10. Noche

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Y así, sin más, llegó la Navidad. Los vecinos comenzaron a adornar las calles y pronto la nieve comenzó a hacer de las suyas. Ese año estaba siendo más frío que los anteriores y de los más tristes que había vivido. La guerra estaba dejando estragos, no solo en los bellos paisajes destruidos, sino que en la memoria de las personas que habían estado perdiendo la vida en el campo de batalla. Aquel año, la festividad estuvo vestida de luto.

Tras la cena, bromas y alegrías con mis padres, decidí que era hora de subir a mi cuarto. Estaba cansado, pues el día había sido ajetreado. Me tumbé en la cama sin ponerme el pijama siquiera y cerré los ojos. El sueño comenzó a envolverme.

Estaba a punto de dormirme, cuando escuché un ruido extraño proveniente de la ventana. Sonaba como si algo de pequeño tamaño hubiese chocado contra la pantalla de cristal. Extrañado y soporoso, me levanté y me acerqué sigilosamente a la ventana. Entonces, vislumbre en medio de la oscuridad, como una pequeña piedra rebotaba en el vidrio y hacia ese ruido que me había sacado del descanso.
Abrí la ventana y me asomé hacia afuera.
El corazón me dio un vuelco y me puse feliz en un instante.
Will estaba en la calle, tirando pequeñas piedras hacia mi ventana, tal vez tratando de despertarme o bien de llamar mi atención.
Este, se reía tratando de no hacer ruido, pues ya era muy tarde y todo el mundo estaba durmiendo.
Me llevé un dedo a los labios indicándole que se callase, pero su risa era muy contagiosa, así que acabé doblado por la cintura mientras trataba de no ser ruidoso.

— Estás no son horas de hacer una visita. — Le dije una vez nos calmamos.

— Lo sé, pero quería verte. — Dijo mientras una pícara sonrisa se adueñaba de su cara.

Correspondí a su sonrisa y decidí bajar a su lado. Lo cierto es que tenía muchas ganas de verlo y charlar un rato. Me puse un abrigo y bajé en calcetines por las escaleras tratando de esquivar los escalones que chirriaban. Una vez en la calle, me puse los zapatos y acto seguido, miré al chico que tenía delante mío.

Tenía un aspecto gracioso. Llevaba un ridículo abrigo de cuadros y una bufanda que estaba igual de roja que su nariz. Hacía mucho frío.
Will se acercó más y susurrando, dijo lo siguiente:

— Feliz Navidad, estrellita. —

— ¿Estrellita? —

— Sí. Eres una estrellita. Cada vez que sonríes, tus ojos se iluminan y miles de estrellas comienzan a brillar en ellos. Es bonito de ver. —

— Anda... No digas tonterías... — Me había puesto nervioso y rojo. Y no por el frío, precisamente.

Su cálida presencia en aquella helada noche de invierno me envolvió y una vez más, fui consciente de aquellos sentimientos que llevaban tanto tiempo ahí arraigados y escondidos en mi corazón.

El viento sopla para consolar a los corazones que se encuentran en la incertidumbre.

— Vamos a dar un paseo. — Dijo Will.

Agarró mi mano, la entrelazó con la suya y comenzamos a correr, como si quisiese que huyeramos de allí juntos para nunca volver. Recorriendo calles en donde nuestros nombres jamás serían recordados y nuestra historia sería una historia más, de esas que ocurren en las ocultas noches de invierno. Supe que aunque el resto se olvidase de nosotros, yo nunca lo olvidaría a él.

Corríamos para huir. Corríamos para ser libres. El frío nos amordazaba la piel, pero por alguna razón, no lo notábamos. Tal vez era porque estábamos agarrados de la mano y eso calentaba nuestro amor incipiente.

Acabamos a las afueras del pueblo, en una arboleda frondosa y oscura. La hierba nos acariciaba los tobillos y el vaho salía de nuestras bocas cada vez que hablábamos.

“Si esto está mal, no me importa. Quiero vivirlo al máximo. Quiero estar a su lado.”

Esas fueron las palabras que surgieron en mi interior aquella noche. Enrojecí, dándome cuenta de su significado y apreté con más fuerza su mano.
Y mientras eso ocurría, nosotros seguíamos caminando, ya a un paso tranquilo y disfrutando de la quietud y la oscuridad del pequeño bosque. De vez en cuando, entre las ramas, se adivinaban los tímidos luceros de las estrellas y yo recordaba lo que había dicho sobre mis ojos. Definitivamente, aquella noche los sentimientos de ambos se habían desatado.

— Shine, no soporto los fuertes latidos de mi corazón ahora mismo. — Susurró.
Tal vez creyó que no le estaba escuchando, pero si que lo estaba haciendo.

— Yo tampoco... — Respondí tímidamente.

Nos miramos con sorpresa y acto seguido sonreímos. Todavía no era el momento y a la vez lo era. Todo me daba vueltas.

“¿Amor?”

Sí. Puede ser.

Nos sentamos bajo un árbol y Will alargó su mano hasta mi cabeza. Hizo un ademán de acariciarme el pelo, pero se detuvo al momento de pensarlo. Tal vez creyó que tampoco me di cuenta, pero también fui consciente de ello.

Dos corazones latentes, guardando un secreto con el mismo significado y esperando al mejor momento para decirse mutuamente lo mucho que se gustan. La incertidumbre. El miedo al que ocurrirá. El miedo al que dirán. La emoción. Nuestros pulsos acelerándose al mismo compás.

Cuando el tiempo pareció detenerse, estaba corriendo hacia ti. Pero entonces, el tiempo volvió a moverse y fue como si nunca hubiese ocurrido.

Un día, me dejaste mientras me dabas una sincera sonrisa. Will. Aún espero tu regreso. El regreso que nunca se produjo.

La razón de mi todo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora