Capítulo 6. Tú destruyes mi corazón

588 93 21
                                    

El dolor en sus ojos es como una puñalada, y no porque sienta su pesar. Sino porque yo soy dueño de su vida, de su alma desde que nos hemos unido.

Ese dolor es fuera de mí, no es conmigo, sino por ellos. Y quiero destrozarlos.

Ellos no son nada, y seguirían siendo nada.

Sus vidas, insignificantes en comparación a las nuestras, dan igual. Y él no lo está viendo.

Sus ojos abiertos de par en par mirando cómo sus míseras vidas cuelgan de un hilo, y ese hilo está en mi mano.

Los miro, no suelo alimentarme de niños, los encuentro repugnantes. Pero puedo hacer una excepción, quizás romperles el cuello y acabar con este absurdo al que me ha obligado a llegar.

Él es mío, y nadie más debería de importarle. Ese punto lo habíamos dejado atrás.

Y de nuevo soy consciente que el fallo ha sido mío. Llevo mucho tiempo vagando por el mundo, pero hay lugares a los que no vuelvo. Sé que sería mi sentencia de muerte, esa de la que huyo casi desde el momento de mi creación.

Pero aquí, con él, con mi compañero me he confiado, me he sentido en ese hogar que nunca he tenido. Entre sus brazos, en una ciudad demasiado cercana que me hacía sentir en casa.

Pero mi casa había sido destruida hacía demasiado tiempo, y no quiero acabar tan pronto con él. Es mi mejor compañero.

Me levanto arrojando a los niños al suelo, él se acerca hasta ellos, para abrazarlos.

Sus brazos me pertenecen, ¿es que no se acuerda?

—Deberías matarlos, solo entorpecerán tu vida—dije, sabiendo que mi compañero no lo haría.

Yo le había visto con ellos mucho antes de que él fuera mío, y le amé, y los odié.

Pero destruirlos no lo acercaría de nuevo a mí, era algo que tristemente sabía.

Lo único que podía hacer era dejarlo y que enfrentara sus demonios, pero no sería paciente.

—Te quiero a mi lado en tres días—le digo—. Uno más y los mataré.

Me fui, porque a mí sí me dolía su ausencia, y si él no volvía por propia voluntad cumpliría mi promesa, solo que no serían dos, sino tres.




o0o

Los niños me miran asustados, y si pensaba que no volvería a tener miedo en mi vida, me equivoqué.

No temo por mí, sino por ellos. Aquella amenaza no era en balde, la cumpliría y me sabía incapaz de hacerle frente.

Ideo aceleradamente escenarios donde acabar con él, matar al ser inmortal que me había dado esta vida. Sé que no es posible, y escapar de él con mis hijos tampoco lo sería.

Los niños tiemblan abrazados uno al otro, no me reconocen, y aún si lo hicieran yo para ellos solo soy una figura olvidada. Un padre desaparecido por años.

Solo no los recordé, y me odio por ello.

Jamás hubiera llegado a pensar en perderlos de esa forma. Las memorias del mortal que fui rasguñan por salir, encerradas, martirizadas.

Mis pequeños, ha sido tan mala idea arrancarlos de los brazos de su madre.

Finalmente, ella tenía razón. Soy un mal padre y siempre lo fui. He matado a un hombre con solo un gesto de muñeca, he secuestrado a mis propios hijos que lloran delante de mí. Y he firmado su sentencia sino vuelvo con mi compañero.


Tengo tres días, pero aunque por mi mente pasa la idea de quedármelos, de agarrarlos y huir con ellos. De convertirlos en lo que yo soy, niños vampiros por toda la eternidad. Me apiado de ellos, ya he destrozado sus vidas en una noche, necesitan sanar como humanos y antes de que la luz del sol nos tome, los saco de mi casa y los llevo a la de su madre.

Nuestro antiguo hogar.

Los niños ni siquiera se atreven a mirarme, sabiéndome culpable de las pesadillas que poblarán sus sueños a partir de este día.

En la casa no hay nadie, pero no me cuesta entrar, ya nada me cuesta, o casi nada.

Pero no tardarán en llegar, no quiero dejarlos allí solos. No es justo, pero las demás opciones solo lo empeoran.

Antes de irme había agarrado algo que dejé olvidado años atrás en mi apartamento, dos peluches de ojos enormes que nunca pude darles.

Quizás fueran mayores para ellos, quizás que se los diera un monstruo solo fuera una abominación.

Pero los coloco entre sus brazos, y ellos los abrazan con fuerza.

—Espero que alguna vez me perdonéis—digo sabiendo que sería la última vez que los veré.—Os quiero, y siempre os voy a querer.

Los rostros idénticos de los pequeños solo me miran, sin expresión. Me acerco de nuevo a ellos, pero el temblor de sus cuerpos me hace arrepentirme. Solo quiero un último abrazo, un último recuerdo. Pero ya han tenido suficiente de mí por todas sus vidas.

—Adiós.

Caminando por la que había sido mi casa, les oí, tan bajo que si no fuera por mi oído sobrenatural jamás lo hubiera hecho.

—Adiós, papá.

Salgo de allí corriendo, con las lágrimas que hacía años no derramaba. Sintiéndome miserable, condenado.

Por eso pienso que lo he imaginado, porque mi mente anda a caballo entre mi vida humana, los niños a los he dejado atrás y la vida inmortal con mi compañero, mi verdugo, el amo de mi vida.

Las ganas de destruirle, de destruirme, la sed y las lágrimas.

Cuando le veo, pienso que es él, pero es imposible que lo sea. Este hombre solo puede ser la versión adulta del hombre en el que se convertiría mi compañero si fuera capaz de envejecer.

Su rostro más maduro ha perdido la redondez de sus mejillas casi imberbes, sus rizos rubios no son la corona esponjosa, sino una más larga y salvaje. Su gesto, aunque tan cruel como podían ser sus sonrisas era otro, cansado, quizás. Pero lo que me hace saltar un latido de mi corazón inmortal son sus ojos, no son grises sino verdes.

Cuando me arranco las lágrimas que aún se acumulan en mis ojos, ya no está. Solamente ha sido una ilusión, una ilusión perturbadora.

En mi apartamento no hay nadie, y no lo hubo hasta tres noches después. Justo como él me había dicho.

Siento paz y odio al verle, siento ganas de destrozarle, y a la vez de abrazarle. Voy hasta él, temeroso y furioso.

Mi compañero, mi amante, el dueño de mi sangre. Le odio y amo a la misma vez, y él lo sabe.

Esa noche dejamos Copenhague.


OoooooO

Nos ponemos interesantes.

Blood loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora