Él la miró esperando una respuesta a su pregunta, sin decir una sola palabra.
—Sí —respondió después de tenerlo en vilo durante unos segundos—. Me encuentro mejor. Pero ¿Qué haces aquí?
—¿Te has aplicado la crema?
—No.
—Entonces he venido para asegurarme de que sigues las instrucciones del doctor —dijo abriéndose paso hacia el interior de la habitación.
—¿Has venido a ver cómo me echo la crema?
—No exactamente. He venido a aplicártela.
—¿Qué? ¡Ni hablar! —gritó ruborizada ante la idea de volver a tener a aquel ardiente y misterioso hombre cerca.
—Duele, por eso no pensabas hacerlo, ¿cierto?
Diana no podía entender como aquel hombre podía conocerla mejor que ella misma. Pero no respondió. Ella simplemente miró hacia otro lado, por no darle la razón.
—Permíteme que haga esto por ti.
Ella lo miró directamente a los ojos, pues siempre había oído decir que los ojos son el espejo del alma. Pero al chocar sus miradas, ambos sintieron como una corriente de electricidad recorrió sus cuerpos y no hizo falta decir nada más. El cogió la crema y se acercó a ella.
—Permíteme —dijo apartando su cabello mojado.
—¡Espera! pero mírame a los ojos mientras la aplicas.
—Intentaré mirarte a los ojos, pero necesito ver lo que escondes bajo la toalla —esbozó una pícara sonrisa.
Diana lo miró de reojo.
—¿Debería quitarme la toalla? ¡No! quiero decir que, debería ponerme algo de ropa. Sí, eso es, voy a ir a ponerme algo—. Ella divagó mientras caminaba hacia el baño para ponerse algo de ropa.
—¿Estás bien? —preguntó mordiéndose el labio intentando controlar el deseo de arrancarle la toalla y jugar descubriendo cada curva de su perfecto, voluptuoso y apetitoso cuerpo.
—Ahora vengo —dijo saliendo disparada para el baño. Iba tan deprisa que se resbaló con el agua que caía de su pelo y tuvo que agarrarse al quicio de la puerta sin darse cuenta de había dejado la toalla en el suelo.
Ella se moría de la vergüenza sentada en el suelo del baño, deseando que se la tragara la tierra, «que bien se lo pasa este» pensaba, pues podía oír la risa de aquel tipo desde el otro lado de la puerta.
—¡Que divertida eres! —dijo él, partiéndose de la risa.
—¡Deja de reírte ya! ¿No?
—Sí, sí, perdona, vamos sal, no me reiré. Lo prometo —dijo fingiendo toser e intentando controlar la risa. Pero esta se detuvo en seco al verla salir. Se había puesto una camiseta blanca y unos shorts deportivos, pero aún tenía el pelo mojado y el agua continuaba acariciando su cuello, su escote, sus brazos y recorría todo su cuerpo. La camisa estaba mojada dejando entrever lo que era su ropa interior de encaje. Su corazón palpitaba a mil por segundo, sus manos querían acariciar la suave, pálida y delicada piel de Diana. Sus labios le pedían rozar y saborear los deliciosos labios de aquella mujer, su cuerpo le gritaba acercarse a ella y fundirse con su perfecto y sensual cuerpo que se movía elegantemente y con una gracia que jamás había apreciado en ninguna otra mujer. Ella era elegante, provocadora. Ella era la seducción hecha carne y con nombre de mujer. Sus curvas lo tenían hipnotizado. Le estaban provocando taquicardias y su forma tan inocente de mirarlo... Aquella mujer era un encanto y era pura sensualidad, una tentación, un pecado que quería cometer.
YOU ARE READING
Seducción - Rebel E.
RomansaLa tensión sexual se palpa prácticamente desde el principio. Una novela romántica y pasional, con toques irónicos, donde une dos países a través de dos corazones que acaban enamorándose. España y Corea unidos en un pícaro romance