XVI

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—¿Por qué Olimpia?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué te llamas así?

—¿Cómo que por qué me llamo así? Porque me lo pusieron mis padres, como a todo el mundo. ¿Te parece poco?

—No me parece poco, pero no sé, al ser un nombre tan extraordinario imaginaba una razón más profunda —argumentó Liliana.

—Tienes razón, realmente la tiene, pero no te la vas a creer; nunca se la cree nadie.

—Prueba, a ver si soy la excepción y consigues que me lo crea. Pero tiene que ser convincente, ¿eh?

—Vale, lo intentaré. Allá voy...a ver, es una larga historia, pero intentaré resumirla. Tengo raíces en Grecia; mi abuela es nativa de allí y mi madre también.

Liliana enmudeció durante unos segundos y adoptó una expresión facial ambigua.

—¿Quieres que me crea que por tus venas corre sangre griega? —preguntó simulando estar más sorprendida de lo que lo estaba, porque en realidad esa era una posibilidad factible y lógica, dado la belleza que se le ha atribuido siempre al perfil y rostro de los griegos.  

—Yo no puedo controlar qué debes creer o no, pero te estoy siendo sincera. Es la verdad; parte de mi sangre y mi herencia es griega.

—Entonces, puede que por tus venas corra sangre olímpica... ¿te has planteado la posibilidad de ser una semidiosa? ¿Tienes algún tipo de poder? —preguntó Liliana animada.

—Sabía que no me creerías...no te burles de mí, va. ¿Puedo seguir con mi relato? —pidió Olimpia a la par que levantaba sus cejas, a modo de ofendida.

—Por supuesto, semidiosa.

Ambas sonrieron y apartaron sus miradas.

—Mi madre nació en un pueblecito de Grecia y vivió toda su adolescencia allí. Después se fue a Atenas a estudiar enfermería a la universidad y es allí donde conoció a mi padre. Mi padre es de aquí, de España, pero estaba de Erasmus en Grecia y se conocieron en una fiesta. Mi padre estudió Historia, al igual que yo, y se especializó en Historia Antigua, también como yo. Mi madre dejó la carrera ese primer año y luego ha trabajado de peluquera toda su vida, que es lo que realmente le gustaba. Mi padre pasó tres meses en Grecia y al poco tiempo mi madre quedó embarazada, y aunque a mi abuela no le hacía ninguna gracia, mi madre se mudó aquí para vivir con mi padre. A los pocos meses nací yo.

—Wow...estoy intentando asimilarlo. O sea, realmente si lo piensas, ¡fuiste concebida en Grecia! ¡Eso me parece muy mágico!

—Puede que lo sea, no lo sé. La cuestión es que me pusieron Olimpia de nombre porque mi padre adora y adoraba ya en esa época la mitología griega, y por razones culturales. Esa es la historia de mi nombre, ¿qué te parece?

—Realmente apasionante. Da casi para una película —dijo Liliana riéndose.

Después de escuchar a dos chicos cantar en el escenario, prosiguieron su conversación.

—Y tú, ¿por qué te llamas Liliana?

—Porque sí, no hay más. No hay una historia tan interesante y poética detrás. A mi madre le gustaba y ya está. Y tu hermana ¿cómo se llama?

—Nerea. Después de ver la reacción de sorpresa que tenían todos siempre al saber cómo me llamaba, decidieron ponerle un nombre más común. Aunque eso sí, eligieron Nerea porque a mi padre le recordaba mucho a Medea, fonéticamente hablando.

—Medea...astuta hechicera. No correrá peligro Adrián, ¿no? Ya sabes, Medea mató a sus hijos...

—¡No! Mi hermana es una persona calmada, odia la violencia, y no haría algo así nunca. Madre mía, qué cosas piensas —dijo riéndose la profesora.

—Lo siento, no quería pensarlo, pero es que era tan sencillo hacer esa asociación...—se disculpó Liliana.

—Anda, termina de cenar y atenta a la actuación, que no estás a lo que tienes que estar.

