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POV LISA

La mañana en que salí hacia Manchester, tenía nudos en mi estómago. No estaba segura por qué. Nunca había sido una voladora nerviosa antes. Quizás era por causa de que Rosé se había quedado, aunque ella había prometido conseguir el avión y encontrarme allí el jueves. Quizás era a causa de que la salud de mi padre estaba yendo de mal en peor y ya no sabía cómo sentirme sobre eso. Por un lado, no había tenido una relación con él en más de diez años; por el otro, ver la manera en que Rosé le dio la bienvenida a su padre con los brazos abiertos me hizo reconsiderar mi propia situación. Quizás yo necesitaba ponerle más empeño.

Afortunadamente, dormí durante el vuelo. Cuando aterricé, encendí mi teléfono esperando ver un mensaje de Rosé, le había dado el número antes de irme, pero todo lo que tenía eran correos y notificaciones de redes sociales a través de las que no tenía ganas de deslizarme. Mientras caminaba por el corredor que llevaba a la sala de espera privada, localicé a mi agente Sergio esperándome con una apretada sonrisa en su rostro mientras él hablaba por teléfono. Alejé mi teléfono mientras lo alcanzaba y le daba un rápido abrazos mientras él continuaba hablando por teléfono. Sergio se había vuelto más que solo un agente para mí. Él era familia. Habíamos pasado navidades juntos en la casa de su familia. Yo era el padrino de uno de sus hijos. Su esposa me trataba como a su propio hijo, y todo lo que ellos alguna vez habían hecho por mí, fue en mi beneficio, así que no pregunté cuando guardó el teléfono y me dijo que el club en Barcelona estaba interesado en pagarme a mí y al club para prestarme por cinco años.

—¿Tú que piensas? —preguntó él mientras conducía hacia su casa, donde dejé uno de mis autos.

Suspiré, inclinándome hacia atrás en mi asiento. ¿Qué pensaba? Incluso antes de que ellos adquirieran a los geniales fútbolistas que ya tenían, Barcelona había sido donde quería jugar. Eso fue antes de que el Chelsea me adquiriera y Manchester después de eso. Cada vez, yo esperaba por Barcelona. Tenía una cláusula no comerciable en mi contrato, lo que significaba que tenía la opción de anotar o rechazar cualquier oferta hecha, pero cada verano cuando la ventana de transferencia se abría entre el primero de julio y el treinta y uno de agosto, mantenía mi respiración esperando por el momento en que el Barcelona pudiera hacer una oferta. Eso fue antes de que Stephen se pasara a nuestro equipo, sin embargo. Nosotros finalmente habíamos construido algo que se sentía más como una familia y estábamos jugando así.

—Pienso que estas serán buenas noticias —dijo Sergio mientras conducíamos hacia su entrada—. Has estado esperando esto. Es mucho dinero.

—No todo es sobre el dinero.

Sergio me miró, con sus amplios ojos azules. —¿Qué? Estoy seguro de que te oí mal. ¿Acabas de decir que no todo es sobre el dinero?

Salí del auto y caminé hacia la parte trasera de su Ferrari mientras él abría la cajuela. Aún estaba mirándome cuando saqué mi maleta con ruedas y la puse en el suelo.

—¿Qué?

—¿No vas a entrar a saludar a Victoria? Creo que tenemos algo de comida que sobró de más temprano.

Sonreí y lo seguí sabiendo condenadamente bien que no era por eso que él quería que me quedara, pero incapaz de resistir una comida preparada en casa. A Sergio no le gustaba dejar las conversaciones sin terminar. Él prefería que sus clientes pasaran la noche aquí si ellos lo necesitaban, siempre y cuando recibiera una respuesta concluyente sobre los que ellos iban a hacer. Victoria estaba en la cocina poniendo los platos a un lado cuando entramos.

—Ahí estas —dijo ella, rodeando el mostrador para besar a su esposo antes de darme un apretado abrazo—. Extrañaba tener por aquí. ¿Cómo estuvieron los Estados Unidos? ¿Cuántas mujeres con el corazón roto dejaste detrás esta vez?

La JugadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora