Capítulo 5

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Pasaron varios días desde que Ingrid se presentó en la fábrica y yo aceptara a la hora de entrenarla entre comillas:

El primer día comenzamos –con lo que era a mi parecer–, entrenamientos básicos que no pusieran su vida en peligro. Según ella, quería hacerse más fuerte físicamente y tomar parte en la resistencia, así que empezamos con abdominales, flexiones y combates en los que yo era el muñeco de pruebas. En un entrenamiento, me golpeó en mis partes siendo una niña lista sin que yo le hubiera dicho nada, pero por eso me quedé fuera de combate todo el día. «Y por eso los hombres sois fáciles de vencer», dijo entre risas. Al día siguiente, ella regresó. En el combate ella trató de hacer lo mismo, y aunque lo hizo, me había puesto protección. Acabé por ganar yo aquel combate. «Y por eso las mujeres sois tan fáciles de vencer», dije a modo de burla lo que dijo el día anterior.

Y así estuvimos unos pocos días más. Ingrid venía cada vez que su hermana salía de casa, a una hora muy temprana. A veces veía a Lara pasar, pero no nos dirigíamos la mirada, ella seguía viéndome como un chaval que tarde o temprano sucumbiría a odiar a las mujeres. Pero cuatro días después de que Ingrid viniera a verme, yo había ido a Monteblanco a por unas cosas y de regreso a la fábrica, me topé con Lara:

- Oye... –Lara me llamó al pasar uno al lado del otro. Me detuve y me volteé hacia ella–, no me puedo creer que diga esto, pero, procura que mi hermana no crucé más allá de la fábrica, ¿Entiendes?

- Vaya, vaya... ¿Y qué me das a cambio? –Le pregunté entre risas.

- No pegarte un tiro entre ceja y ceja.

- Me parece un trato justo. –Afirmé. Ella se marchó. Tenía la mala costumbre de decir que no a ciertas cosas, pero pasaba de que me apuntaran con una pistola.

Llegue a la fábrica y minutos después, Ingrid llegó. Tan solo había dejado las cosas en mi habitación –Objetos para mejorar la fábrica, vamos, unas pequeñas trampas–, fui a la puerta donde me esperaba. Ella entró dando saltos, «Tu hermana sabe que te escapas de casa», ella dejó de dar saltos y me miró, moviendo temblorosamente sus dedos. Suspiré. «Tranquila, no sabe que vienes a verme a mí», le dije para calmarla.

Hicimos la sesión de toda la mañana, como todos los días. Al ser los primeros días y al ser una niña, Ingrid no estaba físicamente apta para cumplir sus metas, pero cabía recalcar, que, a diferencia de otras niñas de su edad, ella era la más fuerte de todas. Decidimos descansar. Ella trajo un bocadillo en su mochila y se lo comenzó a comer. Yo no tenía nada que comer hoy y me la quedé mirando. Ella se fijó en mí y partió el bocadillo por la mitad, «Toma», me dijo. Yo tuve que negarme ya que no quería nada de ella o envolverme más de lo que no debía. «Que no está envenenada...», me respondió frunciendo el ceño. Yo reí por su comentario, afirmando que no tenía hambre. Mentía, obviamente. Alya solo me conseguía las provisiones que podía al pasar una semana, pero no era suficiente algunos días, pasaba hambre, pero no podía aprovecharme de una niña como Ingrid.

- Mientes –Dijo. Me volteé hacia Ingrid–. Mientes como yo lo hago –Ella suspiró–. ¿Sabes porque confió en ti? Porque me recuerdas a mi hermana.

- No tengo nada de parecido con tu hermana... –Le contesté fríamente.

- Puede que de apariencia no, pero sí en personalidad –Afirmó–. Te importan los demás, hombres y mujeres. ¿Por qué? –Me preguntó. Quise responderla, pero, ella respondió por mí–. Mi hermana era igual y aunque aún lo niegue, sigue preocupándose por todos.

- ¿Como? –Le pregunté confundido–. ¿Insinúas que ella se preocupa por...?

- Se preocupaba –Me corrigió–. Fuimos atacados por unos hombres hace dos años, estos saquearon nuestra casa; se llevaron la comida y uno de ellos mató a nuestra madre... Estaban por matarnos, pero, no lo hicieron.

Igualdad por desigualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora