17. El Grimorio de los Reyes (Segunda parte)

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—¿Y cree que Rocío está ahora atrapada en... Lo que sea ese lugar? —Santi se había quedado sin palabras ante el increíble relato de J.A. y este no podía sino esperar que lo creyese.

—Sí —hubo un breve silencio—. El doctor Nespral, el que nos atendió en el hospital, nos indicó que había leído algo sobre ese relato inconexo de la otra víctima, y que podíamos encontrar más información en algo llamado El Grimorio de los Reyes.

—Lo que estaba leyendo cuando llegué —J.A. asintió—. Ya... Pero no sabéis qué desencadena los acontecimientos.

—No, esa es una de las razones por las que he estado investigando por Internet.

Santi arqueó una ceja, y con los brazos en jarra soltó un pequeño suspiro cargado de resignación. Todo a su alrededor había pasado a carecer de toda importancia. No sabía si ese hombre era un loco, un incompetente, o ambas cosas; pero no le quedaba otro remedio que confiar en él si quería averiguar la verdad. O, como mínimo, seguirle la corriente.

—¿En qué consiste eso del Grimorio de los Reyes? —preguntó.

—Es un libro que se dice fue escrito en el año 39.000 A.C. en una ciudad conocida como Mnäsh —contestó J.A. mientras abría unas notas que había ido tomando—. Mira. Aquí tengo algunos datos al respecto. Está escrito originalmente en una lengua antigua. El título original es «Vahjkalhaj-Räbesh», o algo similar. Recibe el nombre por el que es conocido hoy día porque fue escrito por los cuatro últimos reyes de la ciudad.

J.A. había captado toda la atención de Santi, quien parecía ensimismado con la historia. El policía continuó con el relato, explicando que esos cuatro reyes recibían los siguientes nombres: Mnampatupek IV El Músico, Rei-Ohd, Sharam El Loco y Mnapatupek V. De dónde habían adquirido los conocimientos era todo un misterio, pero dicho libro contradecía casi cualquier religión conocida y sobrepasaba por mucho el imaginario mitológico de todas las culturas posteriores. La ciudad de Mnäsh no venía en ningún mapa y no existían ruinas conocidas que pudieran entenderse como las de dicha urbe. Era como si el propio manuscrito no encajase para nada en lo que se conocía de la Humanidad, algo impío. Por si todo esto no fuera suficiente, en la actualidad eran pocos los ejemplares del grimorio que se sabían en existencia. Uno estaba en los Archivos del Vaticano, y se decía que había otros dos: Uno en manos de un coleccionista privado de origen suizo y uno más que había pertenecido a un adinerado estadounidense durante el siglo XX y que había decidido donarlo tras su muerte al Instituto Smithsoniano. Entre los foros conspiranoicos se contemplaba la existencia de más copias, y se rumoreaba que el Museo Británico había intentado por todos los medios hacerse con el ejemplar del Instituto Smithsoniano sin éxito. Casi todo lo que se sabía se había filtrado precisamente de ese ejemplar.

Santi revisó las notas del policía y le preguntó si podía ayudarle con la búsqueda. Le pareció increíble y sintió, como J.A., que de algún modo eso le estaba llamando. No era nuevo. Todos los que alguna vez habían enloquecido por adentrarse en esa oscura literatura habían tenido ese mismo sentimiento. J.A. decidió hacerle un hueco frente al ordenador y acercó otra silla para él. Rápidamente, el chico comenzó a teclear casi de manera frenética en el buscador y no tardó ni diez minutos en dar con el comienzo del grimorio, que decía así:

«Antes de que hubiera un momento, y perdido entre eones de durmiente silencio, el Arquitecto soñaba con la certeza. Y así había sido antes de que fuese. Y así sucedió sin que nada pudiera ocurrir. Mas ocurrió que lo que jamás había sido, fue. Y los incontables eones sin término llegaron a su final. Y el Arquitecto comprendió, antes de que nada empezase, que todo lo que era, debía dejar de ser. Que todo lo que podía empezar, debía de acabar. Soñó entonces que la certeza no existía. Y dulcemente acertó.

Del Sueño nació la Voluntad, porque el Arquitecto quería soñar en la Vigilia. Y para ello llamó al Escultor por su nombre, largo tiempo olvidado, para que de la inmensidad de la nada esculpiese vestigios del sueño que lo embriagó. El Escultor dio así forma a las montañas y a los valles. Con lo que sobraba cubrió los desiertos de arena y formó largos regueros de rocas. Quitó y puso a voluntad. Y de todas sus obras hubo una que al Arquitecto le gustó de verdad.

El Pintor nunca pudo dormir, pues en sus sueños no podía recordar lo que veía. En su vigilia encontró las esculturas que el Arquitecto había encargado. Todas eran del mismo color y ninguna permanecía viva»

—Oye —dijo Santi—, pues es bonito y todo. ¿Y dice que la gente enloquece con esto?

—A mí no me mires, yo no tengo intención de leerlo entero. Solo quiero lo referente a las Bestias del Vacío.

Tras una cadena de incesantes clics, de visitar páginas extrañas y rocambolescas, los ojos de Santi se iluminaron y su cara recuperó un brillo perdido desde hacía días. Leía frenéticamente, tratando de discernir si lo que tenía ante él era lo que creía u otra cosa. Volteó la cabeza y miró a J.A.

—Creo que lo tenemos. Esto habla de algo conocido como Los Sabuesos del Tiempo, pero se ajusta muchísimo a lo que el doctor ese le contó.

El texto, según decía el usuario que lo había publicado, pertenecía al segundo libro, el de Reik-Ohd, que hablaba de las criaturas de más allá de la Creación. Y resultaba terroríficamente esclarecedor, pues el propio Rey narraba cómo había sufrido la visita de esos seres y había logrado sobrevivir a ellos. J.A. no podía creerlo. Habían encontrado lo que parecía ser una pista, algo palpable más allá de un rumor que realmente trataba sobre las Bestias del Vacío. Era la fuente original, el texto más antiguo que los nombraba. Eran una realidad. Una sensación de urgencia se apoderó de él. El nombre de Rocío resonó en su cabeza, y quizás entre esas líneas había alguna pista sobre cómo poder ayudarla.


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