9. Café solo, café con leche.

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Valencia, 7 de diciembre

El bar Montecristo parecía endiabladamente cotidiano. La gente, usualmente personal sanitario y trabajadores de la zona, iba y venía entre cafés, pinchos de tortilla, porras y pulgas. J.A. y Rocío permanecía en silencio y con unos cafés sobre la mesa de madera. Él tenía los brazos cruzados y se distraía mirando a la gente. Todos con vidas sencillas y ajenos a los horrores que albergaba el cosmos. Rocío tenía el teléfono móvil en la mesa, y hacía tiempo que su mirada, fijada en el dispositivo, se había perdido. Luis no les creería, ella perdería su empleo y durante el resto de su vida tendría que estar cavilando todo tipo de historias para eludir una realidad demasiado extraña como para resultar creíble.

En la pared, más allá de la barra, había colgado un sencillo reloj analógico. Rocío estaba de espaldas pero podía verlo reflejado en un espejo. Dio un sorbo al café con leche y se fijó en el reflejo. El corazón le dio un vuelco al ver que estaba parado. Rápidamente, y ahogando un grito, miró su teléfono.

—¿Qué hora tienes tú? —le preguntó al compañero, solo por asegurarse.

—¿Qué pasa?

—Ese reloj, el de la barra —dijo señalando—, se ha parado.

—Será porque no tiene pilas.

Rocío cruzó los brazos sobre la mesa y agachó la cabeza, ahogando un quejido. ¿Ahora iba a tener miedo de los relojes? J.A. continuó mirando el trajín de clientes y camareros. Solo le quedaba disfrutar de lo habitual desde lejos, sin llegar a participar de ello. Dio un trago al café solo y se recostó en la silla. Al dejar el vaso en la mesa, Rocío le miró todavía con la cabeza sobre sus brazos.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

—Porque nadie intenta matarnos. No sé, ahora mismo eso me parece un lujo.

—Tiene que haber una explicación razonable a todo esto. Algún tipo de alucinación colectiva, no sé. Quizás hemos estado expuestos a una droga o un fármaco.

J.A. volvió a beber de su café y se quedó contemplando su vaso con absoluta admiración.

—Oye, ¿ahora vas a quedarte flipando con un vaso?

—Estoy intentando pensar la clase de situación rocambolesca que podría explicar lo que nos ha pasado.

Rocío se incorporó y le miró con el ceño fruncido.

—¿Te  burlas de mí? —J.A. negó con la cabeza— Entonces no  lo llames así. Parece que te resulta más fácil creer en esas cosas. ¿Es que acaso solucionaría todos tus problemas existenciales? ¿Necesitas creer en algo y esto te ha venido que ni pintado o qué?

—¿Te resultaría a ti más sencillo creer en una cadena de circunstancias totalmente arbitrarias antes que en la existencia de esos seres? ¿Acaso te generaría problemas existenciales? —J.A. hizo una breve pausa en la que escudriñó a su compañera— ¿Es que temes parecerte a mí?

Ambos guardaron silencio, dejando que los ruidos de cubiertos y vasos, así como las distintas conversaciones que tenían lugar, rodeasen la mesa. Rocío volvió a apoyar la cabeza sobre sus brazos y mirando al suelo. J.A. le observó durante unos segundos antes de volver a centrar su atención en los demás.

—Escucha —dijo para romper el hielo—, no es que me parezca más sencillo, ni necesite creer en algo y eso haya sido una prueba irrefutable. Para nada. Pero...

J.A. recordó los instantes que se quedó solo en ese vacío temporal que las criaturas parecían haber creado. Recordó esa sensación absoluta de soledad, como si hubiera viajado al final de los tiempos y solo quedase él. Cerró los ojos con fuerza y al abrirlos se esforzó en seguir mirando a los comensales de las mesas cercanas.

—Mira —carraspeó—, he sufrido alucinaciones, ¿vale? Fue hace tiempo, cuando investigábamos el asunto de Lupus Technologies. Me inyectaron un fármaco. Vi cosas. Oí cosas.

Rocío se incorporó y le miró con un gesto de incredulidad que no tardó en borrarse. Pudo ver cómo a J.A. le cambiaba el rostro. Eso era nuevo. El labio le temblaba y, por primera vez, un pequeño brillo, una emoción, emergió en sus ojos. 

—Cuando atravesaste la puerta del hospital y me quedé solo, yo... —J.A. se quedó en silencio apretando los labios.

—¿Qué? —Rocío le cogió la mano, pero su compañero la apartó— Eh, dímelo. Venga...

—Esa sensación de soledad... No te la sé explicar. Estaba solo. Completamente solo, como si solo existiera yo. Eso no era una alucinación. No es una cuestión de que me resulte o no más fácil. Para mí los más fácil desde hace tiempo habría sido dejar este trabajo de mierda. Pero ese sería el camino fácil. Sería deshonrar la memoria de la gente que luchó para que pudiera seguir al pie del cañón. Y sería tirar a la basura todos los sacrificios que he hecho.

Rocío no sabía qué decir ni qué pensar. Cogió su vaso de café y dio un trago largo. Se estaba quedando frío.

—¿Qué le vamos a decir a Luis? —le preguntó— Porque como le contemos la verdad creo que nos manda a casa.

—Ni siquiera nosotros sabemos lo que ha pasado.

—Bueno, parece que hemos viajado en el tiempo. —Añadió Rocío.

—Han tenido que ser esas criaturas. ¿Cómo los llamó el doctor Nespral? ¿Las bestias del vacío?

—Sí. Y pensándolo bien, suponiendo que esas cosas existan... Bueno, hay que reconocer que explicarían lo que les pasó a las demás víctimas. Sobre todo explicaría...

—Que llevasen horas muertos cuando apenas pasaron unos segundos. —Concluyó J.A.

—Pero con nosotros por algún motivo ha funcionado al revés. Apenas hemos sentido que pasaban unos minutos y sin embargo han pasado varios días.

—¿Se te ocurre por qué? —Le preguntó J. A.

Rocío negó con la cabeza.

—Hay una cosa que meintriga más. Esas criaturas, sean lo que sean, atacaron a unas personas elmismo día, a la misma hora y en similares circunstancias, pero en lugaresdistintos.

Ambos se miraron fijamente, fascinados por el caso que tenían entre manos.

—Es un ataque coordinado. —Dijo J.A antes de acabarse el café.

—Pero de ser así, tendría que haber alguien detrás de todo esto, ¿no? Esas cosas no parecían más listas que un perro o un gato. Quizás alguien las ha estado controlando —Rocío dio un último trago—. ¿De cuántas muertes tenemos conocimiento?

—Álvaro es la tercera víctima... Y el doctor Nespral la cuarta.

—Cuatro víctimas en menos de una semana...

J.A. y Rocío sonrieron. Si sus suposiciones eran ciertas y esos monstruos estaban sometidos a la voluntad de alguien, se encontraban ante un asesino en serie. Uno capaz de controlar a unos seres extradimensionales.

—¿Por dónde empezamos? —Preguntó J.A.

—El doctor mencionó algo acerca de un libro que hablaba de las bestias. Uno prohibido, ¿cómo se llamaba?

—Sí, es cierto. ¿Cómo era? El Grimorio de los Reyes o algo así, ¿no? —Rocío asintió.

—Sé que es una locura pero creo que deberíamos buscarlo. Tenemos que aprender más sobre esas cosas.


Fuera, mientras pedían la cuenta, un hombre ataviado con un elegante traje azul observaba esa cotidiana escena. No parecía molestarle el frío, y a nadie parecía molestarle su presencia. Con suma tranquilidad, metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó un reloj de bolsillo. Era plateado. Consultó la hora y desapareció entre la multitud.






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