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POV LISA

Pedí más tiempo para pensar si quería ir o no a Barcelona. La temporada ya había comenzado y no quería cambiar de equipo a mitad de la temporada necesariamente, sin embargo, lo haría si eso es lo que hacía falta. Después de la escena en el club, los medios de comunicación se enteraron de lo que dijo Nana y la destrozaron tan brutalmente que huyo del país. Deseaba sentirme mal por ella pero no lo hacía. Hirió a Rosé, me obligo a contarle algo, que si bien debí decirle antes, quería hacerlo en un mejor momento. Y ella causó una ruptura en nuestro club, lo que era inaceptable. A pesar de eso, ella no fue la razón de que aún considerara Barcelona. Considerando de verdad Barcelona. Simplemente no quería precipitarme con nada. Sin embargo, accedí a encontrarme con el dueño y el gerente del club. Les debía tanto.

Sergio no podía entender por qué rechazaría lo que estaban ofreciendo. Era casi el doble de lo que me pagaban actualmente, lo que me haría uno de las cinco fútbolistas mejor pagadas del mundo. Pero por una vez, no era por el dinero o la fama que traería. Era por la paz. En Barcelona podría vivir cerca de mis abuelos, a quienes tenía la suerte de tener aún. Podía vivir en el campo, lejos de los flashes de las cámaras y bandada de gente siguiéndome. Podía escapar de todo lo que venía con el trabajo de ser buscada hasta que necesitaba ir a trabajar, sonreír y pretender que significaba todo para mí. Una vez lo fue. Trate de pensar en cuando ocurrió el cambio. ¿Cuándo había dejado de querer la fama? ¿Cuándo dejaron de importarme los automóviles y los patrocinios? Cada pregunta me conducía a la misma respuesta: cuando esa pobre chica de Washintong Heights entró en esa reunión en Belmonte y robo mi corazón.

La primera vez que hablé con ella supe que tenía que tenerla. Y una vez que comencé a seguirla a todas partes, me volví adicta a ella. De todas las mujeres que había conocido, Rosé era de la que más fácil me enamoraría. No hizo falsas promesas ni se escondió detrás de cosas materiales. No se excusó por lo que era o porque hacía las cosas que hacía. Simplemente era real, con ese cuerpo que volvería salvaje a cualquier hombre y un corazón de oro que haría a cualquiera afortunado si alguna vez lograba atraparla y mantenerla. Y por un instante, ella fue mía.

Con ese pensamiento, me levanté de la cama en la casa de mis abuelos en la que una vez dormí, y me uní a ellos para la cena. Se negaron a permitir que me quedara en un hotel mientras estaba en la ciudad, y me hallaba agradecido por su persistencia porque en tiempos como este necesitaba a la familia. Mi abuela me lanzaba miradas de lastima mientras cenábamos, agregando un "eres una idiota, Lisa" en donde quiera que pudiera encajarlo.

Dijo que era una idiota y ni siquiera había conocido a Rosé. Si lo hubiese hecho, no me cabría duda de que me golpearía en la cabeza con el bastón del abuelo. No podía molestarme en estar en desacuerdo con ella. Fui una completa idiota pero era algo de lo que no podía preocuparme. Ahora no. Necesitaba averiguar la situación de ese préstamo. Me sorprendió descubrir que en realidad mi equipo quería prestarme a Barcelona durante tres años, principalmente porque era la segunda mejor jugadora de la lista. Sin embargo, lo entendí cuando me reuní con los dueños en Barcelona. Estaban dispuestos a pagarme a mí y a mi equipo millones de euros durante los tres años, y cuando me dijeron del equipo potente que estaban intentando juntar, casi me habían convencido de firmar. Simplemente no pude obligarme a hacerlo. No sin consultarle a Rosé.

—No es tu esposa —dijo mi abuelo durante la cena—. No necesitas consultarle.

— Louis, por favor —respondió mi abuela—. Solo estas diciendo eso porque estás resentido.

—¿Resentido de qué?

—Resentido porque fue a jugar para tu equipo rival.

—No tuve elección —les recordé.

Mi abuelo rechinó los dientes. —Siempre tienes elección. Mi abuela puso los ojos en blanco.
Yo sonreí. —¿Qué se supone que debía hacer? ¿Romperme la pierna?

—Existe una posibilidad —dijo, arqueando una ceja tupida.

Ante la ridiculez solo pude reírme; aunque esta mermó cuando recordé a Rosé y mi rodilla. La extrañaba. Extrañaba su voz, sus ojos y la forma animada en la que hablaba. Echaba de menos la comodidad que me brindaba cuando se encontraba cerca. Sobre todo, la echaba de menos a ella.

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La JugadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora