Capitulo 4- El regreso

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Tres años atrás

— ¿Tienes todo? No se te ha olvidado nada, ¿verdad?

Emma asintió, distraídamente. No podía apartar sus ojos de la tan conocida carretera, donde incluso el ocasional humo causado por los carros le parecía familiar.

— ¿Emanuela, me estás escuchando?

Un sonido de aprobación había salido de la boca de la menor, mientras esta colgaba la mochila de su hombro.

— ¿Ya terminaste de sacar todo? —preguntó ella,  impaciente.

— Si, ya lo hice.

— ¡Gracias, papá! —exclamó Emma, inclinándose para darle un efímero abrazo a su progenitor—. Cuida de Frida, ¿sí? Ahora está en su etapa de descubrimiento y anda corriendo por la casa como loca. Por eso tienes que sacarla a pasear con frecuencia — lentamente dio un paso hacia atrás en dirección al mejor lugar en todo el universo.

El hombre rodó los ojos, ya acostumbrado a la desesperación que envolvía a su hija cada vez que se encontraba cerca de dicho lugar.

— ¿Segura que no necesitas ayuda para llevar tus cosas?

— Es solo una mochila. Y un bolso deportivo. No es nada para mí —la semidiosa levantó ambos brazos a la altura de su barbilla para poder besar sus inexistentes músculos.

— Es una colina —replicó su padre, quitándose la gorra de béisbol para limpiar el sudor de su frente con su brazo—. Y hace mucho calor.

— No te preocupes, papá —asintió ella, palmeando el bulto—. Todo estará bien.

— Emanuela...

— ¡Te amo!

— Emanuela.

— ¡Te voy a escribir!

— ¡Emma!

— ¡Lo prometo!

Antes de que su padre se pudiera quejar, Emma salió corriendo colina arriba, dejando un rastro de risas a sus espaldas. Estaba demasiado emocionada para fijarse en la sonrisa de tristeza que se grababa en el rostro de su padre, quien detestaba aquellos meses de soledad más que nada en el mundo.

¿Pero quién la podía culpar?

Gracias a su suerte semidivina pasaba gran parte de sus días en un ciclo de escuela a casa. Lo único interesante eran las clases de esgrima y las noches en que su padre se quedaba hasta tarde con ella viendo películas de terror.

No es que su vida fuera una tortura, pero cuando pensaba en el campamento (cosa que siempre hace), su mente se llenaba de posibilidades que no hacían más que arruinar la realidad. Por eso hizo un esfuerzo por caminar cuesta arriba lo más rápido posible.

No podía esperar a gastarle bromas a Nico junto a Leo, tenía escrito un montón de ideas en su cuaderno. Luego estaba Tara, con quien pensaba escabullirse a las fiestas de la comunidad latina del campamento. Aunque su hermana era la única que no hablaba español, ella siempre encontraba una manera de ser el alma de la fiesta. Después estaba Jason quien le había prometido que estaría presente en el campamento, especialmente porque ella volvería. Cuando había leído eso en la carta, su corazón se había llenado de alegría. Rápidamente esta fue reemplazada por ansiedad.

El recuerdo de esa sensación solo la hizo detenerse de golpe. No porque quisiera, sino porque debía.

Miró en su alrededor, notando que no había nadie presente.

Las dos caras del amor® Nico di AngeloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora