Capítulo 4. Compañeros

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La sangre es la mayor droga que existe, seas inmortal o no, la sangre es la que nos domina a todos, unos por sentirlas entre sus labios, otros por derramarla en nombre de cualquier estupidez, otros por mantenerlas dentro de sus frágiles cuerpos.

Pero la sangre nos une y nos vuelve cazadores y presas.

Eso es algo que nunca tuve que enseñarle, él lo supo desde que abrió los ojos para mí.

Mi compañero es voraz, bebe hasta casi acabar con su presa, pero con la delicadeza de no arrebatarle la vida.

No era necesario, pero aún así, él no acababa con sus miserables vidas y la cantidad de cadáveres tras nosotros era nula.

Él no lo sabe, no necesita saberlo, pero en mi caso el alma maldita de esas criaturas insignificante no es mi motivación. Ni siquiera lo que sus estúpidas fuerzas armadas podrían hacer contra nosotros.

No rodearse de cadáveres es el mejor método para mantenerse en el anonimato para no ser localizados por otros como nosotros. Los verdaderos depredadores, nuestros enemigos reales. Nosotros mismos.

Él no preguntó, yo no lo expliqué.

No me había equivocado con él, era listo, pero no brillante; sabía adaptarse, sería un magnífico compañero. Y aunque no tememos la luz del sol, este nunca más guió su vida. Sino yo, lo cree para mí, para que fuera mío, y yo suyo.

Y así es como lo quiero, cuando tras un largo día, y una noche aún más larga abre sus brazos para mí y consigo descansar entre ellos.

Lo había buscado y lo había encontrado.

Mi propio compañero.



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El deseo por la sangre es mi compañera, el anhelo y necesidad que sentía por ella solo podía compararlo el que sentía por mi joven maestro.

Si beber de cuanto cuello encontrara por mi camino era arrebatador, él era una nueva droga. Nunca había deseado nada tanto como a él y a la sangre.

Y aunque sabía que lo tenía prohibido, no había sangre que más deseara que la suya.

Entre mis brazos, que siempre buscaba como refugio, me sentía poderoso. Nada tenía que ver con mi inmortalidad. La bruma de lo que fui como hombre era inalcanzable. Una vida que era incapaz de recordar, no sus datos, pero si sus sensaciones.

Nunca fui tan valioso, hasta que le conocí, hasta que entre mis brazos sostuve al ser más perfecto de la tierra.

Hasta que introducía mi nariz entre sus rizos rubios, esponjosos, un olor tan sutil, como todo en él. Y debajo, litros de sangre. Su sangre recorriendo cada órgano, podía escucharla. Como también lo hacía con la de los humanos. Sin embargo la suya, cantaba.

Melodías de deseo, de amor y de unión. Y entre mis brazos le besaba, a la criatura majestuosa que era mi compañero. Yo no dormía, ¿cómo podría?

Y sé que él, no lo hacía por necesidad, sino por el placer de poder hacerlo.

Aquel mismo placer que obteníamos bebiendo y comiendo, aunque no lo necesitáramos.

Mi pequeño maestro, mi creador era el que marcaba mi vida, aquella nueva, la vieja que eliminó. Y aunque aún notaba de vez en cuando algunos signos de malestar, nunca llegaba a identificar de donde procedían.

Y realmente dejó de importar, no cuando sus labios en forma de pálido corazón reclamaban ser besados. Cuando nuestros ojos, gemelos, hermanos de la inmortalidad se encontraban.

Cuando entre mis manos, que se volvieron expertas en su cuerpo, insaciable, como todo en él, le prodigaban todo cuanto quería.

No tenía su sangre, pero tenía su cuerpo, tenía su alma. Él era mío.

La luz entraba en aquella habitación que había habitado como humano. Vulgar, insulsa, pero donde todo cobraba un delicioso esplendor cuando la luz acariciaba nuestra piel.

Demasiados perfectos, es lo que cualquiera pensaría al vernos. Inquietantes sobre la luz del sol, su pelo parecía de oro, y sus labios cerrados el hielo a punto de derretirse.

Las venas en su piel marcadas de un modo que a cualquier humano espantaría a mis ojos eran deliciosas. Podía ver la sangre bombear. Nuestro corazón latía, nuestra respiración, baja pero continua. Seres de la tierra pero diferentes a lo que una vez fuimos.

Vampiros.

Con un dedo recorría la gruesa vena en el cuello del ángel dormido entre mis brazos, una que se introducía bajo su cuerpo, cruzando su pecho. Mis dedos la siguieron, pero pronto perdieron su rumbo. La caricia sobre sus pálidos pezones le hicieron jadear.

Pequeños colmillos que lamí rápidamente, pinchando mi lengua. Mi sangre en su boca y en la mía.

Su lengua despertando, aquella era una rutina en los días que llevábamos juntos, imprecisos porque para mí eran uno solo.

Mi miembro siempre preparado, él lo sabe, siempre lo sabe. Su extraña indefensión es tan solo fingida.

Con un solo gesto, yo estaría debajo, impedido y subyugado. No necesitaba comprobarlo, ambos lo sabíamos.

Aquello solo era un juego al que me dejaba jugar.

La representación eterna de que era mío y podía tomarlo a placer, como estaba a punto de hacer.

Cuando gimió al ser penetrado desee su sangre, con rabia, pero era lo único que me prohibía. El regusto de mi propia sangre no me calmaba y fui más rudo con él, tan encima que podría haberlo asfixiado de ser humano.

Su interior era suave y apretado, cálido pero ese día fue el primero en el que quise destrozarlo.

—Dámela.—Pedí con rabia, su sonrisa destrozaba mi exigencia—Dame un poco—acabé suplicando.

Me sostuvo tan fuertemente el rostro que si lo hubiera deseado me habría destrozado los huesos, pero mi cabeza solo quería descender hasta su cuello. La aorta bombeaba litros de sangre, su sangre.

Aunque era yo quien le follaba, quien imposiblemente duro me metía en su interior, era él quien me dominaba. Quien obtenía todo de mí. Quien alcanzó el orgasmo corriéndose sobre su cuerpo.

Y como un muerto de hambre le lamí, delicioso maná, lamí su semen de un blanco inmaculado.

Cuando no quedó ni una gota de él, le miré anhelante, necesitado. Él lo sabe, y por un momento duda, me siento tan vacío estando tan lleno que quiero llorar, sin entenderlo.

Como hace solo unos momentos, sus pequeños colmillos afilados se clavan en su lengua. Solo serán unas gotas, pero cuando me besa mi interior estalla. Nada se compara a su sangre, lamo, gimo y saboreo mientras es él el que me sostiene.

Mi erección olvidada cobra vida, corriéndome mientras saboreo su sangre. Solo unas gotas y siento que estoy de nuevo en el cielo.

Me sostiene y le sostengo, el sol nos cubre a ambos, y por primera vez en ese largo día que es mi existencia caigo en el sueño humano.

Blood loversDonde viven las historias. Descúbrelo ahora