Capítulo 12. Jan

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Aún estoy en shock, mi compañero, mi vida ya no existe. Veo como su cuerpo, ese que hasta el momento había sostenido su copia gemela, su yo que jamás sería, le suelta.

Inerte.

Aún estoy sostenido por los mismos vampiros, pero ya no forcejeo, más parece que son ellos los que sujetan para no caer.

Daven está en el suelo, como un saco de nada, de esa misma nada que siento en mi interior.

Miro a Aren y veo en su gesto, en su mirada tanto vacío como encuentro en el mío. Héctor, que no es más que su amo, le llama, le agarra por un brazo. Aquello no era lo que estaba planeado, lo sé, Héctor parece que quiere desmembrarlo allí delante de todos.

Me da igual, solo me importa el cuerpo vacío tendido en suelo.

—¿Qué hacemos con aquel?—Si me hubiera importado, si me importara, sabría que mi vida corría peligro.

—Llevároslo.—La voz de Héctor hablaba, y los vampiros que me sostenían ejecutaban. Así es cómo funciona esto.

Descendemos varios niveles, hasta que me meten en una celda, no es otra cosa más que lo que serían las mazmorras de un castillo medieval.

Supongo que es lo que esta mansión fue en su día, sinceramente, ahora no puede importarme menos.

No puedo calcular el tiempo, tampoco necesito hacerlo. ¿Qué necesito del tiempo ahora?

Siento que no sé nada, que no conozco nada del nuevo mundo que Daven me mostró. Me siento solo, le quiero, le necesito y él ya no está. Él siempre fue mi motivo, empiezo a pensar que por eso me eligió. Que él sabía que yo viviría solo para él.

¿Qué será ahora de mi vida? ¿Me matarán?

Creo que es la mejor idea, que en el fondo es lo que deseo. Solo y encerrado en este lugar oscuro son sus rizos dorados, sus ojos llenos de vida y de sangre, el sabor de su piel en lo único que pienso, ¿dónde está mi instinto de supervivencia?

Creo que ha muerto con él.

No calculo el tiempo porque no hay con qué hacerlo, no hay sol ni luna, no hay rondas de carceleros, no hay más que oscuridad y soledad.

Y yo, solo estoy yo. Y yo, ya no soy nada.

Vivo de su sangre, de la sangre que he bebido a lo largo de los años. Vivo de su recuerdo, de la nostalgia y el dolor. Vivo, porque no puedo morir.

Cuando alguien baja solo me doy la vuelta en mi extraña postura, ¿has venido a matarme?

Pero no, nadie va a matarme, peor, van a arrojarme a la calle, como un despojo.

Miro la mole ante mí, en la oscuridad de la noche, no sé dónde estoy, pero me alejo de allí. No quiero nada de ellos, lo único que quería ellos lo han destruido.

Camino, camino y camino hasta que encuentro a un pastor, bebo de él sin tan siquiera plantármelo. Sin darme cuenta de lo sediento que me encuentro.

He debido estar mucho tiempo encerrado.

No lo mato, no quiero matarlo.

Lo dejo acostado, descansando, sus ovejas me miran pero no se acercan. Ellas sí han notado que no soy alguien de fiar. Pero no la mato, y eso debería de contar.

Descubro que estoy en algún lugar de Alemania, no quiero entrar a ninguna ciudad. No quiero camuflarme entre humanos, no quiero volver a ser uno de ellos.

Recorro Europa, no necesito más que beber de vez en cuando, en realidad, sé que tampoco lo necesito. Pero la sangre es deliciosa y es lo único que me aporta un poco de felicidad; momentánea, volátil, pero ese mínimo contacto con otro ser vivo me calienta.

Blood loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora