4. Las bestias del vacío (primera parte)

187 25 0
                                    


Si a José Antonio le hubieran propuesto lanzar una apuesta sobre cómo se desarrollaría aquella noche, jamás habría imaginado que lo haría de la forma en que lo hizo. Eran casi las cinco de la mañana y todavía faltaban unos kilómetros para llegar a Valencia. Por suerte conducía Rocío, por lo que había podido fingir que dormía durante la mayor parte del viaje. Eso le libraba de tener que hablar, pero la música que escuchaba su compañera le había parecido una tortura tal, que estaba a punto de volver a abrir los ojos.

—¡Por fin te despiertas! ¿Has podido descansar?

—¿Por qué no me has avisado para que condujera yo? —fingió José Antonio.

—No tengo sueño, y además me encanta conducir por la noche.

Él no era el único con secretos. Rocío llevaba años sin poder dormir bien, desde antes de entrar en el Cuerpo. Era algo a lo que no terminaba de acostumbrarse, pero noches como aquella le ayudaban a olvidar. Había sido idea suya salir de madrugada a Valencia. Luis no apoyaba esa clase de comportamiento, pero Rocío había logrado convencerlo bajo el pretexto de que, lo que fuera que les hubiera pasado a las víctimas, podía repetirse. Y el superviviente podía facilitar información valiosísima para poder esclarecer el asunto.

—¿A cuántos kilómetros estamos?

—Ya falta poco. Como en media hora deberíamos llegar al hospital. Habitación 215.

El doctor Victor Nespral no salía de su asombro. El paciente llevaba horas gritando en su habitación y agitándose. Hacía horas que lo habían atado y el sedante parecía que todavía no estaba surtiendo efecto. En una mano sostenía una taza de café, y en la otra el historial de la víctima. Jamás había padecido ningún brote psicótico, no había ni rastro de enfermedades mentales y la última vez que acudió al médico lo hizo por una gastritis. Sin embargo, ahí estaba Álvaro: Un tipo de unos treinta y pocos, atlético, atractivo y que no paraba de gritar. Exigía que lo llevaran a otra habitación. Era todo cuanto pedía. En su mesilla de noche, junto a su teléfono, estaba su reloj de pulsera. Un Chronologistics. Nadie en el hospital había reparado en lo que podía leerse en la pequeña pantalla del dispositivo desde hacía horas: Error 2808.

Entretanto, Rocío y José Antonio estaban entrando en la ciudad de Valencia. Él había estado evitando las preguntas que, con inocente curiosidad, le planteaba Rocío. A ella el viaje le parecía una oportunidad maravillosa para estrechar lazos, siempre desde el punto de vista profesional. Conocerse les ayudaría a trabajar mejor, a aprender a cubrir los puntos flojos del otro.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan hermético? No hay de malo en conocernos.

—No me gusta conocer a otros agentes.

—¡Jesús! ¿Es por lo de Lupus?

—Ya te lo he dicho una y mil veces. No voy a hablar de eso.

—Eres un cliché andante, ¿lo sabes? Típico policía atormentado por su pasado, incapaz de establecer nuevos vínculos.

José Antonio dejó de mirar las luces de la ciudad para fijarse en Rocío. De algún modo, ese comentario le había dolido. Cuando empezó, tantos años atrás, no creyó que se convertiría en eso. La muchacha le devolvió la mirada durante un segundo. José Antonio era muy amigo del silencio, pero no cuando alguien le confrontaba.

—¿Qué? —preguntó Rocío.

—¿Y qué si soy un cliché?

—Es tu vida, pero si nunca podemos llegar a conocernos, ¿cómo vamos a poder protegernos? ¿Me pides que te confíe mi vida cuando tú no eres capaz de confiarme tus cosas?

Error 2808Donde viven las historias. Descúbrelo ahora