Ya casi no hay tiempo

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L.P.H.S.N.S

Will despertó aquella mañana cansado y dolorido. No había dormido casi nada y las ojeras y el espíritu del sueño se ceñían a su cara y a su cuerpo.

Se preparó como hacía cada mañana, como si fuese lo más natural del mundo. Desayunó como si se hubiese olvidado del día en el que vivía, como si no tuviese preocupaciones...y entonces, miró el calendario.
27 de marzo.
Nada fuera de lo común.

Entonces, Will volvió a mirar a la fecha, después a la ventana y de nuevo a la fecha.

No.

Fue lo único que se le ocurrió pensar.

Will se levantó estrepitosamente de dónde estaba sentado. Después se volvió a sentar, con rapidez. Las piernas no le sostenían el cuerpo. Le temblaban de puro miedo y nerviosismo. Entonces, decidió salir a dar un paseo. Era lo que mejor le vendría para aquel fatídico momento en el que acababa de descubrir que en tres días se iba a su irremediable destino.

Recorrió caminos, aquellos caminos que se sabía de memoria y que recordaría para siempre. Recorrió sus lugares favoritos, como el bosque o la calle de la panadería, que siempre olía a bizcochos de canela y a horno. Recorrió su vida entera simplemente abriendo la puerta de su hogar y saliendo a pasear, posiblemente por última vez en mucho tiempo o tal vez para siempre.

Vio la casa de Shine, su esposo, a lo lejos. Pero no tuvo el valor suficiente para acercarse en ese momento. Ya lo haría al anochecer. Ahora, necesitaba estar solo y mentalizarse. Creerse de una vez por todas que había sido elegido para cometer atrocidades con un arma y luchar.

Deambulaba como un alma en pena. Como un ser incorpóreo que vaga sin un rumbo fijo en su mente.

Había pensado en fugarse varias veces y se avergonzaba de ese pensamiento. Pero tenía miedo. Tenía puro miedo.
Miedo de no subsistir. Miedo de dejarlo todo atrás. Miedo de perderse en la memoria de los que lo amaban. Miedo de si mismo y de lo que sería capaz de hacer. Miedo de su propio miedo.
El tiempo se le estaba escapando entre los dedos, como cuando en un reloj de arena, esta pasa al otro lado.

Hacía algunos días que había habido una reunión en el ayuntamiento para todos los soldados reclutados de la aldea Minerve. Les habían contado su plan y la ruta que tomarían para llegar al campo de batalla y para conquistar algunas tierras necesarias para la victoria de sus aliados y ellos mismos.
Los enemigos se encontraban detrás de una cadena montañosa que se veía lejanamente, muy al fondo, desde cada punto del pueblo.
Su objetivo era unirse a otros grupos de soldados para hacer un ejército más grande y poderoso y así salir victoriosos y con vida.
Quién iba a decir que la guerra en realidad estaba tan cerca de aquella perdidísima aldea francesa.

Will, tras aquella reunión y haber sabido los planes que tenían el coronel Foudre Louis y sus subordinados, le habían dado la idea de fugarse. Pero también gracias a esos planes y sabiendo la posición del enemigo, se dio cuenta de que estaban rodeados, ya que no les habían dicho por donde rodearían aquellas montañas para no ser descubiertos. Tal vez, lo habían hecho con el fin de que no huyesen y posiblemente, se los dirían cuando ya estuviesen a punto de ponerse en marcha.

Will, que se encontraba en medio del camino, notó como se le nublaba la vista y como espesas lágrimas saladas comenzaban a caer de sus ojos. Era la primera vez que lloraba con tanta angustia y tanto miedo metidos en el corazón hasta el más profundo capilar del sistema que bombeaba su sangre.

La desesperanza y el miedo se cernían sobre él, y no podía hacer nada para evitarlo.

Ya casi no había tiempo.

Solo le quedaba una cosa.

Correr en contra del reloj.

Luchar.

La razón de mi todo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora