Capítulo 9. Te quiero

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Sé que ya no puedo escapar, sé que ha llegado mi final.

Y sin embargo, me resisto. Sé que solo lo estoy alargando.

Le he visto, y si él está aquí, moriré.

Hemos saltado, más ciudades, pero mi compañero ya no se separa de mí. Y lloro sabiendo que esto se ha acabado. Solo en el final encontré a un compañero de ser llamado así.

Y el tiempo se nos acaba, él también lo sabe, y somos los amantes que corren por el tiempo sabiendo que este no perdona, ni siquiera a monstruos como nosotros.

Serán mis últimos días, después de incontables noches.

Aún así, sus brazos y su cuello son mi último consuelo.

¿Tengo miedo? Sí, porque no sé qué habrá para mí después. Aunque llevo siglos corriendo delante de la muerte, esta ha llegado a por mí, y su cara no es amable, aunque sea la más bella que mis ojos puedan contemplar.

—Abrázame más fuerte—le pido. Y él lo hace, me besa, me arrulla, me consuela. Y lo siento, lo siento por él, porque le he arrastrado a su propia muerte, y por una vez no será a mis manos.

—Te quiero—me susurra contra mis rizos, lo arrastra por mi piel, se cuela por mis poros.

¿Qué hace un condenado a muerte su última noche? Yo la pierdo en su cuerpo, y nunca me he sentido más vivo.

—Te quiero—gimo cuando el alba despunta descubriéndonos amándonos por última vez.



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Él está desesperado, huimos, y yo solo quiero protegerlo aunque sé que en esta forma de sangre no seré capaz.

La amenaza es más grande que yo, que él, y no sé cómo lo sé. Porque yo aún no la veo, no es ella, ella solo nos ha vigilado, ella es solo los ojos del ejecutor.

Y su mirada cada vez es más intensa.

Le abrazo con tanta fuerza que si fuera un simple mortal ya le hubiera matado, solo encuentro consuelo dándoselo. Y el odio que una vez sentí por él se ha ido, porque sé que voy a perderlo. Y el dolor me atraviesa cuando esa realidad nos llega.

Me resisto al sueño diurno, solo quiero verle, besarle y recorrer su cuerpo como mi santuario.

Lamo sus pequeños pezones rosados que he mordido durante toda la noche. Y se retuerce receptivo; lamo su cuello donde la sangre pulsa vibrante, su sangre que ahora es mía. Rasguño la piel con mis dientes y el gime.

Mis manos se pierden en los pliegues de su piel, una que conozco como si fuera mi mapa, lo recorro una y otra vez, deteniéndome sobre su miembro erguido y goteante.

Recojo el manjar que son sus fluidos, lo saboreo y lubrico mi boca. Una vez más le abro, sus piernas extendidas para mí, mi compañero ofreciéndose por última vez.

Y en su interior me siento completo, sus gemidos se mezclan con los míos, clavo mis colmillos en su cuello, y él hace lo mismo en mi cuello. Unidos, bebiéndonos y follándonos.

Mi pequeño ángel inmortal, sus lágrimas cubren su rostro, si alguna vez le amé, si alguna vez fui suyo, es hoy, y será siempre.

Cuando despertamos, la noche ha caído, y la necesidad de huir ha vuelto.

Un coche cualquiera, una carretera cualquiera, él mira por la ventanilla y yo me dirijo a la siguiente ciudad.

Acarició su cabeza, y él me mira sabiendo más que yo que le amo.

—Mátame—dice—. Mátame, prefiero que seas tú.

No niego que infinidad de veces ese pensamiento me ha poseído, he querido acabar con él, beberle por completo hasta que él solo fuera parte de mí para siempre.

Pero ese deseo no es nada, ya no. Solo quiero seguir saltando, con él a mi lado. Cada noche y cada día siendo el uno del otro.

—Mátame.—Pide contra mi cuello, tan bajo que casi no son palabras.

Otra ciudad, otra noche.

Recorremos la ciudad, es pequeña, y buscamos el lugar donde pernoctar.

Necesitamos alimentarnos, y la caza ha dejado de ser placentera, porque nuestros sentidos tienen que estar más alerta que nunca.

Él bebe primero de la mujer que hemos encontrado, y sé que no estamos solos.

Ella está en el mismo callejón, pero esta vez no está sola.

Él deja caer a la mujer, no está muerta, pero no podrá moverse por un buen rato.

Miro hacia atrás, hay dos más.

Estamos acorralados, y le abrazo, él encaja en mi cuerpo, pero noto como su fuerza, que siempre ha sido mayor, en este momento, tiembla.

—Ha llegado el momento—dice uno de los hombres, inmortales como nosotros.

La oscuridad del lugar donde nos hemos escondido para alimentarnos juega a su favor. Sin embargo, sé que le conozco, sé que yo ya le he visto.

Mi compañero se aprieta más contra mí, estamos acorralados y solo soy capaz de mirar hacia arriba.

Se acercan a nosotros y entonces es cuando le puedo ver bien.

No fue ninguna alucinación, era él. Era el hombre que vi la última noche que estuvimos en Copenhague.

Es él, es la versión adulta de mi compañero, es su verdugo y el mío, y su rostro está oscuro y cansado.

Mi compañero se aparta de mí, y siento el frío y la incomprensión calar en mí.

—Déjame ir, Aren—le pide, acercándose levemente, quiero volver a tenerlo cerca—. Déjanos ir, hermano.

—Él te está esperando, Daven—dice inamovible—. Ya es hora de que enfrentes tus crímenes.

Blood loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora