trabajadores, hombres que llegaban sin pareja y muchachas con las que era posible poner fin a esa situación. Y también gente de trigos no muy limpios; sí, era un sitio donde concurrían tanto sencillas familias en plan de alegre celebración como terribles contrabandistas y una que otra prostituta.

Cerca de la medianoche el casino del Papagayo despedía olores de fritanga y
vinos ácidos. Su interior, conformado por una sola gran galería vidriada, tenía por
fondo un tramo del cerro rocoso, contrafuerte de la playa, y al frente, las arenas y el mar. Era una construcción de traza frágil y ligera que, allegándose a las aguas,extendía una superficie de tablones asentados en pilares de concreto, de modo que durante las mareas altas se estaba ahí como sobre una balsa estática.

Verónica y yo escuchamos la música rítmica y estridente del casino tan pronto
empezamos a bajar por las gradas de la Playa del Papagayo.

-De lo que quiero hablarte es de Lucía, como supondrás -me decía Vero.

-No tenía la menor sospecha -le contesté-, se ven ustedes de lo más bien, sin
asomo de problemas.

-Por lo mismo, Lauren, tú sabes que yo en Santiago tengo mi...

-Pero, Vero -lo interrumpí-, no me vas a decir que tú sufres de monogamia
aguda.

-El problema es que...

-No hay problema alguno -me envalentoné-. Lucía y Keana viven en Valparaíso, así que puedes escribirte con Lucía y nadie va a soltar el soplo, y si de vez en cuando te pegas el viaje al puerto, nadie te acusará.

Verónica movía la cabeza de un lado al otro.

-Mira -continué-, el año pasado yo le escribí a Keana desde Santiago, y si bien
yo no tenía novia fija, me di cuenta de que sería posible -dado el caso, claro- tener de
a dos.

What Is Love? (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora