꧁༒☬25☬༒꧂

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El agarre brusco y demandante en su antebrazo la obligaron a despabilarse

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El agarre brusco y demandante en su antebrazo la obligaron a despabilarse. Y en cuanto escuchó los gritos de Hans, supo que algo andaba mal, muy mal.

—¡¿Qué mierda es eso, Elsa?! —exclamó el pelirrojo, jaloneando a la rubia hasta la sala de juego.

—¿D-de qué estás hablando? —tartamudeó la ojiazul, totalmente aterrada.

Apuntó con el dedo índice a la pared.

"Lárgate de aquí", decía.

—¿Es que tú crees que yo estoy jugando, verdad? –rió Hans, relamiéndose las comisuras de los labios con enojo–. ¿Tú crees que como ya no he estado contigo, te voy a dejar con las riendas sueltas, eh?

—¡No, no, no! –negó con euforia–. ¡No fui yo, Hans! ¡Te lo juro! — levantó sus manos en señal de paz.

—¿Y entonces quién fue el que rayoneó eso? ¿O el que me rompió los boletos? ¡Dime! —y la lanzó a la mesa de billar. Elsa gimió de dolor cuando sintió un golpe seco en su estómago.

Tal y como la última vez.

Tadashi no se había ido de ahí, ese hombre no le daba ni la mínima confianza. Además, de chiste dejaría sola a Elsa con ese sujeto ahí aunque ella haya sido quien lo corriera. Y seguro no lo dijo en serio. Ella no haría algo de tal magnitud por maldad.

Por eso, cuando escuchó retumbar todos esos gritos dentro de la mansión, el sueño se le esfumó, y sintió que había problemas. 

Claro, nadie grita a mitad de la noche.

—¡Estoy harto de tus juegos! —regresó a ella, la tomó del cabello, y la arrastró por toda la habitación.

—¡Basta, yo no fui! ¡Suéltame! —suplicó ella, rasguñando y encajándole las uñas en la mano del joven. Aunque no servía de mucho puesto que las tenía cortas por sus ataques de ansiedad.

Hans se carcajeó, iracundo.

—¿O me vas a decir que fue el muñeco, eh? —dijo con sarcasmo. ¿Pues cómo un juguete haría algo así?

—¿Qué?

Levantó la mirada, y en efecto Hipo se encontraba ahí, sentado en una de las esquinas, viéndola con aquellos ojos verdes de vidrio que no reflejaban vida. Finalmente la soltó, y se fue de bruces al suelo.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó y corrió hacia Hipo. Lo apretó contra su pecho, se giró y le dio la cara.

—¿Fue el muñeco, Elsa? —repitió el pelirrojo.

—No entenderías lo que está pasando aquí, Hans —se limitó a contestar, viéndolo a los ojos.

Esa acción, esa pequeña acción, tomó desprevenido al ojiverde. Él odiaba por completo eso, odiaba que lo vieran a los ojos. Al menos a ella.

—Dame eso —le tendió la mano, no dispuesto a seguir tolerando el comportamiento de la rubia.

—No —dijo Elsa, poniendo a Hipo de un modo en que pudiera protegerlo, donde evitara a toda costa ser tocado por Hans.

—¿Qué dijiste? —alzó la ceja, incrédulo con la respuesta.

—No voy a darte a Hipo, no lo voy a hacer. No otra vez —negó con la cabeza varias veces.

Su ex novio se carcajeó.

—¿Sabes lo que estás haciendo, verdad? Porque tal parece que no.

—No te lo voy a dar, sobre mi cadáver —dictó, inflando el pecho.

—Así sea, voy a tenerlo —y la lucha empezó.

Con rapidez, Elsa esquivó el agarre de Hans. Corriendo al otro lado de la habitación, protegida por la mesa del billar, que estaba puesto en medio.

—Mientras más te resistas, más feo te irá Elsa —canturreó él, en una forma apresurada de asustarla.

La rubia midió mal la distancia a la puerta, que cuando quiso escapar por ahí éste logró pescarla de un brazo.

—¡Suéltame! —y con su mano libre, comenzó a golpearle el rostro.

—¡Quieta! —le soltó una bofetada, que la mandó al suelo.

El muñeco se le escapó de los brazos, rodando un poco por su cabeza.

—Te lo advertí, y no quisiste entender. Esto es lo que ganas –avanzó a ella, se apoyó sobre su rodilla derecha y acercó su mano a su trasero, pues había caído boca abajo. La pellizcó con suavidad, y le dio una nalgada. Rió–. Es lo que te mereces, malnacida.

Sin verlo venir, cayó de espalda, cubriéndose la nariz con sus manos.

—¡No! ¡Ya no más! —gritó Elsa. Jaló al muñeco de un brazo y salieron de ahí, disparados al primer piso.

—Firmaste tu sentencia de muerte —gruñó el pelirrojo, teniendo en los labios el sabor metálico de la sangre escurriendo hacia su barbilla

Esa perra me rompió la nariz.

Y como la primera vez, chocó con algo blando y cálido.
Rápidamente fue tomada de los hombros, moviéndola así hacia la izquierda. Protegida así por la espalda medianamente tosca enfundada en tela blanca de Tadashi.

—No te metas, niño —le dijo Hans, limpiándose lo que le restaba de sangre con su camisa.

—Quiero que tomes tus cosas y te vayas de aquí —ordenó el joven.

Por primera vez, Elsa pudo percibir la rudeza de su tono, no había duda ni miedo en él. Nada.

—¿Tú vas a obligarme? —rió el pelirrojo.

—Largo —y apuntó a la salida.

—Está bien, está bien. Tú ganas, niño –canturreó, levantando las manos "en son de paz".
Pero los dos sabían que no era de fiar, y que seguramente tenía un plan entre manos–. Pero déjame decirte que Elsa es algo... Especial, necesita estar controlada. Además de que es una inútil, no sabe hacer el espagueti perfecto, no sabe ser una buena esposa, no sabe hacer nada —decía todo eso, mientras caminaba en círculos. Claro, Tadashi poniéndose de barrera para que la rubia no saliera dañada.

El pelinegro se limitaba a escuchar, no respondía y no caía ante las provocaciones. Pero Elsa era otro lío.

Hans lanzó un puñetazo, que ambos lograron esquivar. Pero los nervios que consumían a la desamparada mujer entorpecieron sus movimientos.

Quedó alado del empleado.

—¡Elsa, no! —gritó Tadashi.

Antes de que pudiera siquiera alcanzarla a tocar, el asiático se le echó encima a Hans.

—¡Corre Elsa, corre!

Con las mejillas empapadas en lágrimas y su ritmo cardíaco acelerado, volvió a la segunda planta.

Eʅ Nιñσ IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora