XVIII

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El beso duró apenas unos instantes, pero fueron los segundos más intensos de su vida. Cuando separó sus labios de los de la profesora, no podía hacer otra cosa que sonreír. Se distanció lentamente de su rostro para poder contemplarla, y esperó con ansias una respuesta de aprobación. Al fin y al cabo, era Liliana la que se había lanzado sin saber qué es lo que deseaba realmente Olimpia. Esta, por su parte, quedó pensativa durante un breve momento y la observó minuciosamente. En la mente de la alumna empezaron a brotar una cantidad importante de pensamientos catastróficos y su cuerpo empezó a temblar. Sentía una mezcla de emociones contradictorias y cada una la invitaba a reaccionar de una forma distinta. Alegría, miedo, inseguridad. No obstante, su caos mental momentáneo fue interrumpido por su profesora, la cual fue capaz de detenerlo nada más y nada menos que con un beso. Un suave, tierno y largo beso. 

Después de separarse se quedaron mirándose en silencio, sin articular palabra alguna. Olimpia acercó su mano a la frente de Liliana y le apartó cuidadosamente un mechón de pelo que le tapaba medio rostro. Luego deslizó su mano desde la mejilla hasta la barbilla, acariciándola con mucha suavidad y lentitud. Liliana sintió un escalofrío y pensó que estaba en un sueño. De ninguna manera podía tratarse de la realidad, estaba siendo todo demasiado idílico. Sin embargo, era todo real, para lo bueno y para lo malo. De pronto cambió su expresión facial y adoptó una postura más rígida y preocupada, algo que la profesora no pudo ignorar. 

—¿Estás bien? Diría que te has puesto triste. 

—Sí, es que no sé —se llevó las manos a la cabeza —, no debería...

—Ey, venga, vamos fuera, ¿vale? —dijo Olimpia cogiéndo su mano y recogiendo sus cosas. 

Costó llegar a la salida porque el pub estaba bastante lleno esa noche, pero al fin pudieron salir. Una vez fuera del local Olimpia le preguntó a Liliana qué le pasaba, a lo que ella contestó entrecortadamente: 

—Todo y nada...Me pasa todo y me pasa nada. Es complicado, siento...yo no...no debería, ya sabes...haberte...haberte...

—¿Besado?

—Sí, besado —afirmó mirando al suelo.  

—Ey, mírame anda —esperó a que Liliana obedeciera y siguió hablando —, no pasa nada, está todo bien. 

—¿Todo bien? ¿Realmente lo está? Olimpia, no sé, tengo mis dudas...—respondió con voz temblorosa. 

—¿Por qué? ¿Acaso has hecho algo que no quisieras hacer? 

Tras una breve pausa Liliana contestó: 

—No...—en sus comisuras se divisió lo que parecía ser un intento de sonrisa, pero logró controlarse y mantener su dureza — Claro que no. Sin embargo, no sé, me da miedo lo que pueda pasar a partir de esto. 

—Pasará lo que querramos que pase, Liliana. 

—Lo sé, pero en parte no creo que sea así. Pfff...Olimpia, llevo soñando con este momento desde el primer día que te vi entrar en clase. Créeme cuando digo que quería que esto pasara, pero por mucho que ardiera en deseo, esto me da mucho miedo —se le rompió la voz al pronunciar la última palabra. —Miedo porque eres mi profesora y yo soy tu alumna. Miedo porque esto no está permitido, y por tanto, tampoco está bien visto. No vamos a poder comunicarlo a nadie, ya que nadie lo aprobará. Jugamos con juego, y estamos solas —se tapó los ojos con sus manos para no mostrar sus lágrimas. 

Olimpia se acercó a Liliana y la abrazó durante unos segundos. Cuando estuvo más calmada, retomó la conversación. 

—Liliana...no sé qué decir. No soy una persona que medite mucho las cosas y cuando quiero algo voy a por ello, sin pensar en las consecuencias. Probablemente sea uno de mis mayores defectos. 

—No creo que eso sea un defecto. Yo soy más bien todo lo contrario. Me gustaría tener la confianza y la seguridad que tienes tú y ser capaz de apartar el miedo de la forma en que tú lo haces, pero no soy así y no puedo fingirlo. Tengo miedo. ¿Tú no tienes miedo?

—Claro que lo tengo, Liliana, no soy un trozo de metal. Soy una persona, siento y padezco como todos y todas. Pero he aprendido a lo largo de mi vida a dejarlo a un lado para que no me impida hacer lo que realmente quiero. Es difícil, no puedo pedirte que lo hagas, pero creo que te vendría bien intentarlo. 

—No te quito razón, pero...¿estás segura? Quiero decir ¿de todo esto?

Contestó tras unos breves pero aparentemente interminables segundos: 

—Sí. 

—¿Y cómo estás tan segura, Olimpia? —preguntó con el corazón en un puño. 

—Simplemente lo sé —respondió sonriendo. 

Liliana miró hacia abajo y sonrió tímidamente. No sabía qué hacer o qué decir exactamente, pero tenía claro qué quería para ella. Para ella misma quería sentir y experimentar. Quería encontrar confianza, calma, seguridad, interés, amor, aventura, deseo...felicidad. En definitiva, la quería a ella. 

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