Capitulo 14

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Al otro día, después de almuerzo, partimos con Verónica en el bus. Yo me bajaría
en Concón mientras ella continuaba a Santiago para pasar allí la noche y viajar al día siguiente al norte. Mi amiga me aseguró que en Santiago actuaría con la mayor
cautela. En el hecho, el riesgo se presentaba en aquella única noche; mi padre, al ver
que yo no llegaba a mi casa, podría querer, cuanto menos, hablar conmigo por teléfono para tener noticias de mi madre y también para entregarme, de paso, algún dinero.

Decidimos con Vero que lo más apropiado era que ella desconectara su teléfono
tan pronto llegase a su casa. Aun así existía la posibilidad de que mi padre resolviera
hacerse presente, pero esto no era muy probable, porque él ignoraba la fecha exacta en que yo pasaría por Santiago. Lo que sí tenía yo por seguro era que, antes de un par de semanas, como máximo, mi padre se pondría en contacto para tener noticias y ahí mi ausencia iba a quedar al descubierto.

-Se va a desesperar -me dijo Verónica- y yo voy a recibir el bolo de nieve en Monte Patria.

-No sé -le contesté, sabiendo que sí, que las cosas serían tal cual ella las presumía.
Intercambiamos algunas ideas para dar con una solución, pero no encontramos
ninguna.

-No te preocupes -le dije-, para entonces algo se me tiene que ocurrir.

-¡Ah, ya! Con eso me quedo muy tranquila.

-¿Qué te parece si le digo que su
hija anda por los pueblos trabajando de payasa? Qué cómico lo hallaría, ¿no?

-Mi padre es muy comprensivo y...

-¡Vaya, cómo va a necesitar serlo ahora! ¡Ya te quiero ver!

A medida que nos aproximábamos al balneario de Concón empecé a sentir una inquietud creciente. Verónica se dio cuenta y me prestó ánimo con su sentido del
humor.

Cuando el bus entró en la balsa que nos trasladaba al otro lado del río Aconcagua, divisamos el circo. Lo habían levantado muy cerca de la ribera, en un sector popular que venía a continuación de las residencias del balneario.

-Te llegó la hora, Lauren.
Asentí.

-Todavía te puedes arrepentir, Laur.

-No, me quedo aquí.

Vero me miró sonriendo:

-Como diría mi abuelita: no la veo muy alentadita, mijita.

-¿Sabes una cosa, Verónica?

-Di no más.

-Me siento como la primera vez que fui a clases, como el primer día de colegio,
guardando las diferencias.

-Sí, más vale que guardemos esas diferencias; mira que no me imagino
respondiéndole a tu padre: ¿Sabe, tío mike? Fíjese que Lauren se quedó por ahí.

Verónica soltó la carcajada y me contagió, sacudiéndome un tanto el nerviosismo.
La balsa atracó y, una vez que el bus estuvo en tierra firme, los pasajeros, que para disfrutar del paisaje se habían bajado, volvieron a abordarlo.
Antes de subir, Vero me dijo:

-Te voy a decir qué es lo que más me gusta de tu aventura.

-Sí, dime.

-Que tu chica te haya puesto el mundo tan pero tan patas p'arriba. Buena
suerte, Lauren.

Y ahí iba yo, a paso lento con mi pesada maleta.

Cercanas a la carpa había dos tiendas y, algo más allá, un par de camiones; a
uno lo reconocí como aquel en que su padre fue a buscar a Camila a Quintero; el
otro se le asemejaba por lo viejo e igualmente pintarrajeado. En sus bandejones de carga habían acondicionado lonas a modo de techo, de manera que los utilizaban también como habitaciones.

Entre las tiendas y en tomo a una mesa rectangular muy larga se notaba el ajetreo de varias personas, en particular mujeres. Vi un par de niños; el más chico, un rubio claro, fue el primero en advertir mi presencia. Se vino corriendo hacia mí y se detuvo a un paso de distancia.

-¡Hola! -dijo-. Tú eres la amiga de la Mila, ¿no?

Esa espontaneidad del niño me puso al tanto de que para nadie allí sería una
sorpresa mi aparición. En efecto, al poco rato era saludado con cordial naturalidad por hombres y mujeres, con la sola excepción del primo, que se limitó a alzar una ceja.

El padre de Camila salió de una de las tiendas y se allegó a la mesa con esa
calma que no parecía abandonarlo nunca.

-Qué tal, Lauren. A ver, lo primero es lo primero, te voy a presentar a la
familia.

Los fue nombrando uno por uno y cada cual me dedicaba una inclinación de
cabeza. Por la reiteración de los apellidos me di cuenta de que ésa era realmente una familia; mejor dicho, un grupo familiar con dos entronques: uno integrado por
parientes de la madre de Camila y otro al que pertenecían personas ligadas consanguineamente a su padre. Las edades oscilaban de los veinte a los cuarenta y
algo más. El padre de Camila, a quien todos trataban con respeto de "don Alejandro", era el mayor.

Como habría de constatarlo en los días por venir, esa gente estaba unida por un vínculo en que se combinaban el afecto y el oficio de una manera sólidamente
armoniosa. Las diferencias que emergían entre ellos eran resueltas por un imperio de jerarquía implícito, que impedía la consolidación de desavenencias serias o duraderas.

No obstante el preciosismo de sus disciplinas, había algo de primitivo en su forma de trabajar, divertirse y amar. Esa gente convivía. Supieron siempre que yo no iba a ser uno de ellos, pero aparentaron el ensamble y me hicieron más llevadera mi extraña circunstancia. Muy probablemente, algunos de ellos, los menos, no estaban de acuerdo con la forma en que los padres de Camila habían encarado la entera situación, pero no me lo reprocharon ni con un matiz, salvo, por cierto, el primo.

-Aquí todos tienen que pagar su plato, Lauren; así es la cosa porque en
el circo la olla la paramos entre todos.

-Sí, sí, señor.

-Sí, sí, dices, a ver cómo te las arreglas en el quiosco. Eso es, ahí estará tu
tarea, para empezar.

-¿El quiosco?

-Sí, muchacha, tenemos uno adentro de la carpa y a ti te va a tocar atenderlo,
vender durante la función y los intermedios bebidas, helados, café, barquillos. ¿Qué te va pareciendo?

-Está bien.

-Y por la noche vas a dormir en el mismo quiosco, es abrigado, harto aserrín en
el piso.

-¡Lauren, Lolo!

Era ella. Camila bajaba de la tienda armada en uno de los camiones y venía
hacia mí, radiante con su sonrisa que me calmó, me inundó y me dispuso.

What Is Love? (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora