4. La pausa de los recuerdos

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El anciano Shine comenzó a toser. Le faltaba el aire. Su familia, alarmada, le dijo que descansase, que ya escucharían más tarde la historia. Al principio se negó, pero después supo que tenía que dormirse. Tal vez fue intuición. Tal vez el destino. El caso es que era lo que tenía que hacer.
Cerró los ojos y soñó.

Estaba en un campo de amapolas y hacía calor. Lo conocía bien. Había estado allí varias veces, pero no recordaba cuando ni porqué.

Entonces, una voz le habló a sus espaldas.

— Ha pasado mucho tiempo, Shine. — Dijo Willem mientras sonreía genuinamente.

Shine se llevó las manos a la boca. Su asombro era tan grande como su felicidad repentina.

— Demasiado tiempo. Pero nunca me he olvidado de ti. Te lo aseguro. —

Will rió.

— Ya lo sé. —
Algo resplandecía detrás de su espalda y Shine, como curioso incurable que era, le preguntó.

— ¿Qué es eso que sobresale de tu espalda? —

— ¿Esto? — Dijo mientras extendía unas grandes alas blancas, de plumas esponjosas y brillantes. — Un pequeño regalo de los cielos astrales, ¿te gustan?

— Son preciosas. Ah... Realmente, siempre supe que eras un ángel. Eras demasiado puro para este mundo. —

— Shine. Termina de contar la historia. La historia que nosotros nunca pudimos finalizar de la forma adecuada. — Dijo con una mirada seria y decidida.

Willem se acercó y acarició suavemente el rostro de Shine para acto seguido extender sus alas blancas al completo e impulsarse hacia el cielo azul que se encontraba encima de sus cabezas. Shine lo vió perderse en la distancia, tal y como había hecho hacía tanto años atrás. Y mientras Willem se iba al encuentro con las nubes, Shine deseaba irse con él, tal y como se habían prometido el día en el que hablaron de salir de Mont Blanc.

Después, Shine despertó.

Will se le había aparecido en sueños. Will había ido a visitarlo. Will le había pedido que contase su historia. Tal vez así, descansarían en paz los dos... Para toda la eternidad.

La razón de mi todo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora