Capitulo 11

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La noche estaba sin viento, sin brisa siquiera, pero hacía frío.
Camila se tapó con su capa, yo me metí el tongo hasta las orejas, me puse
el antifaz y abrazadas nos encaminamos hacia el Yachting.

A las dos cuadras de distancia coincidimos con otras parejas y grupos, y al acercamos al hotel vimos una creciente cola de veraneantes a la espera de pagar las
entradas. Se formaban tumultos contra la reja y algunos muchachos se empujaban
unos a otros con el evidente propósito de pasar colados, pero un par de guardias
muy alertos intervenía, conminándoles a integrarse a la fila.

La inmensa mayoría iba con disfraz. Abundaban los piratas, las campesinas a la tirolesa, Robin Hood, hawaianas, jeques y odaliscas; también se distinguían algunas
muchachas ricamente vestidas de dama belle époque o doncella medieval, y otras de femme fatale ostentosamente enjoyadas y con larga boquilla entre los labios de
frambuesas. Sin embargo, de las más vistosas y originales indumentarias, y de la belleza insinuante y ambigua de tanta fruta pintona jugando a mujer, Camila era la
que más atraía las miradas. Esto se me hizo del todo evidente cuando entramos a paso
rápido, casi a la carrera, a reservar nuestra mesa. Las del interior del salón estaban ya
ocupadas; despreciamos las del patio engravillado porque la malla de Camila no iba a protegerla del sereno de la noche y, además, allí en el bar divisé una, a la que
alcanzaramos a llegar junto a otra pareja, con la que tuvimos que compartirla.

La orquesta, al fondo del salón, estaba tocando un rock'n roll y la terraza
empezó a verse invadida. Nuestros compañeros de mesa nos pidieron que les
cuidáramos su sitio mientras iban a bailar. Todavía se corría el riesgo de que los
que llegaban tarde le usurparan a uno la mesa, a menos que sobre ésta hubiera vasos. Así se lo hice notar a la pareja.

-Tiene razón -asintió el muchacho, quien, como su mujer, estaba disfrazado
muy malamente de vaquero-. Llamemos al mozo y pidamos algo.

Tuvimos que esperar un buen rato porque, si bien el Yachting había duplicado el
servicio, los mozos se hacían pocos trotando de un lugar a otro, atendiendo los pedidos que se les acumulaban en esos momentos iniciales de mayor requerimiento. Por fin uno se acercó.

-Dos gin con gin -dijo el vaquero.

-No, yo quiero cuba libre -corrigió ella.

Le pregunté a Camila lo que deseaba.

-Algo sin alcohol.

-Las gaseosas y los jugos valen igual que los tragos combinados, señorita -
informó el mozo-. No importa lo que tome, igual está pagando el cubierto, doscientos
por cabeza.

-Algo sin alcohol -repitió ella.

-Tráiganos una primavera y una piscola; ¿está bien, Camila?

-Sí, sí.

-Podrían sacarse los antifaces -opinó el vaquero-; si no, se van a acalorar
demasiado. No le hicimos caso.

-Su disfraz es maravilloso -dijo la vaquera. Sin ser bonita, tenía una cara de
facciones menudas, graciosas.

-No es disfraz -contestó Camila.

La pareja optó en adelante por hablarnos el mínimo.

Ahora las mesas estaban todas ocupadas y seguía llegando gente, ubicándose
en los bancos del patio y del jardín. También los semimuros de la terraza se vieron abarcados, mientras en la barra del bar se juntó un tumulto tan crecido que había que hacer allí los pedidos gritando.

De pronto una agitación contagiosa recorrió a la multitud. Un Buick y un
Oldsmobile, coludos y descapotados, se estacionaron frente a la reja. Hacían su
entrada las cinco finalistas, rodeadas de sus padrinos, de entre los cuales saldría el rey
feo. Se dirigieron hacia el salón donde les estaba reservada una larga mesa adornada con muchos ramos de flores.

What Is Love? (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora