Hugh miró a Isaac una vez más. El chico no le dirigía una mirada siquiera, ni de vez en cuando, concentrado en su portátil (en realidad, el de Hugh). Escribía sin parar y de vez en cuando usaba el ratón, con las gafas en la punta de la nariz. Suspiró, se las quitó, bajó la tapa del ordenador y se frotó los ojos. Hugh lo había estado esperando desde hacía más de un cuarto de hora, plantado en el umbral de la puerta del pasillo de su piso, esperando a que su marido viniese de una buena vez a la cama.
-¿Ya estás? ¿Has acabado?- preguntó, acercándose a Isaac, frotándole los hombros desde atrás. No era un tono de voz sarcástico ni de escepticismo, sino de avidez y curioso; hacía ya días que su esposo se acostaba tarde por culpa del dichoso trabajo. Isaac asintió y alzó la mirada hacia él. Lo tomó de la cintura y lo atrajo hacia él, apoyando su cabeza en su estómago.
-Sí, pero tengo sueño. Mañana tengo que levantarme a las seis- le respondió, cerrando los ojos. Hugh se crispó.
-¿Por que? ¿Qué te piden ahora?
-Hugh, cielo, no depende de mí.
-Pero son más de las doce...
-Lo sé. El fin de semana te prometo que te recompensaré- le dijo, poniéndose en pie y dándole un beso en la cabeza. Hugh se abrazó a él. Hacía semanas que lo único que hacía por las noches era esperar levantado a Isaac para después irse los dos a la cama sin hablar siquiera, durmiéndose en menos de cinco minutos. Luego, Isaac se levantaba a las siete y se iba a trabajar, volviendo a las cinco. Entonces, se ponía a adelantar trabajo o lo que fuera que hiciese tantas horas frente a su ordenador. Hugh iba más tranquilo: escribía sus artículos, reportajes y demás desde casa y una vez a la semana iba a ver a Judy, su jefa, para publicarlo todo y recibir nuevas órdenes, aunque había veces en que no hacía falta, pues Judy le pedía muchas veces el trabajo por correo.
Pero hacía días que Isaac había estado llegando a las siete de la tarde, a veces más tarde, demasiado eufórico o malhumorado. Hugh no quería hacerse ideas extrañas, pero lo cierto es que a veces no podía evitarlo. Se encontraba a sí mismo con el móvil de Isaac entre las manos, a punto de pedirle que lo desbloquease para él, o a punto de llamarlo por si lo encontraba en alguna situación comprometedora. Se decía que estaba siendo un paranoico y volvía a donde quisiese que estuviera antes, moviendo la cabeza.
Al día siguiente, Hugh notó claramente cuando Isaac se levantó. Lo notó vestirse y prepararse para después inclinarse hacia él y besarle. Escuchó la puerta abrirse y cerrarse poco después. Hugh suspiró. Había sido un beso casi sin sentimiento, automático, más por costumbre que por otra cosa. Se preguntó si debería consultar con alguien, algún amigo o hablar con Irene, su cuñada (experta en ese ámbito al ser abogada especializada en divorcios y familias), su situación con Isaac. Quizá solo estaban pasando por una temporada difícil. O tal vez todo fueran imaginaciones suyas.
Se levantó una hora después, preparándose para ir a la oficina. Bueno, más bien para ir al despacho de Judy en el bloque de pequeñas oficinas que usaba el LA's Eye como sede. Su jefa lo había llamado el día anterior, exigiéndole que se presentase a las nueve de la mañana. Hugh se esperaba cualquier cosa de aquella mujer. Intentó llegar a la alguna idea, razonable y seria, mientras las puertas del metro se abrían delante suyo, dejando bajar a los que iban dentro. Pero era Judy, pensaba Hugh, de la cual te podías esperar cualquier cosa.
El periódico donde trabajaba no era uno de renombre, pero tenía cierta fama en la ciudad por ser corto, escribir las cosas de manera tajante y objetiva y contener escándalos de todo tipo. Cobraba un buen sueldo y era flexible, pero Hugh quería aspirar a más.
La sede del LA's Eye era un edificio de no más de cuatro plantas, de cristal y con un enorme cartel luminoso en el que se leía el nombre del periódico. El interior eran salas de oficinas, la primera planta vacía. En el cuarto piso, tras una puerta grande y gastada, se hallaba el despacho de Judy, la directora. Hugh tocó cuatro veces, formando una especie de corta melodía, tal y cómo sabía que le gustaba a Judy. Escuchó un escueto "pasa" y se adentró.
Una de las cosas buenas que tenía Judy era que siempre te sorprendía. Si bien la última vez que la vio, casi una semana antes, tenía un estilo formal y fresco, de moño apretado y gafas y traje lavanda, esa vez vestía un vestido negro conjuntado con unas medias del mismo color, botines de plataforma, pelo rubio rizado y labios granate mate. Las gafas, como siempre, acompañaban el color de los labios. Hugh no hizo ningún amago de sorpresa ni nada por el estilo. Estaba más que acostumbrado al camaleón que tenía como jefa y, de hecho, lo que se le hacía raro es que Judy repitiera look tres días después de llevarlo.
En cuanto lo vio, Judy le hizo una seña para que se sentara en la silla de plástico azul frente a su mesa, sin saludarlo siquiera, para después apoyar las palmas de las manos sobre la mesa y soltar:
-Tengo una propuesta para ti. Una muy prometedora.
-Buenos días, Judy- replicó Hugh con calma. La mujer torció los labios un instante.- ¿De qué se trata?
Judy se incorporó, llevándose las manos a la espalda. Se paseó un poco a lo largo de su mesa y volvió a mirarlo, con aquellos grandes ojos marrones, a veces ocultos tras lentillas de colores.
-Una entrevista. Y antes de que pongas esa cara- añadió rápidamente al ver que Hugh arqueaba una ceja y se cruzaba de brazos-, te diré que no es una entrevista a alguien normal, no. Estamos hablando del cabecilla de los Bloody Cherry.
Hugh se removió, llevando sus manos entrelazadas a los muslos, nervioso. Había oído hablar de los Bloody Cherry, por supuesto, cualquiera que viviese en Los Ángeles había escuchado ese nombre; al principio, cuando llegó a la ciudad, Hugh pensó que debía ser un grupo de música, una boy band o algo parecido, de jovencitos con carita mona. Pero resultó ser una banda, una banda callejera cruel, despiadada y astutamente organizada, que tenía aterrorizada a toda la ciudad, en especial a la gente que se veía envuelta en escándalos, por más pequeños que fueran (en su mayoría, gente con dinero). Así que no puso muy buena cara cuando escuchó "entrevista" ni "cabecilla" ni "Bloody Cherry", todo en una misma frase.
-¿Por qué yo?
-Oh, venga, Hugh. No nos engañemos. Los de la planta dos y tres no están preparados, son pequeños polluelos. Y los únicos que trabajan en la cuarta planta, en mi opinión, los mejores, somos Gary, tú y yo. Yo tengo demasiado papeleo y chorradas por hacer y Gary es un vago asustadizo que saldrá corriendo nada más vea algún tatuaje de Bloody Cherry. Así que eso nos deja contigo. Además- Judy se curvó sobre la mesa, mirándolo mientras movía las cejas-, es algo que lleva mucho tiempo intentando hacerse. El New York Times, Los Ángeles Times y demás periódicos de nombre han fracasado o rechazado. Es el pase VIP que esperabas, Hugh. ¡Vamos! ¿Vas a rechazarlo?
Judy se había ido acercando más a él, de la emoción, casi rozándole la nariz, con los ojos enormes. Hugh se removió, incómodo, bajando la vista. Judy estaba en lo cierto; él siempre había deseado algo así, trabajar en un gran periódico, ver su nombre en la portada de Los Ángeles Times, escribir para el mundo entero. Pero por desgracia se había desviado de su camino.
-Bien...- murmuró, de manera lenta.- De acuerdo. Lo acepto. Pero...
-Pero nada, ¡estupendo! ¡Magnífico! Siento no darte ninguna información más, pero es lo único que puedo ofrecerte; tendrás que apañarte tú solito. ¡Adiós!- Le hizo levantarse, empujándolo hacia la puerta.- ¡Tengo mucho trabajo! ¡Confío en ti, Hugh!
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Choker Shot
AksiHugh es un periodista al borde del divorcio de apenas veintisiete años que trabaja en un periódico pequeño con una ambiciosa jefa y un extremadamente vago compañero. Si quiere ascender y ver su nombre en Los Ángeles Times, tendrá que arriesgar su vi...