Capítulo 9

16 0 0
                                    

...Desperté sobresaltado tras la pesadilla que acababa de tener. O más bien, recuerdo. Seguía en mi pequeña habitación de la gran ciudad, la había alquilado tras hacer ciertos recados el primer mes aquí. Miré mi reloj, eran las cinco de la mañana. Suspiré. Habían pasado 11 meses desde que abandoné Monteblanco y habia regresado a mi ciudad natal para tratar de sentirme completo de nuevo. Seguía buscando esa parte de mí que no lograba encontrar.

Y hablando de dormir, no podía conciliar el sueño tras no poder olvidar lo que acababa de pasar. Me levanté y fui al baño para lavarme un poco la cara. Estaba sudando. «¿Cómo he llegado hasta aquí...?», me pregunté. Casi un año habia pasado y ya me había olvidado de cómo lo dejé todo atrás:

El primer día aquí descubrí –Por fin–, que era un Huérfano. Me sorprendí de que eran cazarrecompensas y me venía de perlas para pagarme la comida y la estancia. Se le podía llamar, "trabajo". Fue una pena no saberlo antes o no habérselo preguntado a... Ella – No queria ni nombrarla–.

Levanté la mirada en mi reflejo y a mi espalda, la vi. Me di la vuelta viendo que en realidad no habia nadie y solo era mi imaginación jugándome una mala pasada. Aun no podía olvidarme de ella, no después de que mentalizarme de nuevo, que yo la maté. Mis manos temblaban, no podía controlar mi miedo. Cerré el puño con fuerza, respirando hondo y tratando de relajarme. Mañana iba a ser uno de esos días de mierda, lo sabía.

Cuando salió el sol, abandoné el viejo apartamento y arranqué la moto. Era sábado y antes de ir al bar, quería pasar por un sitio primero. Al llegar a una calle oscura, detuve la moto y allí estaban ellos, reunidos, tomando alguna cerveza en el patio exterior. Sonreí al reencontrarme con viejas amistades.

- ¡Eh! Tú...

Giré mi cabeza al escuchar cómo me llamaban.

- ¿Qué miras? –Me preguntó de mal humor.

Me quedé mudo unos segundos antes de agitar mi cabeza de lado a lado y responder:

- ¿Yo? Esto... Nada. Pasaba por aquí y, recuerdo que una vez vine de niño... –Respondí. Quien tenía al frente era Pol, un amigo del colegio–. Perdón si parezco un acosador...

- ¿Eras un crio cuando viniste? Bueno, te lo perdono –Dijo sonriendo y dándome un golpecito en el hombro. Él se me quedó mirando–. Sabes, tu cara me es familiar, tal vez si estuviste aquí hace mucho. –Soltó una carcajada–, mi padre era el dueño de este lugar, ¿Sabes? Antes de morir...

- Siento oír eso... –Dije, mirando aquel pequeño recinto con un gran patio exterior.

De pequeños, Pol, unos amigos y yo solíamos venir a jugar y en verano, nos metíamos en la piscina. Y, por otro lado, me entristecí al ver como Pol no me habia reconocido y era de esperar, habían pasado catorce años.

- ¿Quién es, Pol? –Dijo uno de los que estaban en el patio exterior. Su nombre era Rubén y el otro hombre que estaba a su lado, se llamaba Antonio.

- Nadie, un Huérfano que pasaba por aquí.

- Sí. Bueno, será mejor que me vaya. Ha sido agradable volver a este lugar –Arranqué la moto–. Bueno, ¡Nos vemos!

Y sin demorarme más, me marché de allí sin voltear la vista hacia atrás.

Fui al bar de siempre, donde Huérfanos novatos como yo buscaban trabajo. Aun me acuerdo la primera vez que vine. Todos me miraban con sus ojos, juzgándome por mi aspecto de vagabundo. Cogí una misión de recolecta de las más difíciles sin darme cuenta, todos se rieron de mí. «Este no dura ni un día», oí como decía un Huérfano sentado en las mesas del fondo. Al día siguiente regresé con una mano humana que agarraba cierta bolsa importante para algún empresario. Todos los del bar se quedaron con la boca abierta, viendo como yo recogía la recompensa y desde entonces, he cogido confianza con ciertos Huérfanos y con el tabernero.

Aparqué la moto frente a la entrada del bar y entré. Me senté en la barra, pidiendo lo de siempre: Un refresco de limón con un poco de ginebra. El tabernero me lo sirvió y le di un buen trago.

- Bueno, bueno. Si es Hunter... –Miré a mi izquierda para encontrarme con cierto Huérfano que no me caía muy bien. Y lo de Hunter venía por cómo me llamaban en el bar, por mi seria y distante actitud de cazador rebelde y sin causa–. ¿Te apetece participar en la recolecta de esta noche? Solo los mejores pueden entrar y tú, amigo mío, tienes una entrada disponible.

- Paso –Le dije–. No estoy de ánimos para esto... ¡¡Camarero!! –Así me refería al tabernero a modo de forma amistosa, cosa que no le importaba–. ¿Esta ella aquí? –Él afirmó.

- Vas a ver mucho a esa mujer, ten cuidado o te atrapara en su red.

No le hice caso y me levanté, yendo a la parte trasera del bar. Allí se encontraba una chica morena, que vestía con prendas grandes –Parecería un hombre si llevara su casco–, esperaba la atención de algún cliente para sacarse un dinerillo. Su nombre era Laura. Al verme, se giró completamente y me saludó con amabilidad. Ella era de las pocas mujeres que al igual que yo, odiaban todo este conflicto y se dedicaba a ayudar por igual a hombres y mujeres. Me caía realmente bien, pero no nos veíamos a todas horas para evitar ciertas riñas entre los demás:

- ¿Algo que te interese? –Me preguntó con voz de mercader, cosa que ella era.

- Voy a marcharme de aquí –Le dije–, he entendido que no puedo quedarme en un mismo sitio mucho tiempo y tengo que empezar a moverme. A disfrutar de la vida antes de que me maten, pero necesito que utilices a uno de tus contactos para que me arregle la moto.

- ¿Eso es lo que quieres? –Yo afirmé–. Bueno, como quieras –Dijo sacando su móvil. Este comunicó hasta que su contacto contestó–. Hola Nico, soy yo. Oye, tengo un chaval que pide que le arregles la moto –Ella se quedó en silencio–. Vale, tampoco hace falta gritar –Ella me miró–, serán unos mil –Me dijo. Levanté las cejas viendo lo rápido que su contacto me había evaluado la moto sin siquiera verla–. Tranquilo, es de confiar –Confié en Laura y acepté. Tenía dos mil guardado, así que no hubo problema con ese tal Nico– Perfecto, aquí tienes su taller –Dijo dándome un papel con una dirección.

Una vez terminé de hablar con Laura, me marché de allí. De camino al taller de Nico, me detuve en un semáforo en rojo y mi corazón se detuvo al ver a alguien en concreto caminando por las calles de la gran ciudad. Mi pasado seguía atormentándome, era difícil de olvidar, pero no verle o hablarle me hizo daño. Aprendí a vivir con el remordimiento de que, era mejor para todos los que me conocían que siguieran pensando que estoy muerto. Le echaba mucho de menos; echaba de menos a mi padre.

Igualdad por desigualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora