Capítulo 10

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Tras que Nico me reparara la moto a un precio muy caro, me puse en marcha a una nueva ciudad donde pasar unos días. Me quedé en un pequeño pueblo llamado Sanvi una semana y me acercaba cada vez más a la costa, en dirección Barcelona. Y cada vez más, me acercaba al campo por el que solían mis primas vivir. Mi mente me decía una y otra vez que pasara por allí para recordarlas y no olvidarme de sus caras y aunque hice caso a aquella vocecita en mi cabeza, sabía que sería mala idea ir. «¿Qué es lo peor que puede pasar?», me pregunté. Sin detenerme, me dirigí cuesta abajo hacia donde vivían mis primas.

Ellas eran tres hermanas muy características. La mayor se llamaba Andy y la recordaba como una chica estudiosa cuando queria, mala en las ciencias, pero valiente y rabiosa, de aspecto atractivo. Por otro lado, estaba Paula, la mediana de las hermanas; ella estaba prácticamente loca, hiperactiva y sus compañeros de clase no la soportaban –Yo tampoco–, y finalmente estaba Pilar, una niña autista que se centraba solo en sus cosas, dejando de lado a los demás. Pero pronto, esas ilusiones de volver a verlas se desvanecieron al recordar en el mundo en el que ahora vivía. Cuando quise darme cuenta de mi error, ya era tarde.

A tan solo unos metros de mi estaba la casa del campo de mis primas. En la entrada vi a dos personas discutiendo. Me sorprendí de ver a un hombre y una mujer, adultos, sin matarse entre ellos. «Esto es nuevo...», pensé.

El hombre era alto, un poco gordo, con barba y no contradecía nada a lo que la mujer le gritaba. Detuve la moto y escuché la conversación que ellos dos estaban teniendo:

- Tardas mucho en pagar lo que debes Alejandro... –Contestó la mujer enfadada–. Y ya sabes lo que pasa cuando no pagas. A la calle o la tumba.

- ¡Tranquila! T-Te juro que te daré lo que falta mañana. ¡Solo un día más! No pido tanto.

- ¡Un día más me dijiste ayer! ¡Y anteayer! ¡¡Todos los hombres sois iguales!! –Le gritó a la cara, escupiéndole, mientras él se limitaba a callar.

La mujer se percató de mi presencia, girando su cara en mi dirección. Su cara me era familiar, y de entonces, abrí mis ojos de par en par al reconocerla. Era mi prima Andy. No había cambiado mucho, aún tenía sus rasgos que la caracterizaban, pero nunca me imaginaba que acabaría siendo así. Su cara enfadada no cambio al verme, incluso, creo que ni me reconoció al igual que Pol. «¡¿Qué estás mirando?!», me gritó. Yo me asusté al ver esto y arranqué la moto, saliendo rápidamente del lugar. Recordé el primer encuentro con Alya en la fábrica, cuando nos vimos cara a cara. Ella me apuntaba con una pistola. No me reconoció. Nadie lo hacía. Era como si el pasado para todos estuviera borroso y casi no existiera; como si la pizca de bondad en ciertas personas hacia sus seres queridos del género contrario se desvaneciera y solo quedara... El odio.

Acabé en un bar a un kilómetro de la casa de mis primas. Parecía ser que aquí, hombres y mujeres vivían por turnos. Me quedé mirando el cartel frente al bar; ponía que desde las 8:00h de la mañana hasta las 15:00h de la tarde, el bar era propiedad de hombres mientras que de 15:00h a 20:00h de la tarde, el bar era de mujeres. Miré mi reloj que marcaba las 12:40h, así que, sin miedo, decidí entrar a tomar algo de beber.

Me senté en la barra y el hombre me tomó nota de lo que quería pedir. Miré mi cartera, llena de billetes de diez por las recompensas y no me asusté al tener que pedir, pero, aun así, no fue demasiado. Para variar un poco de la gran ciudad, pedí un sándwich de jamón york y queso fundido y un zumo de naranja para beber.

El hombre no dio conversación y me extrañé al ver que el bar estaba completamente vacío. Tuve que preguntar ya que la curiosidad me mataba:

- Perdona, ¿El bar siempre está tan vacío?

Igualdad por desigualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora