Capitulo 6- Una historia de amor (parte 1)

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"Había una vez una semidiosa que conoció a un mortal..."

A diferencia de lo que Tara o su padre piensan, Emma lo intentó. Lo que restó del verano, en vez de pasarse horas en su habitación lamentando su existencia, intentó enfocar su atención en otras cosas. Se dedicó a correr, ayudar en el taller de su familia, remodelar la casa (aunque no tenía sentido del estilo), enseñarle nuevos trucos a Frida, ver películas de terror y asistir a extensas clases de esgrima. Incluso quiso aprender a bailar bachata, tocar el ukelele, cocinar arroz sin que se quemara, patinar y maquillarse.

Lo intentó, de verdad. Falló, pero lo intentó.

A veces cree que debería al menos conseguir reconocimiento por no rendirse tan fácilmente.

Le tomó tiempo comprender que, por mucho que intentara, el dolor era inevitable. Una noche no pudo dormir y el arrepentimiento, los "quizás" y las interminables escenas del pasado que retrataban su amistad con Jason, la alcanzaron. Todo de lo que había intentado huir la atrapó, trayendo consigo las desdichadas lágrimas. Al principio, creyó que lo superaría, que el llanto era solo una fase y que estaría de vuelta en sus pies en menos de tres días.

Tres años más tarde vería hacia atrás y se cuestionaría el momento en que todo cambió, cuándo la causa principal de su pesar dejó de ser Jason, y los sentimientos de autodesprecio, inseguridad y soledad pelearon por aquel puesto.

Pronto perdió interés en todo su alrededor, dejó de escribirle cartas a Tara con frecuencia y canceló todos sus proyectos extracurriculares. En cambio, Emma pasó horas revolcándose en su cama.

Aprendió a despreciar a su madre, a odiarse por dejar a Jason y ser una cobarde, a sentirse sola y a pasarse días enteros enrollada en sábanas con un ordenador en la cara, viendo películas de romance, mientras criticaba a los escritores por su falta de realismo y a los actores por no saber cómo hacer su trabajo.

Su padre y el resto de su familia intentaron sacarla de su dormitorio como todas las familias latinas hacen; a través del antiguo arte de la crítica. Por más que hablaron, Emanuela se negó a salir. Sabía que ellos tan solo estaban intentando ayudarla, y que si dejaba su habitación quizás las cosas mejorarían, pero existía cierta comodidad en el no hacer nada. Dos años de fingir la habían dejado agotada y ahora solo quería descansar. Se merecía descansar.

No abandonó su dormitorio hasta que volvió al instituto.

Para su sorpresa, perdió muchos amigos, gente que creía indispensable en su vida pero que en el segundo en que notaron que ella había cambiado, se distanciaron. El mar de ensayos, libros, exámenes y presentaciones la abrumaron hasta no poder —lo que era un horror, contando que tenía dislexia y déficit de atención. Su único refugio era la clase de arte.

El primer día, la Señora Kim, una pequeña mujer coreana de pelo rosado, le pidió a la clase que resumiera su verano en una pintura como primer proyecto.

—No debe ser perfecta— les dijo—. Después de todo, no les he enseñado nada, pero tiene que ser auténtica. Quiero saber lo que hay dentro de ustedes.

Emma solía dibujar y pintar desde que tenía cuatro años. Era algo que hacía con tanta naturalidad, que nunca se le ocurrió pensar que tenía un don. De modo que se sorprendió cuando la profesora elogió el retrato de su madre en frente de la clase. Nunca supo lo que la inspiró a dibujar a Afrodita, y por más que la Señora Kim le preguntó, no tuvo una respuesta en concreta. Lo único que pudo decirle fue que no tenía ni idea de lo que iba a pintar hasta que el pincel tocó el lienzo, y después todo simplemente fluyó hacia ella.

—Los mejores artistas pintan del alma. Y déjeme decirle, señorita Mejía, que el alma encuentra formas extrañas de comunicarse con nosotros— le dijo una vez que se encontraban hablando después de clase—. ¿Le importaría decirme quién es esa preciosa dama?

Las dos caras del amor® Nico di AngeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora