Epílogo: Nuevo Comienzo

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Nadie puede evitar enamorarse. Tal vez uno quiera negarlo, pero es posible que la amistad sea la forma más frecuente de amor.

Stieg Larsson



La luz me deslumbró de manera cegadora.
Abrí mis ojos lentamente, colocando mi mano sobre mi frente.
Estaba sudando demasiado.

Fijé mi vista hacia al techo, como si de esa manera el dolor desapareciera de inmediato.

Cerré mis ojos con fuerza, y apreté la mano que tenía a mi lado.

Esto duele, esto duele mucho.

Solté un pequeño quejido de dolor, pero este no fue escuchado, gracias al llanto que era más audible.

Levanté mi cabeza ligeramente, y sonreí con dulzura al ver la hermosa sorpresa que cuestión de segundos depositaron en mis brazos.

Es un niño... mi bebé, mi príncipe, nuestro hermoso pequeño...

Nuestro.

Era nuestro.

Nunca lo soltaría. Era mío, era mi hijo.
No podía creerlo.
Aún era algo joven, y la tarea de ser madre me aterraba bastante. Pero ahí lo tenía, en mis brazos, junto a mí. No quería soltarlo, no podía.
Describir el amor que sentía por ese pequeño bebé, es imposible de explicar: Lo amaba, simplemente lo amaba.

Tenía hermoso cabello castaño, el cual a penas empezaba a crecer.
Era la viva imagen de su padre; su nariz, la forma de su rostro, sus labios... Eran muy parecidos.

En el momento en que el pequeño abrió sus ojos, me llevé una pequeña sorpresa: Eran azules. Su mirada era penetrante, enigmática y profunda, igual que la mía.

Simba, quien se encontraba arrodillado junto a la cama, me besó la frente con fuerza.
Tenía los ojos cristalizados; no lo había visto llorar desde que éramos cachorros.

Sonreí para mis adentros.

Miré hacia los lados; no había nadie. Ni siquiera me percaté en que momento se había ido Rafiki, el cual había ayudado con el parto.

Volví mi vista hacia Simba, y reí por lo bajo al ver como tenía a nuestro pequeño en sus brazos. Era una escena conmovedora. 

Al ver mi expresión divertida, decidió romper aquél silencio.

—Lo siento... ¿Quieres sostenerlo tú? —ofreció, aún arrullando al pequeño.

Sonreí con dulzura y meneé la cabeza.

—Está bien, si quieres sostenerlo no hay problema. Eres su padre, después de todo —le recordé, articulando con calma la oración.

Él sonrió levemente y volvió su mirada a nuestro pequeño príncipe.

Su mirada era dulce y tierna. Arrullaba al bebé con mucho cuidado y delicadeza, diciéndole lo mucho que ambos lo amábamos.

Se sentó en la orilla de la cama, y lo acercó para que pudiera verlo.

Sonreí de nuevo.

Un Romance En La SabanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora