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Los párpados de Changbin se abrieron lentamente, ajustándose de a poco al cosquilleante brillo que llenaba a la habitación en la que estaba. Sin embargo, se le heló la sangre en tiempo récord, alarmas internas sonando en su cabeza en cuanto se dio cuenta de la posición en la que estaba.

En algún momento de la noche, las extremidades de Felix habían logrado enredarse aún más con las del azabache. El híbrido no sabía cómo o cuándo sucedió eso; tampoco era como si hubiera podido dormir un poco con lo cerca que su vecino había estado la noche entera.

Changbin contuvo un grito ahogado, antes de apartar con delicadeza los brazos del australiano de su torso. Fue difícil, pero aún no quería despertarlo. Todavía era temprano, hasta donde podía ver. Después de lograrlo, se incorporó sobre el lecho y vio cómo su vecino agarraba lo más cercano a él entre sus brazos, que resultó ser una almohada.

Seo río bajo antes de detenerse de golpe; cierto, no deseaba despertarlo. Con cuidado, se deslizó fuera de la cama y silenciosamente dirigió a sus pasos al baño más cercano, esperando que no hubiera nadie más cerca.

Tan pronto como entró, se quitó su cubrebocas y rápidamente se lavó el rostro para deshacerse de cualquier vestigio de cansancio que pudiera haber quedado en sus facciones. Luego miró hacia el espejo frente a él y, por una vez, no experimentó la breve sensación de asco que solía sentir al ver su rostro. Él estaba... no podía decir que contento con su apariencia; era más aquel sentimiento de neutralidad y resignación que terminaba por inundar cada uno de sus pensamientos.

Se veía igual, a pesar de las pequeñas manchas rojas que teñían sus mejillas debido al agua fría con la que se había lavado. Sus colmillos no eran tan visibles, pues no estaba hablando ni sonriendo, y sus iris permanecían tintados de un llamativo rojo flameante.

¿Rojo flameante? Oh, dios era tan reconocible, que Changbin casi se asustó al mirarlos. ¿Por qué se veían tan vibrantes y notables? No estaba enojado, y mucho menos se sentía amenazado. Se sentía bien, su corazón latía con constancia, e incluso estaba tratando de ocultar su sonrisa, todo debido a cierto australiano.

¿Sus ojos estaban rojos por algo completamente diferente? A pesar de ser un híbrido demoníaco, el chico no sabía mucho sobre personas como él, excepto por la información básica que su madre le había dado cuando era más joven. Nunca había buscado otra cosa sobre su tipo de híbrido en Internet para saber más sobre su especie, porque no quería aceptar aquella parte de sí mismo. Siempre lo habían avergonzado, repudiado, convertido en un mal chiste, así que con los años había comenzado a detestar lo que era. De repente, se le vino Chan a la memoria, y se preguntó si el más alto tenía la respuesta de por qué sus ojos brillaban como dos malditas perlas.

Un par de suaves golpeteos en la puerta sacaron a Changbin de sus pensamientos. "¿Hay alguien ahí?"

El híbrido podría reconocer esa voz profunda y ronca en cualquier lugar. "Uh, y-yo... estoy adentro"

"Oh", Changbin casi podía escuchar la sonrisa en la voz de Felix, "Buenos días, Changbin".

"Buenos días." Seo rápidamente se llevó el cubrebocas al rostro, protegiendo su nariz y labios de la vista, pero sus brillantes ojos rojos aún eran visibles. No sabía qué podía hacer con ellos. "Maldita sea", murmuró para sí mismo.

"¿Dijiste algo?"

Changbin sacudió la cabeza aunque supiera que Felix no lo vería. "No lo hice. Uh--" caminó hacia la puerta y la abrió rápidamente, asegurándose de que el pecoso no pudiese ver sus ojos. "Puedes usar el baño"

"Está bien. Solo quiero lavarme los dientes". Ladeó ligeramente su cabeza y sus cejas se fruncieron. Apretando gentilmente el hombro del más bajo, preguntó: "¿Oye, Changbin?"

hide | changlix (esp.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora