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Liliana odiaba madrugar, era algo que nunca había soportado. Los lunes tenía clases a partir de las 10 de la mañana, horario más que razonable en su opinión. Sin embargo, ese día iba con sueño a clase, ya que se había dormido muy tarde por culpa de una serie. Cuando vio a sus amigas, hablaron unos minutos sobre la serie en cuestión y entraron en seguida al aula.

Al cabo de media hora, se le empezaron a cerrar los ojos irremediablemente. La historia moderna nunca le había apasionado, y menos aún faltándole horas de sueño. Decidió que tenía que hacer algo para evitar dormirse, y hacer apuntes no era suficiente porque cerraba sus ojos igual. Pensó que el mejor remedio sería salir de clase, dar una vuelta y echarse algo de agua en la cara para poder despejarse. Salió de clase sin hacer demasiado ruido y puso rumbo al baño. 

Su cara estaba menos pálida después de haberla mojado y se sentía más animada. No le apetecía entrar a clase así que decidió dar toda la vuelta a la facultad y hacer tiempo fuera. Se cruzó con varias profesoras por los pasillos, aunque sólo tenía ganas de ver a una muy concreta. De pronto, la suerte le sonrió y ella apareció. Pudo divisarla al final del pasillo y avanzó lentamente hacia ella. Liliana miraba al suelo porque le daba demasiada vergüenza tener que mirarla a la cara y sostenerle la mirada durante tantos segundos. Cuando por fin sintió su silueta cerca, cambió la dirección de su mirada rumbo a sus ojos. Olimpia sonrió. 

—Hola Liliana, ¿cómo estás? ¿No tienes clase?

—Hola. Estoy bien, aunque he salido de clase porque necesitaba ir al baño. Bueno, tampoco te voy a mentir, he salido porque quería ir al baño y porque me estaba durmiendo —añadió después de una pausa. 

La profesora se rio y Liliana la imitó.

—No te preocupes, no se lo diré a nadie. Además, es normal, yo también lo hacía cuando estudiaba. A veces es imposible aguantar dos horas en clase con algunos profesores.

—Y que lo digas. En cambio, hay profesores con los que estarías 2 y más horas sin ningún problema—dejó caer Liliana.

—Sí, por suerte también hay profes buenos —dijo sonriendo—. Por cierto, podríamos repetir lo del otro día. 

Liliana no contestó, aunque su cara era un poema. Tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—Bueno, si no quieres, no pasa nada. No sé porqué lo he dicho, creo que me he precipitado. Igualmente, aunque no quedemos, es posible que nos encontremos por allí alguna vez. Me gustó mucho el ambiente del local y puede que vaya más veces.

—Claro, seguro que nos vemos algún día.

—Sí...Bueno, debería volver a clase, y tú también.

—Ya...tienes razón. Pasa un buen día Olimpia.

—Igualmente.

Observó su andar hasta que la perdió de vista. Se le había quedado mal cuerpo después del encuentro. No sabía cómo sentirse. ¿Por qué no le había contestado que sí? Le hubiese dicho que sí una y mil veces, sin embargo, no fue capaz porque a su mente acudieron pensamientos catastróficos y el miedo se apoderó de ella. No quería que las viera nadie para no correr riesgos innecesarios. No quería sufrir, y tampoco hacerla sufrir a ella. En el fondo no había contestado lo que le hubiese gustado contestar porque le tenía mucho aprecio y prefería que las cosas quedasen bien entre ellas y ya. Lo había hecho pensando en Olimpia. Se había dado cuenta de que sus fantasías no se harían nunca realidad por mucho que se empeñase, porque de una forma u otra habría problemas e impedimentos. Era imposible. Liliana no quería complicar las cosas. Por el bien de ambas, las cosas debían de ser así, en la distancia. Se conformaría con hacerla sonreír de vez en cuando la viese por la facultad y nada más, nunca pensando en lo lejos que podrían haber llegado.

Aunque si alguien iba a sufrir, era ella. Porque no tomar parte en las cosas que una quiere y dejarlas ir no es tarea fácil. 

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