10. Carpe Diem

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Me desperté muy temprano al día siguiente, ni siquiera había amanecido del todo. Las luces de la ciudad, se filtraban a través de la tela de las cortinas, y el cielo tenía un color celeste pálido con algunas nubes por aquí y allá. Abracé la almohada bajo mi cabeza y a mi mente llegó el rostro de Sve.

Ese era el quinto día sin saber algo de ella.

Recordé nuestra vida juntas como un sube y baja de travesuras inmaduras, de acciones descabelladas y aventuras que se mantuvieron solamente en planes. Me replanteé todo lo que acostumbraba y la forma en la que veía mi propia vida. La que supuse que, a pesar de no ser perfecta, me daría estabilidad y seguridad. Nunca había estado tan equivocada.

En comparación con Svetlana, para mí había una barrera inmensa que me encerraba dentro de Nueva Jersey. Y sólo había logrado traspasar aquella barrera gracias a un terrible incidente. Me preguntaba si la situación no fuera esa, ¿habría vivido al menos un poco?

A partir de ese momento, decidí que ya no quería ser más la prisionera de Julian Bucranio y sus negocios.

Roman se movió del otro lado de la cama, recordándome que habíamos dormido juntos. Le eché un vistazo para comprobar que todavía dormía, y me mantuve quieta para que no se despertara tan pronto y me hiciera preguntas al verme despierta con los ojos perdidos en la nada.

Los ojos me pesaban por el aumento de luz, por lo que pensé que sería bueno mojarme la cara antes que él despertara y me viera luciendo así. Me revisé las vendas para mi sorpresa, no estaban manchadas de sangre. Me las retiré despacio para comprobar el estado de mis heridas, y vi que estaban más cerradas. No podía soportar ni un minuto más con las vendas. Al mirar mi rostro en el espejo, me di cuenta de lo ruda que me veía. Herida y con el cabello desarreglado.

Regresé a la cama andando en puntas de pies y al sentarme en un rincón, me tomé unos segundos para apreciar la luz del día, que era más evidente.

— Madrugaste. — me dijo la voz ronca de mi costado.

Sonreí.

— Pensaba en Sve. — confesé.

Giré para verlo, apreciando también su cabello despeinado y su precioso rostro de recién levantado.

— Svetlana Pavlovsky. — se sentó contra el respaldar de la cama. — ¿Por qué las mujeres aman tanto ir de compras?

Recordé el día que conocimos a Roman, sentía que habían pasado años.

— Es un placer que no entenderías. — tomé la misma posición que él, pero me acurruqué en su pecho tibio. — Además, es lo único que disfruto hacer. Gastar el dinero de Julian. — dije esto último con un poco de sarcasmo y decepción.

— ¿Es lo único que disfrutas? — me respondió confundido. — Bueno, ya que anoche me interrogaste. Creo que ahora es mi turno.

Puse los ojos en blanco.

— No hago muchas cosas, Roman. — bufé.

— Sé que la señorita Pavlovsky va a la universidad. — indagó. — ¿Por qué tú no?

Maldición. Odiaba que me hicieran esas preguntas, pero era lo justo.

— No encuentro algo en lo que sea muy buena. — me lamenté. — Rendí los exámenes pero jamás me decidí por una carrera. Quizás solo he nacido para ser la hija de un narcotraficante y esperar que llegue mi turno de ir a prisión.

Roman guardó silencio un rato.

— Eres muy buena para llorar. — bromeó. — Tal vez deberías ser actriz.

Joya de Familia | bill skarsgård | (Wattys 2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora