Cap 9

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-¡Qué me dices Esther! ¡¿Es en serio?!- preguntó alarmada cierta monstruo de escamas rosadas mientras hablaba por teléfono, caminando por los pasillos del mercado a un ritmo no muy rápido.

-'¡Totalmente tía! ¡La mujer de Rojo, el portero, le puso los cuernos con el que trabaja en el bar de enfrente!'- habló una voz femenina bastante aguda al otro lado de la línea telefónica.

-¡¿Cómo fue, lo sabes?!

-'Pues verás, resulta que ambos querían tener un hijo, pero ella no lograba preñarse... ¡Y mira que lo intentaban! ¡Los escuchaba desde mi cuarto y, como ya sabrás, yo vivo justo en el piso que está encima del suyo! Bueno, el caso es que justo ayer, Rojo, se hizo las pruebas de fertilidad y salió que era estéril, pero cuándo llegó a casa se encontró con que su esposa le tenía la sorpresa de que, prepárate... ¡ESTABA EMBARAZADA!'- explicó con impetuosidad aquél jugoso cotilleo.

-¡Uuf...! No se le va a poder dirigir hoy la palabra.

-'¡Está que trina, tía! ¡Casi le tira el cubo de escurrir la fregona a la cabeza de una señora por pisarle lo fregado de la entrada! No la quedaba de otra, tenía que ir al trabajo la pobre y andaba con prisas.'

-¡Pero qué bestia!- exclamó. -Aunque el que te pisen lo fregado jode lo suyo, eh... bueno, ya en serio ¿Qué va a pasar, se van a separar?- interrogó ahora más preocupada por el futuro del matrimonio de aquél portero y vecino.

-'Oh no, ni mucho menos. Al final entendió que lo hizo por una buena causa... ¿O quizás fuera porque recordó que divorciarse cuesta dinero?...'- esto último fue mencionado por lo bajo. -Aunque, bueno, me temo que no va a volver a tomarse las cañas (vaso, generalmente de forma cilíndrica o ligeramente cónica, alto y estrecho, que se usa para beber vino, pero sobretodo, cerveza) en ese sitio y no quiere volver a ver ni en pintura a ese camarero, ni siquiera oír mencionarle.'

-Norma...- un repentino grito alarmó a la de escamas de tonalidad pastel, obligándola además a darse la vuelta para ver qué loco se atrevía a gritar en un supermercado.

La imagen que se encontró fue la de un zorro anaranjado, bípedo y bastante delgado o mejor dicho flaco, de largas orejas negras, al igual que la parte inferior de sus extremidades, y un matiz blanco adornaba la punta de su esponjosa y voluminosa cola. No medía más de 1,72m de alto, y eso contando sus puntiagudas orejas, además de portar un atuendo bastante vulgar: una camiseta sin mangas, un colgante militar en el que habían grabadas sus iniciales en las dos chapas plateadas, un reloj de digital negro en su muñeca izquierda y unas calzonas (pantalón corto en donde yo vivo) rojas de tonalidad algo oscura, bastante anchas y algo más largas de lo tradicional, llegando a cubrir sus rodillas.

Ese era el protagonista de aquél escándalo en la carnicería del mercado. Tales eran sus berridos, que hasta los cajeros que atendían a los demás compradores en la entrada alcanzaban a oírlo.

-¡YO SOY EL 25, YO! ¡¿ESTÁS CIEGO O ES QUE NO SABES CONTAR?!- vociferó este al tendero sin reparo ni contención. -¡DOS PALABRAS: BARRIO SÉSAMO, BARRIO SÉSAMO!

Vaya... no se ve algo como eso todos los días...

Nadie tenía las agallas suficientes para acercarse a él, incluso el que atendía el mostrador en ese momento se alejó un paso hacia atrás aún estando el expositor de carnes separándolos a ambos, mientras trataba inútilmente de tranquilizarlo con disculpas que no hacían más que rebotar en los oídos del zorro... Pero hubo una persona, muy tonta o quizás solo con una pizca de valor, que se atrevió a aproximarse hacia el encolerizado animal para calmarlo colocando una mano en su hombro, pero inmediatamente fue interceptado por este mismo tras apenas haber dado un corto paso, proporcionándole una mirada sombría y mientras le señalaba con el dedo a modo de advertencia, le ordenó, o mejor dicho, le amenazó...

N. 150Donde viven las historias. Descúbrelo ahora