IX

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Se despertó cansada y aturdida, hasta que recordó la noche anterior y una sonrisa afloró en su rostro. Había mezclado recuerdos con su sueño y al principio le resultaba complicado distinguir la realidad, pero después hizo memoria y se recordó a si misma con un casco y en la moto de su profesora. Qué fuerte, había pasado de verdad, y hoy la volvería a ver porque tenía clase con ella.

Lo que más le preocupaba era que se le notara en la cara que ocultaba algo, que mentía. La gente de su clase no se iba a fijar en su cara, pero sus amigas lo notarían seguro. A ella no se le daba bien mentir, no había nacido con esa habilidad y nunca la había podido aprender. Marian y Laura habían descubierto que a su amiga le gustaba Olimpia, así que tarde o temprano se darían cuenta de que Liliana escondía algo.

Le había dicho a Olimpia que no diría nada, y así lo haría. Se le pasaron por la cabeza una infinidad de consecuencias que podrían desencadenarse si Liliana desvelaba sin querer (o queriendo) su secreto, y prefería que siguiesen siendo "posibilidades" y no "realidades". ¿Qué pasaría si la gente de su clase se enteraba de que había salido de "fiesta" con su profesora? Aunque el término "fiesta" no era el más adecuado, puesto que la gente se imaginaría a ambas en una discoteca y no. No fue una fiesta, simplemente salieron a tomar algo. Sin embargo, eso tampoco era verdad. No salieron juntas, sino que se encontraron y decidieron emplear ese tiempo en compañía de la otra y no cada una por su cuenta.

La gente empezaría a crear bulos y falsedades, incluso podrían llegar a chantajearla. Nadie había estado allí esa noche, así que nadie sabía realmente que había pasado excepto ellas. Aunque eso no lo sabía, ¿y si alguien conocido las hubiera visto en el bar? Liliana empezó a ponerse nerviosa y decidió distraer su mente mientras elegía qué ponerse. Eso tampoco era tarea fácil, porque era una persona muy indecisa y por ello se impacientó consigo misma.

Había pensado qué le pasaría a ella si la gente descubría que habían estado cenando juntas en un bar, pero no se había parado a pensar en las consecuencias que aquello podría conllevarle a la profesora. Su profesora. Las cosas serían distintas si fuera simplemente una profesora, pero al darle clase a ella, el asunto se complicaba. Los demás profesores serían duros con ella y el departamento o la directora podrían llegar a expulsarla. Y todo por pasar una velada inocente junto a Liliana. Porque sí, eran alumna y profesora, pero no habían hecho nada malo, solo cenar en un bar, cosa que había surgido de improvisto. Sin embargo, la gente que no quiere oír no escucha, al igual que la gente que no quiere mirar no ve. No habían hecho nada malo, pero a veces la realidad y la objetividad son lo de menos. Basta con saber que habían pasado un rato juntas para inventarse cualquier cosa; construir un castillo a partir de un granito de arena. La realidad se construye en base a percepciones y eso puede llevar a invenciones; mentiras que las personas esparcen y que pueden llegar muy lejos. Mentiras que pueden llegar a afectar y herir a las personas. Liliana no quería sufrir, y mucho menos quería hacerla sufrir a ella. Mantendría en secreto su encuentro, por el bien de ambas.

La primera clase la tenía a las 8:00h de la mañana y a pesar de tener cero ganas de estar allí, era lo que debía hacer si quería aprobar. Saludó entusiasmada a sus amigas y se sentaron para escuchar al profesor. No obstante, durante las dos largas horas que duraba la clase, Liliana no escuchó otra cosa que no fuera su mente. Se pasaba las clases (y el día) soñando despierta, porque no había cosa más interesante y apetecible en el mundo que pensar en Olimpia. Cuando terminó la clase de Prehistoria, Laura, Marian y Liliana fueron al baño. En ese momento, Laura preguntó:

—Bueno, ¿cómo estáis chicas? Yo me muero de sueño, por poco me duermo en la mesa. ¿Es preciso ir a la siguiente clase?

—¡Sí! —exclamó Liliana con emoción— Claro que debemos ir, como a todas las demás clases. ¿Por qué esta iba a ser menos?

—No sé ni a qué día estoy, ¿qué toca ahora? —preguntó Laura.

—Tenemos clase de Historia Antigua —dijo Marian.

—¡Ahh! Claro, por eso quieres ir, ¿eh? Se me había olvidado que a ti te gusta Olimpia.

—Shhhh. Tía, que estamos en el baño, nos puede oír cualquiera —susurró Liliana. 

—Bua, ya ves. Imagina que estuviese ella en el baño y que nos hubiera escuchado —recriminó Marian—. Ten más cuidado.

—Tienes razón, lo siento, no lo he pensado. Aunque todos los baños están libres, no hay nadie más aparte de nosotras.

—Me da igual, imagínate que llega a aparecer alguien de repente. O nos espían desde algún sitio.

—Si claro, las cámaras de seguridad, ¿no? —replicó Laura con un tono irónico.

Acto seguido se acercó a lo que parecía una cámara de seguridad en el techo (aunque en realidad no lo era) y se puso a saludar y a hacer señas. Las tres rieron con ganas y salieron del baño dándole un codazo a su amiga.

Entraron en el aula 5 minutos antes de que empezara la clase y se sentaron en primera fila, como habían acostumbrado a hacer por Liliana. A esta le temblaban las manos y no dejaba de mover la pierna derecha con nerviosismo. Escuchó su dulce voz de pronto y la llenó de calma. Le encantaba cómo iba vestida; llevaba una camisa verde oscura con algunos botones delante, pantalones largos de color negro y zapatos de vestir del mismo color. Llegó a su mesa y empezó la clase, no sin antes dedicarle una ínfima sonrisa a Liliana. La alumna le devolvió el gesto y empezó a notar cómo le ardían las mejillas; debía de estar roja.

—Bueno, continuando con el temario de la semana pasada, hoy seguimos hablando sobre gastronomía antigua. ¿Alguien me puede decir alguna comida o bebida típica de la civilización romana? Venga, va, que lo dimos hace nada.

—La cebada, el trigo, el pan —dijo una de las alumnas del fondo de la clase.

—Perfecto, ¿y alguna bebida?

En ese momento miró a Liliana. Sabía porqué la miraba; habían estado hablando de eso mismo la noche anterior. No tuvo que levantar la mano, pidió permiso con sus ojos y simplemente contestó:

—La posca y el vino.

—Efectivamente, genial —sonrió para dentro—. Pues veo que os lo sabéis bastante bien, y eso me alegra. En ese caso, avanzamos temario.

La clase pasó tan rápida como la noche anterior; todo el tiempo pasado junto a ella era poco y pasaba fugazmente. Empezó a recoger sus cosas y estuvo tentada de ir a preguntarle por aquello que había dicho ella anoche cuando la dejó en su portal, lo de que podrían repetir alguna vez. Sin embargo, le entró miedo por si alguien las veía o las escuchaba y también miedo al rechazo, así que decidió no hacer nada y marcharse. El resto del día pasó lento, al igual que el día siguiente y el fin de semana. Sólo quería verla, ¿era demasiado pedir?

Tener clase con ella solamente un día a la semana le parecía una broma cruel. Cuando llegaba el fin de semana lo pasaba mal porque lo único que quería era encontrársela por la facultad, poder verla, tener clase con ella, escucharla, hablar con ella, sonreírle, hacerla sonreír y, en definitiva, sentir cómo se le llenaba el estómago de mariposas. Se sentía muy feliz a su lado y le gustaba mucho estarlo. 

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