Capítulo 4

38 2 2
                                    

Desperté por unos gritos misteriosos fuera de la fábrica, intenté ignorarlos al pensar que no eran más que una simple discusión entre unas personas, pero estos no hacían más que incrementar y luego, además de los gritos, comenzaron los porrazos a la puerta de entrada. Decidí abrir mis ojos. Agotado y con dolores, me levanté con el pie izquierdo. Me costaba mucho caminar así que tenía que ayudarme apoyado en la pared. Finalmente llegué hasta la puerta de entrada donde estaban golpeando. Abrí la puerta muy enfadado, «¿A quién coño se le ocurre la idea de aporrear una fábrica aband...?», me sorprendí de ver a la niña de ayer frente a la fábrica. Parecía preocupaba y por los golpes y gritos que pegaba, me estaba buscando a mí:

- ¡Sabía que estabas aquí! –Me dijo–. ¡Rápido! Tienes que ayudarme... –Dijo cogiéndome de la mano y estirándome para que la acompañara.

- ¡Para, para! –Le dije. Ella me soltó y yo me arrodille del dolor que sentía en mi abdomen–. Me dispararon, no puedo ir tan rápido como tu o caminar normal. Pero primero dime, ¿Qué pasa?

- Es mi hermana –Dijo–. Ha empeorado.

Al oír aquello y verla a ella, asustada y suplicándome al no tener otra ayuda, decidí no desperdiciar lo que el día anterior hice solo para que la pobre de su hermana muriera. Me levanté poco a poco y le dije que me guiara. No era fácil confiar en alguien como yo, sobre todo para una niña pequeña como lo era ella. Di un paso al frente, siguiéndola. Ella iba a paso rápido, nerviosa mientras que yo trataba de seguirle el ritmo y de un momento a otro, desapareció. Giré mi cabeza de un lado a otro buscándola, pero fue ella quien regresó a mí con un palo entre sus manos. «Toma», me dijo. El tronco era lo bastante largo para que pudiera apoyarme y seguirla a un ritmo mejor. Le agradecí y en menos de cinco minutos llegamos a su casa.

El lugar donde vivían era aparentemente bonito. El tejado estaba un poco roto y la puerta de entrada estaba rota. Ellas dos utilizaban unos tablones para bloquear puertas y ventanas. Vivian con lo que podían, como yo. La niña me invitó a pasar y me llevó hasta la habitación de Lara quien dormía en la cama. Yo me acerqué a ella y le toqué la frente, estaba ardiendo. Primero de todo, le pregunté a la niña si tenía algo de hielo con tal de bajarle la fiebre. Ella afirmó y me lo trajo con una bolsa de plástico y se lo puse en la cabeza de su hermana.

«No entiendo que ha podido pasar... ¡Le di todas las pastillas que me dijo!», dijo preocupada. Lo que acababa de decir hizo que la bombilla en mi cabeza se encendiera. Le pedí que me enseñara todo lo que había comprado. Eran muchas cosas y leí las instrucciones en la parte trasera de la caja. Había varias pastillas que no podían tomarse a la vez, que se necesitaba un intervalo entre pastilla y pastilla, y la niña ni siquiera pensó en lo que podía pasar. No la culpaba, directamente no lo sabía. «Normal que ahora estuviera ardiendo», pensé, pero no quise decirle nada que la entristeciera.

Separando cada una de las medicinas por bloques, le dije como tenía que hacerlo:

- Este es el bloque 1... –Dije señalando unas dos cajas–. Estos perfectamente podrás dárselo juntos y este es el bloque 2, espera 30 minutos tras darle todo el bloque 1 –Dije señalando otras dos cajas–, tienes que esperar 1 hora entre caja y caja de este bloque. Y luego el bloque 3 que es el ibuprofeno. Espera 2 horas después de darle el segundo bloque y así, por la mañana y por la noche. Eso tendría que bajarle la temperatura.

- ¿Estás seguro?

- No del todo –Afirmé con sinceridad–, pero digamos que me pasó algo parecido... –Dije recordando que mis primas una vez que estaba en el campo de mis abuelos, hicieron tal cosa que me dejó agotado por una semana entera.

- Gracias –Me dijo. Y ese «gracias», fue el más sincero que escuché.

Ya que mi tarea allí había terminado, regresé a la fábrica que, por desgracia había dejado abierta, pero por suerte, nadie había entrado. Cerré la puerta de entrada y me dirigí a mi habitación, donde tiré el palo al suelo y me tumbé exhausto en el colchón. Era un trabajo duro tener que vivir en aquel infierno, sobre todo para alguien como yo, un chaval asustado, que parece un rebelde... Y un suicida, pero, confiado de mí mismo, con un par y dispuesto a cambiar el mundo. Pero solo sabía correr, esconderme y huir. Hice lo que hice, maté para salvar a mi amiga, pero aquella gota de sangre no me convirtió en un Huérfano como Alya decía... Y ella, como todos, hombres y mujeres, no merecen morir; nadie merece perder la vida; nadie tendría que enfrentarse como animales salvajes por un mismo territorio; nadie de la misma raza tendría que ser tan cabezota, y aquí estamos, en la ciudad de las pistolas.

Igualdad por desigualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora