XV

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Las cosas empezaban a complicarse, justo lo temido. ¿Pero qué debería haber hecho, rechazar la oferta? Se moría de ganas por quedar con ella. No obstante... ¿debía hacerlo? En realidad, quedar con Olimpia no llevaba implícito el tener una relación con ella ni nada por el estilo, pero aun así le parecía extraño (y excitante a la vez). Quisiera su profesora tener algo con ella o no, las cosas iban a complicarse porque había sentimientos de por medio, aunque la profesora no fuese (o no pareciera) consciente de ello. 

Después de casi una semana aparentemente interminable llegó el día. El sol salía por el este, como todas las mañanas; los pájaros cantaban al son del alba, como cada día, y, sin embargo, a Liliana le pareció despertar en un mundo nuevo, distinto. Su corazón palpitaba con fuerza y sus labios, arqueados en forma de sonrisa, estaban más rosados que de costumbre.

Se arregló frente al espejo rápidamente y marchó a clase. La mañana se le hizo bastante pesada y la pasó nerviosa, moviendo la pierna derecha continuamente bajo la mesa. Marian lo notó y preguntó cuál era el motivo de tanta excitación, pero ella disimuló y mintió poniendo una excusa bastante convincente. Al llegar al piso comió con sus compañeras y luego pasó la tarde entre libros. Sobre las 19h y algo de la tarde decidió empezar a buscar en su armario el conjunto adecuado para esa noche y eligió una falda negra (sin medias), una blusa blanca y botines de tacón negros. Después de largo rato maquillándose llegó el momento de salir de casa y poner rumbo al pub.

Llegó sobre las 21h, como la primera vez, e hizo un escrutinio con la mirada para buscar dónde sentarse, pero de pronto sus ojos se posaron en una melena larga y negra como la obsidiana. Sus labios dibujaron una sonrisa y segundos después, tras haber cogido aire, avanzó hacia ella. No sabía si poner una mano sobre su hombro y posteriormente saludarla o simplemente aparecerse a su lado y ya luego saludar. Se decidió por lo segundo y la profesora se levantó de la silla para darle dos besos, algo que pilló de improvisto a Liliana y la hizo ruborizarse durante unos segundos.

—Al final has conseguido venir —dijo Liliana.

—¡Sí!, tenía muchas ganas de volver —contestó la profesora, dejando entrever una sonrisa.

—Es genial que hayas venido. Por cierto, ¿esperas a alguien más o esta silla es para mí?

—No, no, no, la silla es para ti; como he llegado antes y no te he visto he pensado que mejor guardaba el sitio, aunque no sabía seguro si ibas a aparecer. Y bueno, ¿cómo estás? ¿qué tal todo? —añadió tras una pausa.

—Muy bien, la verdad. ¿Y tú cómo estás?

—Bien también, tirando.

—Claro, como todos hacemos supongo —respondió observando a la mesa porque estaba tan nerviosa que le costaba aguantar su mirada—. A propósito, el otro día mencionaste algo y le he estado dando varias vueltas. No sé cómo preguntártelo...hablaste sobre un "peque" ... ¿tienes un hijo?

—Oh, ¡no! Por supuesto que no, madre mía, ¿me ves con cara de madre? ¿tan mayor parezco?

—¡No!, claro que no, pero no sé, no sabía cómo interpretarlo —pronunció con un tono de culpabilidad.

—Tienes razón, lo dejé caer como si nada y podía interpretarse de muchas formas, lo siento —dijo riéndose y juntando las manos en forma de disculpa—. Se trata del hijo de mi hermana, es decir, mi sobrino.

—Ahhh, ya entiendo, te ha tocado hacer de canguro, ¿no?

—Sí, pero no me sabe del todo mal porque me gusta mucho estar con él; los niños pequeños son mi debilidad.

—¿En serio? Pues ya tenemos algo en común, porque también son la mía. Me encanta pasar el rato con niños o niñas y enseñarles cosas, o simplemente jugar. De hecho, no eres la única que ha hecho de canguro; el verano pasado estuve cuidando de una niña para ganarme algo de dinero y guardo muy buenos recuerdos.

—Vaya, qué bien, me alegro de que fuera algo positivo para ti. En este caso, no lo hago por dinero si no por el amor que profeso tanto por mi hermana como por el pequeñín, llamado, por cierto, Adrián. Mi hermana se ha divorciado hace poco y está viviendo conmigo mientras busca casa donde alojarse con Adrián. El problema es que tiene un trabajo muy exigente y estresante y no tiene casi tiempo para estar con su hijo, por tanto, es necesario que alguien se ocupe de él, y ahí entro yo.

—Jo...lo siento por tu hermana, debe de ser duro... ¿en qué trabaja?

—Sí, bastante duro. Es la directora de una cadena de hoteles y muchas veces se pasa el día reunida o incluso debe viajar al extranjero.

—Wow, eso no me lo esperaba.

—Ya, resulta sorprendente escuchar algo así cuando la mayor parte de cargos de poder son llevados a cabo por hombres, pero sí, las mujeres también existen y pueden desempeñar ese tipo de trabajos. 

—¡Claro que sí! Que nadie ose decir lo contrario.

—Que nadie ose —repitió Olimpia levantando su mano y sacando el dedo índice en señal de advertencia. Ambas rompieron a reír.

Poco después se levantaron a pedir la cena y se acomodaron, posteriormente, en sus sillas para disfrutar del espectáculo. Aunque el mayor de los espectáculos tenía nombre y apellidos, y estaba sentada a su lado. 

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