Capítulo 7. Vagabundos

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Odio vagar por el mundo, llevo demasiado tiempo haciéndolo, y aunque sé que es más seguro cambiar de lugar, había sentido en esos pocos años con mi compañero que volvía a estar en casa.

Debería saber que nada dura, nada a parte de mí. Todo está destinado a acabar, le veo y sé que le he perdido, pero me niego a dejarle ir.

Sé que eso es lo que hará que al final quiera matarme, pero no tengo fuerzas para buscar un nuevo compañero, no aún.

Además, me he encariñado demasiado de este, no quiero destruirlo aunque sé que al final lo haré quiero sentirle un poco más.

La Europa que una vez conocí no es la que hoy ven mis ojos, nunca lo volverá a ser.

Saltamos de ciudad, de región, dormimos en casas abandonadas, bebemos de huéspedes que no saben lo que somos.

Pero al final de la noche sigo durmiendo entre sus brazos, siguen siendo sus labios los que besan mi frente, sigue siendo mi sangre lo que más desea en este mundo. Y consigo dormir, podría no hacerlo, pero hasta un inmortal necesita cerrar sus ojos y dejarse mecer por el duermevela de nuestro inconsciente.

Salvo que lo que me espera detrás de mis ojos, solo es sangre y muerte. El rastro de mi vida como inmortal.

Él aún no lo sabe, no lo ha visto, y no lo verá, yo me encargaré de que tras sus ojos nunca aparezcan los fantasmas de otros como nosotros.

Esa noche, abrazado fuertemente por él, sueño con Beatrice, la amé, sé que la amé y lloré durante décadas su muerte.

Mi preciosa Beatrice que me acompañó por más de sesenta años. Son sus ojos azules, idénticos a los míos lo que veo antes de olvidarla. Como se apagan, como abandonan nuestro mundo mientras sorbo a sorbo le arranco la vida.

Ella vive en mí, y nunca me abandonará, ese fue el precio que tuve que pagar por su amor.



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He perdido la cuenta de los lugares a los que nos hemos trasladado, hemos viajado a pie y en transportes públicos, hemos robado coches que he conducido hasta que los primeros rayos del sol nos han alcanzado.

Parece que huimos y aún no sé de qué, él no me dice nada, solo calla, me abraza y me hace olvidar mis preocupaciones.

Pero no soy la versión que creó de mí hace tiempo.

Me dejo arrastrar, vagabundeando por lugares que ya no me importan. Adicto a la sangre y a su compañía, pero cuando antes me sentía liberado, una nueva parte de mí que había salido a la luz para vivir mi vida inmortal, ahora tenía que convivir con aquel que un día fui.

Nunca más lo olvidé, recuerdo sus rostros día a día, esos últimos que vi. No he vuelto a perder de vista el tiempo, me esfuerzo por capturar cada día. Porque es un día más en la vida de mis hijos, el único ancla que me queda con la persona que fui, con la que soy. Nunca morí.

Noto como mi compañero se abraza a mí cada vez más desesperado, y yo hago todos mis esfuerzos por amarlo, por venerarlo como antes había hecho. Pero me cuesta hallar en mí esa pasión.

Me siento prisionero, la sed por su sangre no me deja, y sé claramente que esas son mis cadenas, las que me unen a él. La que me arrastran como su esclavo.

Los pensamientos de degollar su cuello y beber toda su sangre son cada vez más fuertes. Tanto que me hacen soltarle en mitad de nuestro abrazo inmortal.

Sangre, su sangre por todos lados, pero sobre todo en mi boca, bebiendo de él hasta matarlo.

Necesito apartarme de él, pero soy incapaz de abandonarlo. Vuelvo a él como el niño travieso que promete portarse bien.

Recuerdo estos años de vagabundeo como la pura obsesión de amarle y odiarle, de culparle y protegerle. De llorar cuando cierra sus ojos, desear su muerte a mis manos y pedirle perdón con mis besos.

Rara vez soy consciente de nuestro alrededor, solo soy consciente de él, y de retener la parte que me ancla a mi humanidad.

Pero no estamos solos, yo he tardado más tiempo que él en darme cuenta.

Huimos y cada vez nuestros movimientos son más rápidos, cada día en un lugar.

Hasta que la he visto, es una inmortal como nosotros, lo sé por sus ojos idénticos a los nuestros.

Su rostro es una máscara de odio y asco, y mi compañero corre como si hubiera visto a un fantasma y no a otro ser como nosotros.

Pero yo comienzo a desear sus encuentros, esos que me llenan de curiosidad. Me gustaría poder hablar con ella, saber qué le ocurría.

Tengo tanta necesidad de estar con otros personas, con otros inmortales que siento que con ella podría encontrar algo de la calma que ya no tengo.

Pero él no me deja abandonarlo, me arrastra en su huída y cada vez parece más desesperado.

Creo que ahora estamos en el sur de Italia, realmente no sé dónde. Él me está besando por el cuello, arañándome con sus colmillos, notó la ansiedad en sus venas. Pero yo solo pienso en ella.

Deseo volver a verla, porque significaría que no estamos solos, solos él y yo, pero corta mis pensamientos con sus colmillos clavados en mi cuello.

Cada vez bebe más de mí, pero yo obtengo menos de él. Voy a necesitar varios humanos cuando acabe conmigo.

Toma mi sangre y mi cuerpo, pero yo estoy tan lejos.

La veo, y sonrió, no hay reproche en su mirada, sino que está llena de curiosidad, esa misma que yo he sentido por ella.

—¿Quién eres?—pregunto.

—Soy tu hermana, y te necesito.

Mi compañero me cabalga insaciable, llevándose mi sangre y mi orgasmo con él.

Cierro los ojos, pero sigo viéndola.

"Yo también te necesito" pienso antes de quedar inconsciente.

Blood loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora