La luz apagada de la habitación era el principal motivo de las risas entre besos. Me golpeaba el codo, las piernas y las heridas en el intento de trepar y rodear el cuello de Roman para seguir besándolo. De la misma manera, él se quejaba y maldecía cuando algo lo golpeaba en su intento de no soltarme y perderme entre la oscuridad.
Mi cabeza estaba golpeando la pared y era más fácil si nos deteníamos en busca de un sitio fijo para continuar con nuestro rebelde acto desesperado, en busca de aflorar nuestros instintos más humanos. Su beso era como una esponja que consumía todas mis ansiedades, y cada vez que se separaba de mi boca para tomar aliento, temía porque se arrepintiera y no volviera.
Quería besarlo hasta saber lo que estaba pensando de mí en ese instante. Sin embargo, creí encontrar la respuesta a mis dudas cuando él me tomó por las piernas, para levantarme del suelo. Las mismas rodearon su cintura y fue más fácil ya que eso consiguió que estuviéramos cara a cara. No pude evitar sonreír.
Y era diferente a las otras noches en las que dormía con esa expresión en mi rostro sabiendo que Roman no podía verme.
Ahora estaba sintiéndome.
Sus dedos buscaban el cierre de mi vestido en la espalda, mientras que con ligeros movimientos friccionaba su cuerpo contra el mío, logrando que una necesidad urgente de sentir su piel desnuda me invadiera. Iba a perder la cabeza con gusto.
Cuando logró bajar el cierre de mi vestido, sus manos se abrieron paso por la piel de mi espalda, encontrándose mutuamente en el camino de recorrerla de arriba hacia abajo. De pronto, sentí un dolor agudo pinchando en los costados de mi torso.
Roman se detuvo en seco.
— Carajo. — dijo aterrado dejándome en el suelo.
Me asusté de igual manera, buscando el interruptor de la luz.
Cuando la encendí, lo primero que vi fue a Roman mirándose las manos con sangre. Subió la mirada para alcanzarme y fue cuando me di cuenta de dónde había salido. Me quité rápidamente el vestido para revisarme el cuerpo en el espejo.
Tenía las heridas abiertas.
Excelente.
— No es tu culpa. — le aclaré. — Estaban sangrando desde que llegamos.
Roman caminó hacia el lavabo para enjuagarse la sangre de las manos, mientras yo buscaba cubrirme con algo para ocultar mi desnudez de él, pero antes de encontrar alguna prenda suelta, él salió y me observó con una sonrisa de complicidad.
Pues claro, tenía a una mujer semidesnuda al frente.
Caminó hacia mí con pasos lentos y cuando estaba parado detrás mío, retiró mi cabello del lado izquierdo de mi cuello. Luego, con la mirada a través del reflejo del espejo, me pidió permiso para tocarme. Mi respiración acelerada y los fuertes latidos de mi corazón parecían que romperían el espejo por la tensión de nuestras miradas a través de él.
— Déjame curarte las heridas, Lana. — susurró en mi oído.
— Que no se te haga costumbre. — contesté sarcástica.
— Estamos propensos a peores cosas. — dijo, acercándose a mi boca.
Me moví a un lado para esconderme un momento en el baño con el pretexto de estar buscando el botiquín.
Estaba hiperventilando.
Al salir, Roman estaba esperándome sentado al filo de la cama. Me pidió que me acercara con un movimiento de su mano, y estuve condenada a ser obediente solo para él. Abrió las piernas y me posicioné entre ellas, para que tuviera acceso fácil a mi torso. Limpió mis heridas, rindió todo el proceso necesario que se sabía de memoria y cuando terminó de colocarme los esparadrapos, depositó un beso en una de mis costillas.
Me estremecí y luego hice mi mejor esfuerzo por controlar mi urgencia de ser besada nuevamente por esos benditos labios suecos.
— Las cosas que te haría, Alana... — susurró Roman con la frente pegada a mi estómago. — Pero no quiero causarte más dolor... Tus heridas están sensibles.
Se puso de pie y se preparó para caminar hacia la puerta.
— Roman... ¡Espera! — exclamé para detenerlo y tomé su mano en el camino. — Quédate conmigo esta noche.
Se quedó parado allí y no volteó hasta después de varios segundos.
— De acuerdo. — susurró. — Con calma, ¿está bien?
Cuando estuvimos listos para ir a dormir, me puse nuevamente la camiseta que él me dio. Además, se me ocurrió que era la primera vez que compartiríamos una cama. Ninguno de los dos había mencionado el tema pero de seguro era mejor no hacerlo. Ya no quería sonrojarme más o ponerme nerviosa. Además, los sillones de ese hotel eran muy pequeños para Roman.
Nos acostamos en los respectivos lados de la cama y apagué la luz de la lámpara de mi lado, que era la única que estaba encendida. Me acerqué un poco a él sin tocarlo. Roman se acercó también. Y nuestros dedos se tocaron bajo las sábanas.
— No quiero lastimarte otra vez. — me dijo.
— Es peor tenerte tan cerca y...no poder...
Respiró pesadamente.
— Lo sé. — se quejó. — Seré cuidadoso.
Se acercó a mí con delicadeza, giramos para conseguir una posición más cómoda. Su brazo rodeó mi cintura y el otro se colocó bajo mi cuello. Mi espalda estaba contra su pecho. Y ambos, respirando al compás.
— Hueles bien. — volví a decirle, con mi sonrisa permanente.
— Y tú hueles a sangre. — bromeó Roman a mi oído. — Me gusta eso.
Si esas palabras hubieran salido de otra boca, tal vez me habría asustado, pero viniendo de Roman sonaban como algo parecido a una declaración de amor. Sonreí, y aunque me dolió un poco la acción, me giré para tenerlo cara a cara.
— Dime lo que estás pensando. — le pedí dulcemente sin hacer que sonara como un ruego.
No veía su rostro, pero sí sentía como su estado de ánimo cambiaba por el nivel y la fuerza de su respiración.
— Pienso que... voy a ser despedido después de esto. — se rió.
— Oh sí. — bromeé también. — Y recibirás un tiro.
Me tomó por la cintura con delicadeza para atraerme más cerca a su cuerpo.
— No me van a detener con un solo tiro. — dijo, esta vez, sensual.
Me besó con paciencia, tocando con los labios todo lo que podía en el espacio que le ofrecían los míos. Justo en ese instante no teníamos prisa para nada. El tiempo se había detenido para nosotros.
— Tendrán que despedazarme con un rifle. — volvió a decir sin alejarse mucho de mis labios.
Besó mis mejillas, y descendió por mi cuello en su único propósito de alterar todas mis terminaciones nerviosas. Me preguntaba cuándo había sido la última vez que me alguien me había hecho sentir de esta forma, pero las respuestas no se comparaban con este hombre distinto y prohibido. Y tan especial.
De repente, me dejé llevar por las emociones físicas, y mi cuerpo me traicionó dejando salir un ligero pero muy sonoro jadeo. Roman se detuvo. Entre la oscuridad, lo sentí volver a su posición inicial, justo frente a mi rostro.
El bastardo estaba a punto de burlarse de mí.
— Yo... - dije con un hilo de voz. —Yo...
Roman, dándole la contra a mis pensamientos, me besó la frente en respuesta.
— Eso se sintió como un cumplido. — dijo muy serio. — Lo tendré en cuenta después.
Me giré para volver a darle la espalda.
Roman me abrazó y de ese modo, supe que se ha terminado la sesión de besos por ese momento. Cerré los ojos con el cuerpo relajado y seguro.
Recordaría para siempre a Las Vegas como la bandera blanca durante la guerra.
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Joya de Familia | bill skarsgård | (Wattys 2020)
RomanceAlana vive una vida acomodada y solitaria siendo la hija del líder de la mafia de Nueva Jersey. Un desacuerdo entre bandos la obliga a renunciar lo que ama y a lo que conoce, pero no será tan duro junto a su atractivo y enigmático chofer. Juntos viv...