15. Un reloj de pulsera (tercera parte)

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Rocío trataba de recordar cómo era el reloj de Álvaro de la Hoz. Sabía a ciencia cierta que era un Chronologistics, ¿pero sería el mismo? ¿Era esa la pista que estaban buscando o simplemente una pequeña coincidencia? Sea como fuere, el único rastro parecía haber desaparecido. La cadena de pruebas se había roto y eso solo podía significar una cosa: Había alguien de la comisaría involucrado. Miró a Paz con desconfianza y le preguntó si alguien más le había pedido a acceder a esa caja. La señora contestó, sin poder disimular su sorpresa, un escueto:

—No que yo sepa.

Viendo que no podría obtener mayor información, subió de vuelta a la mesa de J.A. Seguía pensando en el maldito reloj de Álvaro, pensando qué había hecho con él. Por alguna razón apenas podía recordar nada que aquel críptico mensaje: «Error 2808». Rocío llegó a la puerta del ascensor, y un miedo indescriptible se apoderó de ella. Era una voz que le gritaba desde lo más profundo de su ser que por nada del mundo debía meterse ahí dentro. El pulso se le aceleró y rápidamente echó un vistazo hacia atrás. El pasillo estaba vacío. Tan vacío como lo estaba el hospital aquella madrugada. Se le puso un nudo en la garganta. El silencio se hizo insoportable. Podía notar cómo fuera de aquellas paredes estaba la nada misma, la inexistencia, el vacío más absoluto. El lugar donde habitaban esas bestias.

La voz del doctor Nespral resonó en su cabeza una vez más. Hablaba de Álvaro: «Nos pedía que lo lleváramos a una habitación sin ángulos». Todo le daba vueltas. Y como una bola de demolición, aquellos instantes reaparecieron tan frescos como si los acabase de vivir. Recordó que esas bestias no se movían por los espacios conocidos, sino entre ellos. Y los ángulos... Usaban los ángulos para moverse. Aterrada, Rocío se giró hacia las escaleras, formadas enteramente por ángulos rectos. Y tan claro como una mañana despejada, pudo oír a Álvaro de la Hoz gritarle: «¡Las Campanas de la Onírisis!» Fue entonces cuando escuchó un extraño tañido a lo lejos, grave y distorsionado.

Una serie de golpes se sucedieron en el archivo de donde provenía Rocío, seguido de un grito masculino. La voz le resultó familiar. Un gruñido gutural recorrió todo el pasillo. Posteriormente, alguien comenzó a correr pesadamente.

—Maldita sea —se dijo Rocío en voz alta—, ¡corre!

Más arriba, J.A. no paraba de darle vueltas al resultado del laboratorio. Un resultado que el doctor Nespral había profetizado. J.A. se encontraba reclinado sobre el respaldo de la silla, jugando con un boli cerca de la boca y con la mirada perdida. Escudriñó cada momento que podía recordar de aquella rocambolesca conversación y se planteó seriamente buscar algo acerca de aquel tomo maldito que había mencionado el doctor: El Grimorio de los Reyes. ¿Debía buscarlo?

Se incorporó tras un suspiro y comenzó a teclear en el buscador. Había cientos de páginas dedicadas al misterio que nombraba ese supuesto libro. Del mismo modo que el doctor Nespral, lo hacían alegando que inducía a la locura, que hablaba de seres extraños y horribles, de la creación del Universo, de lo que habitaba más allá de este... No tardó en sumergirse entre ese legendario que nombraba, por ejemplo, la Onírisis: Un lugar al que solo se podía acceder a través de un sueño inducido y donde uno podía comunicarse con los entes creadores. También se hablaba de seres conocidos como las entidades Eldritch, un término acuñado del inglés que significa «extraño», «fantasmal» o que hace referencia a algo que no es de este mundo.

Según decían, esas criaturas existían desde mucho antes que los propios hombres, que la propia Tierra, que el propio Universo. El Grimorio hablaba de ellos con pavor, y no pocos eran los débiles de mente que habían sucumbido ante las descripciones que este ofrecía. Aunque se rumoreaba que existían hasta seis entidades que poblaban la Creación, había tan solo dos nombres identificados: El Príncipe de Adab y Myldthryth, conocida como la merodeadora de mundos. Era ahí cuando los más escépticos no aguantaban más y perdían la razón. Pues las revelaciones eran tan escabrosas que desmoronaban las reglas del mundo. Mas lo que buscaba J.A. no era información sobre esas criaturas mitológicas, sino sobre las Bestias del Vacío.

Los foros, la inmensa mayoría de habla inglesa, apenas ofrecían información sobre ellas. Nadie conocía su forma, si es que acaso la tenían. Aunque J.A. no dudaba ni por un instante de que debían ser seres materiales. El Grimorio de los Reyes no era el único libro que los nombraba, describiéndolos como una especie de guardianes del tejido espacio-temporal. Existían decenas de testimonios que iban desde la Grecia Clásica hasta el siglo XIX que hablaban de encuentros con las Bestias del Vacío. Las Bestias del Vacío eran cazadores perfectos, sabuesos del tiempo que una vez olían una víctima no se detenían hasta darle caza. J.A. se preguntó entonces si Rocío y él habían llegado a ser olidos, si existía la posibilidad de que acabasen corriendo la misma suerte que las víctimas de los ascensores. Y entonces otras dudas emergieron en su mente, mucho más poderosas que las anteriores: Si su figura era la de unos guardianes, ¿por qué atacaron a las víctimas? ¿Por qué los atacaron a ellos? ¿Qué habían hecho? 

J.A. dio un bote sobre la silla al sentir una mano posarse en su hombro. Era Santi, mirándole furioso. El policía se dio la vuelta, sobresaltado. La mirada del chico intentaba ser aterradora, pero estaba lejos de lograr ese efecto. No era más que un muchacho al que podía derribar de un tortazo.

—¿Qué te sucede chico? —dijo en un intento por ser educado.

—¿Tú no deberías estar estudiando el caso de mi hermano?

J.A. suspiró desesperado y contestó:

—¿Y qué te crees que hago?

—¿Leyendo foros sobre conspiraciones?

—Lo que sea que necesites pregunta en recepción y lárgate.

—Lo he hecho. He venido preguntando por Rocío, y resulta que la única Rocío de todo el edificio es tu compañera así que me han dicho que te preguntase a ti.

—Pues está... —J.A. hizo una pausa y miró la hora.

Santi lo miró extrañado.

—Qué raro —musitó el agente—. Espera, ¿tú eres el chico ese del reloj?

—Supongo.

—Hace media hora que Rocío ha ido a buscar el reloj a los archivos. Supongo que no lo encuentra.

J.A. se levantó y bloqueando su ordenador le pidió al chico que esperase ahí. Se dirigió a los archivos y del mismo modo que le pasó a Rocío, sintió un extraño temor al plantarse ante el ascensor, por lo que decidió bajar por las escaleras. Una atmósfera terrorífica y familiar comenzó a invadirle según iba bajando los peldaños hasta el sótano. En un intento por distraerse, comenzó a silbar una melodía pegadiza. Las luces del pasillo parpadeaban fríamente iluminando tenuemente el camino. Aquello no podía ser bueno.

Cuando bajó el último tramo de escaleras vio algo que casi le provocó un infarto: Una sustancia azulada que conocía muy bien. Miró a su alrededor y corrió hacia los archivos, donde esperaba Paz tan tranquila y aburrida como siempre.

—¿Y Rocío?

—Buenos días a ti también.

—Paz por favor, ¿y Rocío?

—Se fue hace un buen rato.

Error 2808Donde viven las historias. Descúbrelo ahora