Desde luego no lo estaba. Solo pensaba en una cosa, y era en besarla. En tocarla. En acariciarle la mejilla. En rozar piel con piel. Mientras Olimpia disfrutaba de la actuación, Liliana estaba embebida contemplando su rostro. Desplazó la mirada a su cuello, tan apetecible y tentador...después recorrió con sus ojos el camino ondulado que dejaba su larga melena por su espalda. Se fijó en sus piernas, recubiertas por un pantalón vaquero. Quería llevar su mano allí, descansar en su regazo. Acto seguido, como quien no quiere la cosa, rozó con su pierna la pierna de la profesora. Fue breve pero suficiente para captar su atención. Olimpia se giró y se encontró con los ojos de su alumna, donde reposaron por unos segundos. Fue una mirada intensa, pero Liliana iba perdiendo, poco a poco, el miedo a mirarla de frente, mirarla a los ojos, y por eso pudo suportarlo. De repente, a Olimpia le sonó el móvil y apartó sus ojos de ella: era la niñera nueva de Adrián y la llamaba porque este no dejaba de llorar y no sabía cómo calmarlo. Olimpia recogió sus cosas y ofreció a la alumna ir con ella, cosa que Liliana aceptó.

Ambas fueron con la moto de Olimpia a su piso, donde estaba Adrián y la niñera. Olimpia cogió al niño en brazos y a los pocos minutos se relajó y empezó a reír.

—¿Quieres cogerlo en brazos? —preguntó Olimpia a Liliana.

—Claro, me encantaría —contestó la alumna temblando.

Liliana sostuvo a Adrián en sus brazos unos minutos mientras Olimpia comentaba con la niñera la situación y le aconsejaba posibles formas de actuar para pataletas futuras. Liliana notaba la mirada de su profesora en su espalda y eso la ponía muy nerviosa. Cuando se giraba, ésta apartaba su vista y prestaba atención a la conversación que estaba teniendo con la niñera. Fue algo incómodo y extraño, pero supuso que la miraba por si Adrián empezaba a llorar o no lo estaba cogiendo bien en brazos. Al cabo de un rato llegó Nerea, la hermana de Olimpia. Una vez terminadas las presentaciones, Olimpia decidió llevar a la alumna a su casa. Mientras ambas se ponían el casco, Liliana manifestó su entusiasmo por haber conocido al pequeño. Olimpia contestó alegre que a Adrián parecía haberle gustado Liliana, ya que notó cómo se había reído mientras estaba en sus brazos. Eso la hizo sentirse orgullosa.

La profesora subió a la moto y después lo hizo Liliana. Se había puesto una falda corta negra ese día y había optado por no ponerse medias para intentar impresionar de alguna forma a Olimpia, cosa de la que se estaba arrepintiendo en ese mismo momento puesto que el simple hecho de acercarse mucho a ella en la moto la ponía nerviosa y no quería que se le notara. Tuvo que hacerlo, subió a la moto y se recolocó la falda. Acto seguido, abrazó la cintura de Olimpia con ambas manos y pegó su cintura a su trasero. El corazón le iba a mil y sentía un calor intenso por el cuerpo, sobre todo de cintura para abajo. Olimpia acercó, aún más, a Liliana a su cuerpo, tocándole las piernas desnudas. La profesora, al darse cuenta, retiró sus manos rápidamente y puso la moto en marcha. En todo el trayecto no hablaron y la tensión entre los cuerpos no disminuyó. Cuando llegaron al final del trayecto Liliana apartó sus manos del cuerpo de Olimpia con sumo cuidado, sin embargo, notó que al deslizarlas parte de su ser se quedaba en él. Tras entregarle el casco a su profesora, se hizo el silencio. El tiempo se detuvo unos segundos y la distancia entre ellas era escasa (poco más de dos palmos). El momento fue interrumpido por un señor borracho que gritó en medio de la calle y del susto ambas "despertaron" y se colocaron en una posición más lejana.

—Buenas noches Liliana, que descanses.

—Muy buenas noches a ti también, Olimpia. Gracias por traerme.

—No es nada, ya lo sabes. Nos vemos mañana en clase.

—Sí, allí estaré. Hasta mañana —dijo alejándose y despidiéndose con la mano.

Liliana entró en el piso y se quedó estática en el pasillo durante más de 3 minutos, recordando y reviviendo la velada. Cuando salió de su ensimismamiento, se puso el pijama y se fue a dormir feliz, con una sonrisa en la cara. Parecía víctima de un hechizo de amor propiciado por alguna bruja, pero en este caso no había hecho falta tomar ninguna poción mágica, ya que la propia Olimpia bastaba para encantarla una y otra vez. 

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