VIII

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La última actuación fue una mujer recitando poesía. A Liliana se le saltaron las lágrimas. El local se inundó con los aplausos del público y la sonrisa de la joven poetisa.

—Ha sido una pasada, menos mal que no nos hemos ido —dijo Olimpia sonriendo.

—¡Y que lo digas! Cuánto talento hay repartido por el mundo.

—Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?

—¿Nos?

—Claro, a no ser que te quieras quedar aquí hasta mañana —contestó Olimpia arqueando una ceja. 

—Claro, claro, tienes razón. "Nos" vamos —. Liliana pensó por un momento que su profesora le había ofrecido salir por ahí con ella, pero en realidad solamente le había dicho que salieran del local, literalmente. Se sentía muy estúpida. 

Una vez fuera, Olimpia preguntó a la alumna si tenía forma de volver a casa, a lo que esta respondió:

—He venido en metro, y por la hora que es, seguramente ya no pasen más. Pero puedo llamar a una amiga o coger un taxi.

—Yo he venido con mi moto, te puedo llevar a casa.

—¿En serio? ¿Estás segura? —. Liliana estaba en shock. No se imaginaba a Olimpia yendo en moto, y mucho menos se la imaginaba llevándola a casa con moto.

—Claro, sin problemas. No te voy a dejar sola a estas horas, y esperar a que venga alguien a recogerte cuando lo puedo hacer yo misma creo que es absurdo. Pero lo que tú prefieras.

—Prefiero ir contigo –dijo Liliana con una sonrisa amplia. Demasiado amplia, probablemente.

—¡Genial! Suerte que llevo siempre otro casco.

Liliana intentó colocarse el casco en su cabeza, pero sus nervios y su inexperiencia se lo impidieron. Olimpia decidió ayudarla y se acercó a ella con suavidad. Liliana se fijó en sus manos y se dio cuenta de que cada vez le gustaban más. Se fijó en sus ojos; oscuros pero llenos de energía. Por último, su mirada se posó en sus labios. Madre mía, estaban tan cerca que le faltaba el aliento. Esperaba que no se diese cuenta, o sería un momento demasiado incómodo. Intentaba desviar la dirección de sus ojos, pero su boca la llamaba como un imán. Al fin, pudo apartar la mirada y volvió a centrarse en sus ojos. Olimpia terminó de ajustarle el casco y se sentó en la moto.

—Agárrate a mi cintura y sobre todo no tengas miedo.

En sus fantasías deseaba oír frases como esa, pero en ese momento estaba tan nerviosa que se paralizó momentáneamente, sin saber cómo actuar. Olimpia se giró desde el asiento y la miró:

—Venga Liliana, ¿a qué esperas? 

Liliana permaneció quieta, con los ojos muy abiertos, y Olimpia intentó tranquilizarla: 

—Ey, sé que no es fácil subirse a una moto, la primera vez puede dar un poco de miedo, como todo en la vida, pero te aseguro que no va a pasar nada. Ven, dame la mano.

La alumna obedeció y movió el brazo. El roce con su mano le provocó un cosquilleo. Fue tan agradable como estar envuelta en seda. Cogió su mano con fuerza y se sentó detrás suya. Segundos después, Olimpia buscó su otra mano y llevó ambas a su cintura. De pronto, ya no sentía miedo. Se sentía segura y cómoda. Una sensación de serenidad y felicidad invadió y recorrió todo su cuerpo. La profesora puso en marcha el vehículo y arrancó en dirección a casa de su acompañante. En todo el trayecto, Liliana se sintió eufórica y a la vez en calma, como en medio de una nube. Estaba abrazada a la persona que le gustaba y aquello rozaba el paraiso. No podía pensar en nada, solo vivir el momento.

Cuando llegaron al portal del edificio al cual desde hacía unos meses Liliana llamaba "casa", la conductora apagó la moto. Liliana se resistía a apartarse de Olimpia, pero tuvo que hacerlo. Cuidadosamente, quitó sus manos de la cintura de la profesora. Acto seguido, ambas se quitaron los cascos que cubrían sus cabezas y se arreglaron sus respectivos cabellos. 

Segundos después Liliana bajó de la moto. Se miraron.

—Bueno...

—Bueno.

—Ha estado bien la noche, ¿eh? Podríamos repetir algún día —dejó caer Olimpia.

—¡Claro, me encantaría repetir! —dijo Liliana con entusiasmo—. Yo también me lo he pasado muy bien, se me han pasado las horas volando.

—Eso es efecto de las cervezas.

—¡Ala! Lo dices como si hubiera bebido un montón de cervezas y solo han sido dos. Que sepas que no es por eso; ha sido la noche en sí. Disfrutar del talento de la gente, haber cantado delante de un público por fin, encontrarme contigo...

—Respecto a eso último, lo de encontrarte conmigo, ¿podrías no decírselo a nadie? Es que he estado meditándolo, y creo que sería mejor no decir nada.

—Claro, como quieras —con un tono algo intranquilo. 

—Perfecto, gracias, Liliana. Buenas noches y descansa. Nos vemos en clase mañana.

—Buenas noches, Olimpia. Gracias por traerme a casa.

La profesora contestó con una sonrisa y segundos después arrancó la moto, aunque no se fue hasta que Liliana estuvo dentro del edificio. Cuando Liliana entró en el piso, se puso a saltar de alegría. Durante la noche había estado acumulando mucha adrenalina y no la había soltado hasta entonces. ¿Qué acababa de pasar? Había pasado la noche con Olimpia y esta misma había dejado caer que podrían volver a quedar. Habían sido palabras de la profesora y no suyas, aunque ella lo desease con todo su ser. Madre mía, qué surrealista todo. 

No había sido un sueño, lo que había pasado era tan real como ella misma. Su cabeza se llenó de recuerdos de esa noche, de las conversaciones compartidas e imágenes de ella. Ufff, no podía asimilarlo. Dejó las cosas tiradas por el suelo y se puso el pijama lentamente, rememorando en su mente cada escena. Cuanto más lo hacía, menos se lo podía creer. Esa misma mañana, había tenido la sensación de que ese día aguardaba algo bueno para ella. Por suerte, sus sensaciones fueron ciertas, y le aguardó algo totalmente inesperado. Pensaba que al final del día, lo más importante habría sido el hecho de haber cantado delante de la gente, algo que llevaba intentando hacer desde hacía años. Pero no, en su cabeza sólo había lugar para ella. Con cuántas personas podría haberse encontrado allí y, sin embargo, tuvo que ser ella. La que le quitaba el sueño día sí y día también, la protagonista de sus fantasías. Cerraba los ojos y ahí estaba ella...

Se dijo a sí misma que debía calmarse y aparcar su intensidad por un momento, porque si no, sería incapaz de conciliar el sueño. Sin embargo, durante el día había empleado mucha energía, por lo que estaba bastante cansada y no le costó demasiado sumergirse en el mundo de Hipnos (el dios del sueño, en la mitología griega).

Y esa noche, soñó, evidentemente, con Olimpia. 

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