De camino a lo inevitable

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L.P.H.S.N.S.

Oliver, Renan y Will iban en un furgón de combate con otros tres compañeros. El silencio se había apoderado del coche y todo el mundo estaba enfrascado en sus pensamientos.
Will apretaba los puños con furia. La impotencia había desaparecido y solo le quedaban las cenizas candentes de su rabia contenida. Ojalá hubiese habido un árbol cerca para propinarle un buen golpe.

Renan estaba preocupando. Muy, pero que muy preocupado. Jamás había tenido tanto miedo en toda su vida y la despedida entre Willem y Shine lo había puesto más triste de lo que ya estaba.
Oliver lo notó. Vaya si lo notó, porque a cada poco le echaba miradas de preocupación y angustia, pero ¿qué podía decirle?¿Qué saldrían de allí con vida?¿Qué regresarían a casa?¿Que todo estaría bien?
No. No podía decirle eso. No era algo que él pudiera asegurarle.

Oliver estaba tranquilo. Era el que más tranquilo estaba de aquel vehículo que los llevaba a su destino, probablemente final para algunos. Y esque Oliver no tenía miedo alguno. El conocía sus circunstancias y sus probabilidades de salir con vida de allí, pero sin embargo, eso no le asustaba. Él sabía que si tenía que morir, moriría. No tenía ninguna objeción ante eso, pues no estaba en sus manos. Estaba en las manos del destino todopoderoso que se encarga de mover los hilos.

Oliver miró a Renan de nuevo y este lo pilló mirándolo.

– ¿Qué miras oliva aceitunada? –

Dijo este con un tono un tanto apagado.

Oliver le respondió lo siguiente.

– ¿Estás bien? Te noto nervioso. –

– ¿Nervioso?¿Yo? En lo absoluto. –

Oliver sonrió. Renan no engañaba a nadie. Se estaba restregando las manos y sus ojos lo decían todo.

Oliver le puso la mano en la cabeza y le alborotó el pelo caoba. Renan se la apartó de un manotazo intentando que nadie se diese cuenta de lo que estaba ocurriendo. Pero muy en el fondo, se lo agradecía. Le agradecía que quisiese calmarlo de esa forma.

Entonces, Oliver elevó la vista al frente y examinó a sus compañeros. Eran dos chicos de la zona sur de la aldea y una joven que no había visto nunca por el pueblo. Mostraba una actitud altiva e imponente, al igual que una presencia fuerte y seria. Se notaba que no provenía de la aldea. Tenía los ojos castaños y el pelo de un rubio platino muy brillante. Lo llevaba muy corto, a la altura de la barbilla. Para que no se le pusiese en la cara, lo llevaba recogido en dos trenzas laterales que se ataban en la parte de atrás de su cabeza. Oliver pensó que seguramente sería alguien que formaba parte del ejército.
Entonces ella estableció contacto visual con él.

– ¿Qué miras, cadete? Tú dignidad no se ha perdido en mi rostro, que yo sepa. –

"Que ruda..." Pensó Oliver.

La joven, que no pasaría de los veinticinco años, repasó con la mirada, uno por uno, a todos y cada uno de los allí presentes.

– Supongo que debería presentarme. Mi nombre es Idriss Allard. Soy mano derecha del Comandante Foudre Louis, pero vosotros debéis llamarme Capitana Allard. Mi trabajo en el campo de batalla consistirá en entrenar y proteger a los cadetes principiantes o con pocas habilidades de combate. –

Todos tragaron saliva. Aquello iba a ser duro. La Capitana Allard continuó hablando.

– Me imagino que estaréis un tanto perdidos y no sabréis adónde nos dirigimos. Pues bien, nos dirigimos a la base militar del Comandante, que también sirve de hospital y lugar de entrenamiento para cadetes. Nos quedaremos allí un mes. Enviar a los jóvenes de la aldea Minerve sin ninguna clase de enseñanzas posteriores sobre el arte de la guerra sería como enviarlos a una muerte segura, somos soldados, no bárbaros. –

La razón de mi todo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora